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Internet está repleto de noticias y comentarios tratando de explicar los últimos dos eventos que acaban de tomar lugar a la luz del 70 aniversario de la nación moderna de Israel. El lunes pasado el mundo occidental presenció la apertura de la embajada de los Estados Unidos en Jerusalén, 23 años después de haberse hecho ley en el congreso estadounidense (1995). Y casi una semana atrás, el Presidente Trump retira a Estados Unidos del acuerdo controversial con Irán, conocido como el Joint Comprehensive Plan (o el Plan Comprensivo de Acción Integral).

Los detalles involucrados con estos eventos son tan complejos que tienden a oscurecer lo que realmente está sucediendo. Y las implicaciones pudieran ser infinitas. Pero si pudiéramos resumir todo en dos razones fundamentales que nos ayudarían a poner los detalles en contexto, entonces, pudiéramos decir que las razones son las siguientes:

  1. Mover la Embajada de EE. UU. a Jerusalén es una afirmación simbólica de que los vínculos judíos en los lugares históricos de Jerusalén no se pueden negar.
  2. Al cancelar el trato con Irán, EE. UU. deja claro que sus alianzas son mucho más importantes que un acuerdo que ponga esas alianzas en riesgo.

Analicemos estas dos razones.

1. La embajada estadounidense ahora en Jerusalén

Mudar la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén fue más que una decisión diplomática; fue un reconocimiento simbólico de una realidad histórica que se sigue negando una y otra vez: los judíos tienen vínculos profundos con los lugares históricos en Jerusalén.

Si crees que es una exageración, examina el siguiente ejemplo. Hace dos años, en el invierno del 2016, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO aprobó varias resoluciones (junto con 26 países, entre ellos tres países latinoamericanos) que indudablemente “niega los vínculos judíos con la Ciudad Vieja de Jerusalén, el Muro Occidental, y el recinto del Monte del Templo”. Este es un ejemplo de lo que las palabras del mismo secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, afirmo días antes de la resolución durante su discurso final ante el Consejo de Seguridad, que “décadas de maniobra política han creado un número desproporcionado de resoluciones, informes y comités contra Israel”.

Por eso es que en la cena antes de la ceremonia, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, precisamente señaló que “la decisión del Presidente Trump… afirma una gran y simple verdad: Jerusalén siempre ha sido la capital del pueblo judío por los últimos 3,000 años. En los últimos 70 años ha sido la capital de nuestro estado”. El día siguiente Netanyahu hizo la declaración al Presidente Trump que “al reconocer la historia has hecho historia”.

Por supuesto, otros vieron esta decisión bajo una lupa diferente, y la oposición con fuerza.  Horas antes de la ceremonia surgieron protestas en las fronteras de Israel y Gaza donde, de acuerdo a los últimos reportes, 62 palestinos de Gaza murieron por causa de un enfrentamiento con las fuerzas armadas de Israel, dejando más 1,300 Palestinos heridos. Comenzó una oposición contra la embajada, llamando el movimiento: “un movimiento de un solo lado que fortalece la ocupación y nos aleja de la paz”; así lo dijo Ayman Odeh, miembro de la facción árabe del parlamento Israelí. Saeb Erekat, secretario general de la Organización de la Liberación Palestina (el gobierno palestino localizado en Cisjordania) llamó la mudanza de la embajada “un acto hostil contra los derechos internacionales y contra el pueblo de Palestina. La decisión de mover la embajada posiciona a los EE. UU. del lado del poder ocupante”.

La pérdida de vida siempre es trágica y nos debe llevar a denunciar toda injusticia. Sin embargo, tenemos que tener cuidado que nuestras buenas intenciones no sean sin información. Por ejemplo, las acusaciones de Odeh y Erekat son fuertes. Si la demanda es que Israel se mida en sus acciones, las acusaciones pudieran tener validez. Sin embargo, las acusaciones no son balanceadas si se ignoran evidencias que apuntan a que los lideres de Hamas incitaron al pueblo palestino a marchar, y hay evidencia que entre aquellos 62 palestinos que murieron en la protesta, una gran mayoría de ellos eran miembros de Hamas.

Pero los comentarios de Odeh y Erekat subrayan el mismo punto que el mudar la embajada resalta: el pueblo israelí es un pueblo indígena con raíces históricas en la tierra de Israel, especialmente, Jerusalén. Si los lideres palestinos insisten en ver a los israelíes como ocupantes y no como un pueblo indígena con el mismo derecho a coexistir, ¿con qué sinceridad pudieran firmar un acuerdo de paz y prometer que las generaciones futuras no declararán guerra en contra de los “ocupantes”? La respuesta es obvia: no se podrá firmar tal acuerdo. Y por esta razón, todavía no se a logrado un acuerdo exitoso.

La nueva embajada en Jerusalén, ¿cómo cambiará los diálogos de paz entre israelíes y palestinos? Solo el tiempo lo dirá. Por ahora, se puede afirmar que mover la embajada no quiere decir que un futuro estado palestino no podría reclamar el este de Jerusalén como su capital. Nada de lo que se ha dicho o hecho de parte de la administración de Trump “impide una solución de dos estados”, donde ambos estados reclamen a Jerusalén como su capital, siempre y cuando esa sea la decisión que ambos decidan.

2. El acuerdo con Irán

La decisión de mudar la embajada a Jerusalén refleja otro cosa: un compromiso de Estados Unidos con Israel. Por eso, la decisión de retirar a los Estados Unidos de los acuerdos con Irán le dice al mundo que las alianzas con amigos no se llevan a cabo haciendo acuerdos con enemigos.

En el acuerdo en sí hubieron problemas fundamentales. La administración de Obama recibió críticas por ello. Obama, por ejemplo, “se negó a someter el acuerdo al proceso de revisión y ratificación de tratos en el Senado”. Otros observaron al largo plazo que el acuerdo, cuyo propósito era disminuir el peligro que el gobierno iraní presentaba con sus aspiraciones nucleares, al contrario le estaba permitiendo “continuar enriqueciendo uranio y con el tiempo alcanzar el borde de una ruptura nuclear”.

Pero más problemático aun, por ocho años el pueblo estadounidense y el Medio Oriente presenciaron como la expansión del poder iraní ha sido acorde con la retirada estadounidense del Medio Oriente. Y en proporción a esta retirada ha habido un deterioro en la relación entre Estados Unidos e Israel. La nueva administración estadounidense prefirió hacer retroceder poder iraní al retirar a EE. UU. del acuerdo con Irán, y reparando la relación con su mayor aliado en el Medio Oriente: Israel.

El retiro de los EE. UU. de los acuerdos con Irán fue una fuerte manera de expresar que EE. UU. no está contento con apaciguar a un régimen que ha “sido la fuerza mas grande de instabilidad en la región [del Medio Oriente],” y cuyas provocaciones “solo han aumentado, no disminuido, desde el acuerdo nuclear”. Sobre todo EE. UU. no estaba dispuesto a apoyar un “supuesto ‘acuerdo con Irán’ [que] debía proteger a los Estados Unidos y a nuestros aliados”, pero en cambio produjo lo contrario.

Así de simple. Un acuerdo que una vez simbolizaba el deterioro de la relación entre Estados Unidos e Israel ahora es símbolo de la restauración de esa misma relación.

¿Un futuro incierto?

“El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo”, dice un proverbio, “Y amigo hay más unido que un hermano” (Pr. 18:24, RV60). Si Irán busca construir un acuerdo con EE. UU. debe mostrarse genuino en sus intenciones, con los interés de otros en mente. Cuando constantemente se refieren a EE. UU. como el “Satanás Mayor”, y declaran que deben “destruir a Israel en 25 años”, no dejan la impresión de tener el mejor interés de ellos en mente. En otras palabra, no se ha mostrado como “amigo” de EE. UU., y mucho menos de Israel.

Del otro lado hay amigos (como Israel) que se han unido a EE. UU. más “que un hermano”. En cuyo caso es justo que la presente administración estadounidense debe “mostrarse amigo”, protegiendo a esos amigos de un acuerdo defectuoso que solo terminó perjudicando más su seguridad y la estabilidad del Medio Oriente.

Por ultimo, el acuerdo con Irán resalta un punto importante que debe informar, especialmente, los acuerdos entre israelíes y palestinos: vital para un acuerdo de paz es que ambas partes reconozcan la humanidad de cada uno. Aquí podemos ver cómo la teología cristiana, el imago Dei, nos puede ayudar. El imago Dei (o imagen de Dios) enseña que cada ser humano fue creado a la imagen de Dios, y por ende tienen un valor intrínseco que debemos honrar en cada uno, sea blanco, café, o negro, grande o pequeño, rico o pobre.

La presencia física de la embajada de EE. UU. en Jerusalén en cierto sentido afirma la humanidad de el pueblo israelí. Por supuesto, no podemos obligar a otros a que abracen las implicaciones del imago Dei. Pero los cristianos, especialmente aquellos que viven en países con mayor influencia, tienen la ventaja de poder influenciar las conversaciones y dirigirlas hacia esa dirección.


Imagen: Lightstock.
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