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Allí estaba yo, en mi trabajo como agente de bienes raíces, contestando las llamadas de clientes con preguntas o mensajes para mi jefe.

Al principio todo iba bien. Mi jefe era una buena persona, pero luego de las primeras semanas cambió su actitud conmigo. De ser sonriente y decirme las cosas con buen ánimo, ahora me las decía con una mala actitud y enojo. Así comencé a sentirme con ansiedad y pocas ganas de trabajar. Le pedía a Dios que me ayudara en esto.

Ya han pasado 10 años de aquella experiencia. Tener una jefe difícil me ayudó a buscar mi identidad y seguridad no en lo que ella (o alguien más) dijera, sino en lo que Cristo dice de mí. En su gracia, Dios usó ese tiempo para enseñarme dos lecciones sobre el temor que quiero compartir contigo, y que nos ayudan a honrarlo a Él en nuestros trabajos cuando nuestros jefes son complicados.

1. No temas al hombre.

Cuando regreso en mi mente a aquella oficina en la que trabajaba, me doy cuenta de esto: lo que traía más ansiedad a mi vida era el temor a mi jefe.

El temor al que me refiero no era a lo que ella pudiera hacer o decir. En cambio, me refiero al temor interno de querer ser aceptado o aprobado por mi jefe. Es el temor profundo que busca el aplauso de las otras personas; el que controla lo que haces y cómo dices las cosas para que otros te vean. Mi mente estaba siendo controlada por la opinión de mi jefe, sus caras, y sus actitudes.

Como enseña Edward Welch en su libro Cuando la gente es grande y Dios es pequeño, todo ser humano lucha con el temor al hombre. Todos queremos ser aprobados y aplaudidos por otros seres humanos. Allí está el problema mayor en esta conversación. Tu problema principal no es tu jefe, sino tu temor a otras personas. “El temor al hombre es un lazo” (Pr. 29:25a).

Cuando tu jefe no te dice que hiciste un buen trabajo, o no reconoce tu labor, y en cambio reconoce la de alguien más, o te habla mal, ¿cómo reaccionas? ¿Qué pasa por tu mente? ¿Respondes con una mala actitud? ¿Te quedas callado por temor? Tu actitud en estas situaciones puede ayudarte a notar si tienes temor al hombre.

Cuando nos hacemos estas preguntas, buscamos saber qué gobierna nuestras acciones, motivaciones, y pensamientos. Ahora, cuando vemos que todos tememos al hombre, lo mas normal es preguntamos: ¿Cómo luchar contra ese temor? Y la respuesta a esta pregunta es la segunda lección que comparto a continuación.

2. Teme a Dios.

Combatimos el temor al hombre cuando transferimos nuestro temor al Señor. No se trata de dejar de temer, sino de tener un temor correcto ante la persona correcta.

En la Biblia vemos una y otra vez que el Señor manda a su pueblo a no temer al hombre. Por ejemplo, un caso que llama mucho mi atención es el de las parteras de las hebreas en Éxodo 1:16–21. Ellas no temieron a su jefe, el rey de Egipto. Mas bien, temieron a Dios y Él las prosperó.

La Biblia nos llama a trabajar, no para ser vistos por nuestros jefes y buscar su agrado, sino primeramente para agradar a Dios.

De igual manera, el Señor le dijo a su pueblo que no temiera a los demás pueblos y reyes, porque el Rey de gloria iba delante de ellos (Dt. 1:21). Pero sí llamó a su pueblo a temerle a Él (Dt. 6:1–2). Así que por un lado no debemos temer al hombre. Pero por el otro lado, sí debemos temer al Señor.

¿Cómo se relaciona esto con nuestros jefes en el trabajo? Pablo nos ayuda a entender la relación en Colosenses 3:22:

“Siervos, obedezcan en todo a sus amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor”.

Aquí Pablo llama a los siervos (trabajadores) a obedecer a sus amos (jefes). Pero lo interesante es esto: Pablo nos llama a la obediencia corrigiendo una actitud negativa (el deseo de agradar al hombre, que es temor al hombre) con una positiva (temer a Dios).

En otras palabras, la Biblia nos llama a trabajar, no para ser vistos por nuestros jefes y buscar su agrado, sino primeramente para agradar a Dios.

La recompensa principal que tienes cuando obedeces a un jefe difícil, siempre y cuando no sea en cosas que te lleven a pecar, no es una recompensa terrenal de aprobación del hombre. La recompensa que más importa es el fruto de Cristo en nosotros cuando trabajamos con excelencia teniendo la mirada en la eternidad. Esto es lo que Pablo sigue diciendo:

“Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven”, Colosenses 3:23–24.

Conclusión

Cuando nuestro jefe es difícil, recordemos que no vivimos para agradarle a él, sino para agradar a Dios. Esto nos anima a perseverar, haciendo nuestro trabajo con excelencia, y recordando que la gracia del Señor es abundante para con nosotros.

Por lo tanto, no temas decir “no” a tu jefe en situaciones en tu trabajo que te conducirán al pecado, ni temas hablar con humildad y sinceridad en situaciones en las que te han ofendido. Pero sobre toda las cosas, recuerda que sirves al Señor, aun cuando tu jefe en el trabajo sea difícil, para que Cristo reciba toda la gloria porque Él es tu mayor herencia y tu gozo eterno.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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