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En Génesis 1:26 leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre […] toda la tierra”. De toda la creación, los únicas creados a Su imagen fueron los seres humanos. ¿A qué se debe esto? 

Puesto que Dios es Espíritu, Él no tiene un cuerpo, por lo que el haber sido creados a su imagen no tiene que ver con cómo lucimos, sino en la forma en que nos comportamos. 

Fuimos creadas para representarlo, y al hacerlo, Él recibe la gloria (Is. 42:12). Sin embargo, con la Caída, nuestra naturaleza cambió, y ahora representarle es imposible sin la morada de su Espíritu y la transformación que Él hace en nuestras mentes y corazones. Esta imposibilidad crea en nosotras inseguridades hasta que aprendemos a caminar y confiar en su Espíritu y no en nuestro poder. 

Falta de fe

Este andar no viene por automático con la salvación. Hay un proceso de transformación en nuestro caminar. Debemos aprender a remover los ídolos falsos en los que hemos confiado y confiar en el Dios que nos ama de forma pura, el único que es capaz de guardar nuestros pasos (Jud. 1:24-25). El salmo 96:4-9 nos recuerde que Él no solamente es el único Dios, sino que Él está por sobre todas las cosas. Puesto que es Él es quien obra a través de nosotros (Fil. 2:13), la inseguridad que muchas veces sentimos puede tener una apariencia de humildad, cuando en realidad es una falta de fe en Aquel que es todopoderoso. 

La solución a nuestra inseguridad es poner nuestro enfoque hacia arriba, en Él, y quitar nuestra mirada de nosotras mismas.

Dios no es solamente el más poderoso, sino que además es el centro de todo, y no nosotras. La solución a nuestra inseguridad es poner nuestro enfoque hacia arriba, en Él, y quitar nuestra mirada de nosotras mismas, porque la realidad es que somos incapaces de hacer cambios, a menos que Dios sea quien obre. 

La fuente de nuestra inseguridad

Tim Keller define los ídolos en su libro Dioses falsos como cualquier otra cosa que no sea Dios en la que buscamos nuestro sentido, significado, y valor.[1] Él también explica que hay ídolos profundos y otros superficiales que alimentan los profundos. La inseguridad es un ídolo superficial que sirve a uno más profundo, el “yo”. Cuando la inseguridad viene al no querer lucir mal en frente de la gente, o en el querer demostrar nuestras habilidades, dones, o talentos, estamos tratando de robar la gloria que solamente Dios merece. 

La inseguridad es un ídolo superficial que sirve a uno más profundo, el “yo”.

Mientras hacemos esto, demostramos que todavía buscamos nuestro valor en lo que otros piensan o en cómo ellos nos evalúan, y no en cómo nos evalúa Dios. Nuestra confianza no puede estar en nosotras ni en otros, sino en Cristo. Y cuando nuestra meta es glorificarle a Él a pesar de nuestras incapacidades, entonces aquellos a nuestro alrededor se dan cuenta de que nuestro Dios es poderoso y merece nuestra adoración (Sal. 115:1). 

La inseguridad demuestra que no estamos confiando totalmente en la suficiencia del obrar diario de Cristo, sino que estamos confiando en el yo, el rival número uno de Cristo. Cuando vivimos así estamos siguiendo el reino de la tinieblas, que está dominado por el príncipe de este mundo, el enemigo de Dios.

La inseguridad demuestra que no estamos confiando totalmente en la suficiencia del obrar diario de Cristo, sino que estamos confiando en el yo.

Mientras más tiempo pasamos en esa condición, más lejos estamos de Su presencia, el único lugar donde encontramos la paz, satisfacción, y amor que nuestros corazones anhelan. El enemigo, a través del sistema del mundo, combinado con nuestro orgullo, nos magnifica nuestras inseguridades para mantenernos enfocadas en nosotras y no en el único que puede quitar estas mismas inseguridades. 

La Palabra nos da la única esperanza para resolver nuestras inseguridades. Pero la elección nuestra es, ¿creemos en lo que Él nos ha dicho, o seguimos creyendo en aquel que quiere nuestra destrucción? En nuestro diario vivir, ¿elegimos la vida o la muerte? Jesús mismo dijo: “El ladrón solo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). La elección es nuestra, y cuando elegimos la vida, recibimos esta vida abundante que solamente Cristo nos puede dar.


“Dioses falsos”, Editorial Vida.


Imagen: Lightstock.
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