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“Despiadado, bárbaro, y depravado”. Esta es una reacción correcta al leer la decisión de Herodes de matar a todos los niños varones en Belén que tenían 2 años o menos (Mt. 2:16). Estaba enojado por la noticia del nacimiento de Cristo, e intentaba matarlo.

Pero el evento provoca otra reacción cuando se consideran algunas preguntas. ¿Qué pasaría si Herodes hubiese tenido éxito, y hubiese matado a Jesús a la edad de 2 años? ¿Esto afectaría nuestra salvación y nuestro estar delante de Dios? ¿Cuál es la diferencia si Jesús hubiese vivido 2 años o 33?

Si Jesús hubiera muerto a los 2 años de edad, eso cambiaría las cosas directamente para nosotros. El cambio principal sería la realidad de nuestra justificación.

La justificación es la gloriosa doctrina de que los pecadores son declarados justos ante Dios. Es un acto declarativo instantáneo en el cual Dios dice que una persona que es culpable de pecado, a los ojos de Dios es declarada perfecta en base al mérito de otro, es decir, de nuestro Señor Jesucristo (ver Ro. 12:2).

¿Es esto solo semántica?

Alguien podría objetar, afirmando que esto es solo una cuestión de semántica. Ciertamente, la justificación es el ser declarados justos. Pero si esta declaración es posible por la muerte de Cristo, ¿qué importa si esta muerte sucedió después de 30 años, o dentro de los primeros 2?

Es mucho más que semántica. El requisito de Dios para nosotros es la perfección absoluta. No cumplir con esta norma es pecado (Ro. 3:23). La paga del pecado es muerte (Ro. 6:23). Jesús viene a ser nuestro sustituto. Inmediatamente pensamos en esto cuando pensamos en Cristo muriendo por nosotros en la cruz (1 Pe. 3:18). Jesús, el cordero de Dios, se ofreció a sí mismo en nuestro lugar para quitar nuestro pecado (Jn. 1:29). Él soporta y satisface la ira de Dios para quitar la culpa que incurrimos por nuestro pecado.

¿Qué tiene que ver esto con la justificación?

Jesús no solo murió por nosotros, sino que además vivió por nosotros

¿Dónde está la base para que Dios declare que un pecador es justo? Jesús vivió una vida perfecta, sin pecado (2 Co. 2:22; 1 Pe. 1:18-19). Su obediencia a la Ley de Dios fue para adquirir, o ganar, justicia para su pueblo. Él nació bajo la ley (Gal. 4:4) para cumplir toda justicia (Mt. 3:15). Si Jesús hubiera sido asesinado a la edad de 2 años, antes de vivir una vida de obediencia a la ley de Dios, entonces no habría justicia que pudiera ser acreditada a nuestra cuenta. En otras palabras, Jesús tuvo que vivir una vida de obediencia antes de que su muerte pudiera significar algo. Como dice R. C. Sproul: “Tenía que adquirir, por decirlo así, mérito en la sala de juicio. Sin su vida de obediencia sin pecado, la expiación de Jesús no hubiera tenido ningún valor en lo absoluto. Necesitamos ver el significado crucial de esta verdad; necesitamos ver que Jesús no solo murió por nosotros, sino que además vivió por nosotros”. Sin la completa y perfecta obediencia de Cristo a la Ley de Dios, su muerte simplemente eliminaría nuestra culpa, pero no aseguraría nuestra justicia. Estaríamos en un estado similar al de Adán en el jardín: sin culpa, pero también sin justicia ganada.

Sin la completa y perfecta obediencia de Cristo a la Ley de Dios, su muerte simplemente eliminaría nuestra culpa, pero no aseguraría nuestra justicia.

Por otro lado, con su vida perfecta de obediencia, que culmina en la muerte de Cristo, nuestra culpa se elimina, y nuestra cuenta se acredita con la justicia perpetua y perfecta de Jesús (Ro. 4:5; 5:1; 1 Co. 5:21). Piensa en esta verdad: ¡obtenemos la justicia de Cristo! Por gracia, a través de la fe, la perfección de Jesús se acredita, o se carga, a nuestra cuenta. Por lo que Jesús hizo, y por su muerte por nosotros, somos aceptados, somos eternamente justos, sin la posibilidad de ser condenados. Estamos unidos a Cristo en una unión legal, siendo dueños de su obra de rectitud. Es como si su justicia estuviera eternamente cosida a nuestras almas. Y esto no fue barato, pues lo ganó con su obediencia.

Por lo general, no me gusta participar de cuestiones hipotéticas. Pero en este caso nos ayuda a ver la belleza de la obra de Cristo, especialmente la necesidad de su justicia imputada. Tú y yo necesitamos un sustituto que no solo haya muerto por nosotros, sino que también haya vivido para nosotros. ¡Alabado sea Dios, tenemos el Salvador que necesitamos!


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Stephanie Gonzales.
Imagen: Lightstock.
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