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Todas nosotras hemos hecho promesas para mejorar: “Hoy sí inicio la dieta”, “Hoy sí empiezo el gimnasio”… “Hoy sí voy a leer la Biblia”. Empezamos con muy buenas intenciones, pero nos encontramos fallando una y otra vez. Amiga, no eres la única que pasa por esto. Aunque no debería ser así, nos pasa muy a menudo por una sencilla razón: el pecado.   

Quizá te justifiques diciendo que tienes hijos pequeños u otras responsabilidades que consumen todo tu tiempo, o que simplemente no sabes por dónde empezar. Pero si somos honestas admitiremos que al momento en que nos desconectamos de la Vid, todo lo que hay fuera de Él empieza a endulzarnos los oídos, y entonces validamos nuestras excusas.

Si te pasa como a mí, a veces las circunstancias difíciles nos agobian a tal punto que dejas lo que te ayuda y corres a lo que te aleja. Caes en los patrones de religiosidad: asistes a la iglesia, a tu grupo en casa, al servicio en la congregación, pero haces todo con el corazón lejos del Señor.

No puedes continuar así por mucho tiempo. Si no estás permaneciendo en la Vid, estás permaneciendo en algo más. Tus actitudes reflejarán que no estás alimentándote de la Palabra. De una u otra forma, el pecado empieza a enseñorearse de esos deseos.

Primeramente, es importante reconocer que tu deseo por leer la Biblia no es algo que tú fabricaste; desde el inicio ha sido Dios. Él te ha escogido, llamado, salvado, justificado. Él sigue haciendo su obra en ti por medio de su Espíritu, quien pone el querer como el hacer por su buena voluntad (Fil. 2:13). Por otro lado, también sabemos que Dios usa nuestros esfuerzos para hacernos crecer. Es nuestra responsabilidad disciplinarnos para buscarlo en su Palabra. El pastor Miguel Núñez dice: “Si no tienes ganas de leer la Biblia, no confíes en tus ganas o deseos; a pesar de [lo que sientas] esfuérzate por hacerlo. Ve a la Cruz y pide ayuda”¹.

Tu deseo por leer la Biblia no es algo que tú fabricaste; desde el inicio ha sido Dios.

Este pasaje en Proverbios puede ayudarnos a disciplinar nuestros corazones y sustituir nuestros deseos por los del Señor.

“Inclina tu oído y oye las palabras de los sabios,
Y aplica tu corazón a mi conocimiento;
Porque te será agradable si las guardas dentro de ti,
Para que estén listas en tus labios.
Para que tu confianza esté en el Señor,
Te he instruido hoy a ti también”, Proverbios 22:17-19.

“Inclina tu oído”: Oración

Esta frase significa literalmente: “inclinarse a escuchar con todo el corazón”. Lo que necesitas en todo tiempo es inclinar tu oído a la Palabra de Dios; este es un acto de humildad y rendición. Muchas veces dejamos de estudiar la Escritura porque estamos siguiendo otros dioses, y al no ver nuestros deseos cumplidos, nos alejamos porque no estamos descansando ni confiando en la voluntad de Dios. O quizá nos alejamos porque estamos lidiando con pecado que no hemos confesado, y por lo tanto nos aislamos de todo y todos.

Sea cual sea el caso, necesitas arrepentirte. Acércate al Señor en oración y dile: “No tengo deseos de leer tu Palabra, por favor ayúdame en mi debilidad. He pecado en descansar en otras cosas o personas y no en ti. Me he dejado abrumar o endulzar por la cotidianidad de la vida, por el hacer cosas, y he olvidado ser nutrida de la Vid. Separada de ti nada puedo hacer, Señor”. Reconoce tu necesidad y pecado, confiésalo y recibe la gracia que hay en Cristo. Puedo asegurarte que Dios, que está comprometido con tu santidad, te ayudará.

“Oye las palabras de los sabios”: La Escritura

Proverbios 22:17 es el inicio de las exhortaciones a buscar la sabiduría y aplicarla. ¿Dónde encontraremos sabiduría sino en las palabras inspiradas del Señor? La Escritura imparte sabiduría; las palabras de Dios verdaderamente transforman (Heb. 4:12). La Biblia es el medio que el Espíritu Santo emplea para nuestro crecimiento a la imagen de Jesús (Ef. 6:17). El Salmo más largo de la Biblia (119) celebra el regalo que es tener la Palabra de Dios para conocerlo.

Como mujeres, todo el tiempo estamos dando y recibiendo consejo. Constantemente buscamos identidad o valor, y lastimosamente lo externo nos moldea más que lo que Dios ha revelado para nosotras en su Palabra. Vivimos en una constante lucha por amar, creer, y correr a la Escritura. Necesitamos recordar constantemente que nada en este mundo nos llenará, ayudará, guiará, enseñará y confrontará como Cristo a través de su Palabra.

Es importante reconocer cuando hemos estado alimentando nuestros deseos engañosos. Estamos más desesperadas, no extendemos gracia, nos irritamos más fácilmente y empezamos a enfocar todo en nosotras mismas, haciéndonos las víctimas y sin poder controlar nuestra lengua. Y peor todavía, nos quejamos y la misma Palabra que te salva y llena se vuelve amarga e injusta. En vez de hablar con cánticos y salmos espirituales, hablamos con enojo (Ef. 5:19). Cuando reconoces estas y otras actitudes, puedes darte cuenta de que tu corazón no está siendo transformado o informado por tu mente renovada en la Palabra.  

“Aplica tu corazón a mi sabiduría”: Aplicación

Cuando leemos la Palabra y oramos, entonces podemos aplicarla. Nuestros deseos son engañosos, provienen de un corazón maligno que no debemos seguir. Si no estás leyendo la Palabra, no estas confiando ni creyendo en ella. Entonces confiarás y creerás en ti misma y tus deseos. Estamos acostumbradas a guiarnos por ellos, pero la verdad es que no son fidedignos, solo la Palabra de Dios lo es. Jesús dijo: “El que tiene Mis mandamientos y los guarda, ése es el que Me ama” (Jn. 14:21). También dijo: “No solo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).

Los deseos no guían al creyente, sino el Espíritu Santo que nos lleva a Cristo

Cristo nos ha mostrado esto primero cuando, en obediencia al Padre, entregó su vida en lugar de los pecadores. Necesitamos no solo orar y leer, sino también aplicar lo que hemos aprendido. Lo que se transforma por dentro, se verá por fuera. Esto le hace bien a mi alma y a mis relaciones, en las que soy llamada a amar y extender gracia.  

“Para que tu confianza esté en el Señor”: Propósito

Aunque la falta de lectura de la Biblia es un problema común, tiene una solución firme que encontramos en el evangelio. Si Cristo no es la plenitud a nuestros necesitados corazones, no regresaremos a la Palabra. Si no vemos la hermosura de Jesús, su Palabra no será una necesidad, tampoco conocerlo más. Cuando entendemos quién es Él, nos sometemos en obediencia y corremos a la Escritura porque sabemos que es lo que necesitamos, aunque no lo sintamos así.  

Los deseos no guían al creyente, sino el Espíritu Santo que nos lleva a Cristo. Inclina tu oído en oración, lee la Palabra, no te dejes llevar por tus deseos, y aplica la Escritura a tu corazón para que tu confianza esté solamente en el Señor todopoderoso.


¹Instituto Integridad & Sabiduría. Clase de Romanos.

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