¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Salmos 36-41 y Juan 11-12

“Señor, hazme saber mi fin,
Y cuál es la medida de mis días,
Para que yo sepa cuán efímero soy”
(Salmos 39:4).

Una de las mayores virtudes que son exaltadas y reclamadas por todas las religiones del mundo es la “iluminación”. Aunque su significado varía en cada una de ellas, sin embargo, podemos inferir que la intención del vocablo es proveer respuestas, guía, significado, tanto en los niveles internos y secretos del alma, como sentido y dirección en las búsquedas externas de la vida bajo el sol. No quisiera entrar dentro de la muy mentada “iluminación” sólo desde el punto de vista religioso, místico, o puramente filosófico. Mejor tomemos una linterna y vayamos por otro camino.

Hagamos un poco de historia: La forma en que la luz se transforma ha sido motivo de mucha discusión. Newton consideraba a la luz como un haz que se propagaba en línea recta, pero esta teoría se vio destruida al aparecer la teoría de Huygens, que considera a la luz como una onda. En el siglo XIX, Maxwell estudia las ondas electromagnéticas y concluye que ellas no pueden transmitirse en el vacío. Por lo tanto, debía haber una sustancia, a la que llamó éter, para que la luz del sol llegara hasta nosotros. Posteriormente se demostró que el éter no existe y que ninguna sustancia es necesaria para que se propague la luz.

Luego Max Planck, el “padre de la cuántica”, retomando la teoría defendida por Newton, consideró la luz como una onda electromagnética porque cumplía con todas las propiedades y características de una onda. La teoría cuántica básicamente nos dice que la luz no llega de una manera continua, sino que está compuesta por pequeños paquetes de energía, a los que llamamos ‘cuantos’. Estos cuantos de energía se llaman fotones. Toda luz que nos llega viene por pequeños paquetes, no es continua.

Bueno, toda esa teoría es ininteligible para desconocedores como nosotros, pero le puede dar sentido a nuestra reflexión al tratar de responder a la pregunta: ¿Qué y cómo quiere Dios iluminar nuestras vidas?

Un ejemplo más. La ingeniería eléctrica se preocupa en cómo determinar la fuerza y las posiciones de las luces para que la luz caiga adecuadamente en el ambiente que se quiere iluminar. La luz de una diminuta bombilla puede ser bastante útil para dispersarse en una superficie pequeña y cercana, y se dispersará en un área cada vez más grande, mientras más alejada ésta se encuentre de la superficie.

Entonces, si hacemos un poco de, llamémoslo, “ingeniería cristiana” (con especialización en iluminación bíblica), deberemos considerar los siguientes principios para que nuestra vida esté plenamente iluminada:

La luz bíblica es más práctica que poética: De nada sirven buenas y potentes lámparas si no estamos dispuestos a prestarle atención a aquello que se va iluminando y empezamos a percibir. Jesucristo dijo con propiedad: “Yo, la Luz, he venido al mundo, para que todo el que cree en Mí no permanezca en tinieblas” (Jn. 12:46). Si la luz no hace que distingamos lo que somos y lo que tenemos alrededor, entonces permanecemos en tinieblas. Jesucristo es la luz que ha venido al mundo para disipar las tinieblas. La luz está para obedecerla, al poder percibir lo que de otra manera no podríamos ver. En un mundo oscurecido por la maldad, no es recomendable dejar de prestarle atención a la luz.

La luz bíblica es la que va iluminando de forma precisa y específica el terreno que vamos recorriendo: Muchos sueñan con que haya una fe iluminadora que les provea claridad hasta en el más mínimo detalle de toda su existencia, lo que es absolutamente falso. El Señor ha prometido ser luz en nuestro caminar, y su consejo en la Biblia es una potente iluminación en el camino. El salmista dice: “Por el SEÑOR son ordenados los pasos del hombre, y el SEÑOR se deleita en su camino. Cuando caiga, no quedará derribado, porque el SEÑOR sostiene su mano” (Sal. 37:23-24). El Señor va ordenando tus pasos, Él va caminando contigo por tu camino. Un paso a la vez, poco a poco, su luz va haciendo claro lo que tenemos delante y así iremos avanzando de su mano, y aun si llegáramos a tropezar, Él mismo, la Luz, nos sostendrá y nos seguirá guiando.

La verdad es que nunca podríamos alcanzar a la luz si es que fuéramos tras ella. Por eso debemos aprovechar la luz que viene a nosotros para iluminar nuestro día a día, en superficies pequeñas como nuestras decisiones diarias, nuestras circunstancias, o las horas y minutos que se nos ponen por delante. El salmista expresa ese deseo de que el Señor, la Luz, venga a él, de esta manera: “No me abandones, oh SEÑOR; Dios mío, no estés lejos de mí. Apresúrate a socorrerme, oh Señor, salvación mía” (Sal. 38:21-22). Por eso es que tratar de iluminar de antemano, por ejemplo, un año entero de nuestras vidas solo disipará la luz hasta el punto en que todo quedará casi en penumbra, impidiéndonos ver lo que tenemos inmediatamente delante, tropezando y haciendo tropezar a los demás.

La luz es muy rápida, nosotros somos los lentos: Como vimos en la teoría de la luz, los científicos descubrieron que ella no necesita ningún tipo de vehículo para transportarse y que se mueve velozmente hasta en el vacío. De la misma manera, nuestra seguridad de la presencia del Señor en nuestras vidas es producto de que Él no necesita ningún mecanismo religioso, vehículo ritual, o cualquier otro instrumento o apoyo para iluminar con su misma presencia nuestra oscuridad.

Solo quisiera recalcar que la llegada de nuestro Señor Jesucristo, la Luz, nos obliga a reconocer con humildad que fue Él quien llegó a nosotros y no nosotros a Él. Por ejemplo, cuando murió Lázaro, el amigo de Jesús, su hermana Marta le dijo dolida al Señor que “… si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn. 11:21). ¿Es que acaso Jesús llegó tarde? ¿Podría Jesús, la luz del mundo, llegar tarde? Eso es imposible porque iría en contra de su propia naturaleza divina. Marta, al estar con Jesús, pudo comprender lo que en medio de la oscuridad del duelo nunca hubiera entendido sin la presencia iluminadora del Señor: “Jesús le contestó: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’” (Jn. 11:25). Ella, Marta, al igual que nosotros, necesitaba una visión iluminadora superior a la luz que el Sol entregaba de manera natural en ese instante. Ella recibió en ese momento la luz para entender las circunstancias, luz para iluminar el alma y el entendimiento, luz para consolar el corazón, luz para hacerle atisbar la eternidad.

La luz espiritual nos demanda acomodarnos a su luz y no ella a nosotros: El mundo vive sumido en oscuridad. Las tinieblas son la condición natural en la que los ojos del ser humano están acostumbrados a desenvolverse. Por eso es que cuando uno ha estado todo el tiempo en oscuridad, necesita un tiempo para acomodar su visión a la luz poderosa. Y no solo esto, sino que cuando empieza a ver, necesita aún más tiempo para poder percibir y entender lo que ahora se puede ver a través de esa la luz espiritual.

Cuando el Señor ilumina nuestra oscuridad, siempre tendremos que pasar por un breve período de encandilamiento antes de poder percibir con claridad lo que está alrededor. Pero en cuanto veamos con claridad, mira, observa y reflexiona en aquello que al Señor le agrada y en la forma en que nuestro buen Dios gobierna, tal como lo recomienda el salmista:

Observa al que es íntegro, mira al que es recto;
Porque el hombre de paz tendrá descendencia.
Pero los transgresores serán destruidos a una;
La posteridad de los impíos será exterminada.
Pero la salvación de los justos viene del Señor;
El es su fortaleza en el tiempo de la angustia.
El Señor los ayuda y los libra;
Los libra de los impíos y los salva,
Porque en El se refugian” (Sal. 37:35-40)

Porque en Él se refugian.

La luz llega rauda, nosotros somos los lentos para percibirla y disfrutarla.


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando