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Jeremías 11-14 y Gálatas 3-4

“¿Puede el Etíope mudar su piel,
O el leopardo sus manchas?
Así ustedes, ¿podrán hacer el bien
Estando acostumbrados a hacer el mal?”
(Jeremías 13:23).

Solemos decir que “en gustos y en colores no han escrito los autores” y que “el mono aunque se vista de seda, mono se queda”. Estos y otros refranes nos hablan de los hábitos y las costumbres que, arraigados en el corazón, se vuelven ley y norma esclavizante para la vida.

Se me ocurre que podríamos inventar uno nuevo: “Muéstrame tus hábitos y te diré quién eres”. Siguiendo la ilustración del profeta Jeremías del encabezado, al etíope se le reconoce por lo oscuro de su piel y sus características raciales, y no habrá un solo leopardo sin las manchas que lo caracterizan. Esas marcas ineludibles son las que nos permiten distinguir un origen en los humanos y una especie entre los animales. Esos rasgos inmodificables y observables son comparados con las prácticas y conductas que se adquieren a través de una continua repetición y que llegan a caracterizar a una persona.  

A diferencia de los animales que son instintivos y que responden siempre de manera similar a sus impulsos, los humanos somos criaturas de costumbres aprendidas. Estas pueden ser provechosas o perniciosas, según sea el caso y el resultado que esa práctica traiga consigo. Todo hábito o costumbre siempre requerirá de un ejercicio constante de tal práctica hasta que se afinca de forma definitiva en el alma.

Algunos habrán convertido un hábito en una costumbre tan arraigada en su vida que dirán, “sin un café cortado en la mañana ni siquiera puedo pensar”, o “Tengo la costumbre de entregar los trabajos un par de días antes del plazo fijado”. Tanto un hábito como una adicción se forman cuando nos entregamos a reproducir una práctica una y otra vez. Toda manera habitual de actuar o comportarse, buena o mala, se adquiere y se solidifica con el tiempo y la práctica. Por eso debemos preocuparnos por formar hábitos que nos permitan ser mejores y no adquirir costumbres que terminan empobreciéndonos como seres humanos.

Lo que hacemos de forma habitual, repetitiva, y casi sin pensar, es lo que finalmente somos

Te invito a que hagas un análisis de todo lo que haces de forma habitual y que ya sientes que forma parte de la persona que has llegado a ser. En nuestras prácticas repetitivas podremos descubrir quiénes somos en realidad porque en la reiteración se establece un patrón que nos caracteriza y define como personas. Lo que hacemos de forma habitual, repetitiva, y casi sin pensar, es lo que finalmente somos. Nuestras costumbres, como las rayas del leopardo, nos distinguen y nos catalogan.

Mucha gente cree que es algo diferente a sus rutinas y hábitos cuando se basa solo en acontecimientos circunstanciales y casi anecdóticos de su vida. “Mira yo soy puntual, porque una vez…”; “Sabes, yo siempre he sido servicial, porque hace tres años…”; “No creas que siempre soy así, hubo una época en que…”. Seguramente tú puedes añadir algunas excusas más, pero siempre la única manera de saber quienes somos en realidad es a través de nuestros actos cotidianos como el que el profeta le increpa al pueblo: “Si corriste con los de a pie y te cansaron, ¿Cómo, pues, vas a competir con los caballos?” (Jer. 12:5a). Nuestros hechos corrientes, y no los especiales, son los que, como el color de la piel, definen quienes realmente somos.

Debemos de tener mucho cuidado porque es muy difícil cambiar los hábitos negativos que hemos permitido establecerse en el alma producto de una repetición constante y condescendiente. Estos vienen a ser como las olas o el viento que llegan a darle forma a la dura roca solo por su persistencia más que por su fuerza.

Por lo tanto, sería bueno que no se te vaya a ocurrir pensar: “Yo se que soy así, pero cuando…”. Pensar que solo falta un momento adecuado para empezar a levantarse temprano, ser ordenado con las finanzas, o dejar algún vicio pernicioso, es como pensar que jugaremos mejor al fútbol solo porque usamos zapatillas de una marca conocida. Esos son sueños de ilusos.

Esas prácticas negativas que nosotros mismos permitimos que se acomoden en nuestra vida de forma voluntaria y por años, no pueden cambiarse en segundos o solo por una decisión que empiece con un “a partir de mañana”. La sustitución de hábitos malsanos por saludables nos demandará tiempo y esfuerzo, tanto o más tiempo que invertimos adquiriendo y fijando esas prácticas en nuestras vidas. Pero también debemos dejar en claro que será casi imposible que las cosas buenas que hemos incorporado con esfuerzo y tenacidad a nuestras prácticas de vida se pierdan o puedan olvidarse de la noche a la mañana.

Si descubrimos hábitos que debemos cambiar, el consejo del Señor nos dice que pongamos todo el empeño posible en revertir la mala costumbre.

Si descubrimos hábitos que debemos cambiar, el consejo del Señor nos dice que pongamos todo el empeño posible en revertir la mala costumbre. Eso no será fácil porque estaremos luchando contra nosotros mismos. Pero si escuchamos el consejo de Dios y lo ponemos en práctica (una y otra vez), el Señor no nos abandonará: “Y si ellos de verdad aprenden los caminos de Mi pueblo, jurando en Mi nombre: ‘Vive el Señor,’ así como ellos enseñaron a Mi pueblo a jurar por Baal, entonces serán restablecidos en medio de Mi pueblo” (Jer. 12:16). Aprender “de verdad” es lograr que la enseñanza se convierta en una raya más de nuestro leopardo que nos caracteriza como personas.

Hace muchos años, mientras iba a la universidad en bicicleta, vi a una persona que iba corriendo delante mío con una camiseta con la siguiente inscripción: “Empezar demanda coraje… terminar demanda perseverancia”. Quizá sea hora para evaluar nuestras vidas y descubrir aquellas cosas que no están funcionando bien y que nos hacen daño a nosotros y a los que nos rodean. Pero no basta solo con sentir remordimiento y hacer promesas que duran tanto como un fósforo encendido, sino que después de que el Señor nos ha revelado el mal camino perenne en nuestras vidas, tenemos que proponernos a desaprender lo malo y luchar por aprender lo bueno.

Cuando Pablo vio que sus discípulos de Galacia se volvían a sus viejas prácticas religiosas del pasado que estaban muy arraigadas en ellos, les dijo que estaba sorprendido y perplejo, pero fue aún más lejos al ilustrarlo de esta manera: “Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros…” (Gál. 4:19). ¡Qué ilustración más elocuente! Pues como “dolores de parto” es el tiempo y el esfuerzo que dedicaremos a moldear nuestras hasta que Cristo sea formado en nosotros.

Pero una vez que hemos vencido y establecido nuevos hábitos saludables, así como los etíopes son conocidos por el color de su piel y los leopardos por sus manchas, nosotros ya no seremos reconocidos por nuestros viejos hábitos pecaminosos, sino porque ahora formamos parte de un pueblo nuevo, en donde “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).

¡Que incluso nuestros hábitos y rutinas cotidianas reflejen nuestra semejanza con Jesucristo, nuestro Señor y Salvador!


Imagen: Lightstock.
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