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“Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones (sin quejas)” (1 Pedro 4:9).

La hospitalidad es un valor importante en muchas culturas del mundo, siendo expresada de diversas maneras. Es una forma de mostrar aprecio y honor a la persona que visita nuestro hogar.

Para los cristianos, la hospitalidad es una oportunidad para testificar “de la esperanza” que hay en nosotros (3:15). Rendir nuestra individualidad, costumbres, y prioridades para servir a otros en amor, siempre es impactante para las personas que no conocen del Señor. Es un resultado natural de la obra del evangelio obrando en nosotros y llevándonos a seguir el ejemplo del Señor Jesucristo, quien se entregó por nosotros (2:24).

La primera epístola de Pedro también nos habla del amor fraternal (1:22). Los creyentes podemos vivir en diferentes partes del mundo sin conocernos, pero cuando nos encontramos por primera vez, hay algo profundo que nos une. Somos hermanos y hermanas de sangre: la sangre de Jesucristo que fue derramada por nosotros y en nuestro favor. ¡Nos recibimos entonces como familia!

Por eso es llamativa la conexión que Pedro hace del valor de la hospitalidad con nuestro uso de la lengua. Él habla de murmuraciones y quejas. Cuando vivimos en comunidad, nuestros valores y costumbres son retados por los valores y costumbres de otros hermanos. Así, muchas veces nos comparamos con los demás, y con nuestros comentarios establecemos nuestra posición como superiores. Esto no es vivir en línea con el evangelio. “Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados” (1 Pe. 4:8 ).

Las buenas noticias para ti y para mí son que el amor fraternal en la fe nos une, permitiéndonos reconocer estas dinámicas en nuestros corazones y correr juntos a la cruz. Allí seguimos encontrando la gracia necesaria para extenderla a otros. Gracias a Jesús, expresamos nuestra fe en amor (Gal. 5:6) a creyentes y no creyentes, “para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pe. 4:11).

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lighstock.
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