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Como artista cristiano de hip-hop, he tenido el privilegio de proclamar a Cristo con mi música desde hace muchos años. Uno de los aspectos alentadores y sorprendentes de este recorrido ha sido ver cómo el Señor ha usado la música para hacer conexiones entre grupos étnicos. Antes de la reciente pandemia, un concierto cristiano de hip-hop era con frecuencia una bella imagen de la diversidad de la nueva tierra, con personas de muchos ámbitos de la vida unidas en torno al mensaje de Cristo y Él crucificado. En muchas ocasiones, me he maravillado de mi realidad: un hombre negro de Filadelfia que creció inmerso en la cultura hip-hop, unido con hermanos y hermanas de diferentes etnias, edades, y culturas fijando juntos nuestros ojos en Jesús.

A través de los años, he escuchado de muchas personas que han sido conmovidas por la verdad contenida en mi música, a pesar de que el hip-hop no era su preferencia cultural natural. Cada vez que escuché esto, era sorprendido por el poder y la belleza de ser de un mismo sentir. Para mí estaba claro que éramos de un mismo sentir sobre énfasis específicos en la música: la gloria de Dios, la supremacía de Cristo, la centralidad de la cruz, y la importancia de la teología bíblica. Por la gracia de Dios, lucharé por todas esas cosas hasta que el Señor me lleve a casa.

Pero una de las cosas dolorosas que he descubierto en los últimos ocho años desde el asesinato de Trayvon Martin, es que es posible estar de acuerdo sobre estas cosas y, sin embargo, estar en un lugar completamente diferente cuando se trata del tema de la injusticia racial. El hecho de que haya tomado una decisión intencional de centrarme en lo que está “en primer lugar” (1 Co. 15:3) no significa que no haya otras cosas importantes que deban abordarse en la iglesia. Tampoco significa que ser cristiano me haya eximido de la realidad de ser un hombre negro en Estados Unidos y de todo el estigma que esto conlleva.

Empatía, comprensión, unidad

A raíz del asesinato de George Floyd, mi esposa y yo recibimos un correo electrónico de una hermana en Cristo blanca. Tenía dudas de expresarle cómo me sentía por miedo a ser malinterpretado y, francamente, debido al agotamiento emocional. Pero cuando comencé a escribir, derramé mi corazón como nunca antes había podido articular del todo. Algunos de los que me rodean me han animado a compartir esto públicamente.

Al hacerlo, entiendo que no hablo por todos los negros referente a este tema, aunque muchos pueden identifcarse con mi experiencia. También reconozco el riesgo que conlleva exponerse y ser vulnerable en la era de las redes sociales, los “troles en línea”, y los justicieros detrás del teclado. Sin embargo, si esto puede ayudar a promover empatía, comprensión, y unidad en el cuerpo de Cristo, vale la pena. Esto es lo que compartí con ella.

Hermana, te voy a decir cómo estoy. Y mientras lo hago, por favor entiende que soy incapaz de completar este mensaje sin llorar. Hay una parte de mí que dice: “Ahórrate el dolor, Shai. No vale la pena”. Pero elijo no escuchar esa parte de mí porque te estaría robando la oportunidad de “llevar unos las cargas de los otros” y “llorar con los que lloran”, y estoy seguro que, como hermana en Cristo, quieres hacer exactamente eso.

Hermana, estoy desconsolado y devastado. Me siento destrozado. No he podido concentrarme en casi nada desde que vi el horrible video del asesinato de George Floyd. La imagen de ese policía con la mano en el bolsillo, tranquila y despiadadamente exprimiendo la vida de ese hombre mientras él suplica por su vida, es una imagen que me perseguirá hasta el día de mi muerte. Pero no es solo el video de este único incidente. Para muchas personas negras, nunca se trata de un solo incidente. Así como no se trataba solo de los videos de Eric Garner, Tamir Rice, Philando Castile, Sandra Bland, Laquan McDonald, Walter Scott, Rodney King, etc., etc., etc., etc.

Se trata de cómo ser un hombre negro en Estados Unidos ha moldeado la forma en que me veo a mí mismo y la forma en que los demás me han visto durante toda mi vida. Se trata de que me dijeran que abandonara la tienda de zapatos cuando tenía 12 años porque me estaba tomando mucho tiempo decidir qué zapatos deportivos quería comprar con el dinero de mi cumpleaños, y la vendedora blanca asumió que estaba en la tienda para robar algo.

Se trata de ser esposado y arrojado a la parte trasera de un automóvil de la policía mientras caminaba por la calle durante la universidad, y luego esperar a que una pareja blanca viniera a identificar si era yo quien había cometido un delito contra ellos, sabiendo que, si decían que era yo, me llevarían de inmediato a la cárcel, sin preguntar nada más.

Se trata de caminar por la calle cuando era joven y comenzar a notar que los blancos, especialmente las mujeres, cruzaban al otro lado de la calle para evitar pasarme por el lado, y yo preventivamente comenzar a cruzar al otro lado para salvarles la molestia de sentirse atemorizadas y de salvarme la humillación de esa transacción silenciosa.

Se trata de viajar en carretera con mis hijos para visitar a la familia de Blair en Michigan, y que mi mayor temor fuera ser detenido por ninguna otra razón que conducir siendo negro, que me dijeran que saliera del auto, me esposaran, y sentaran en la acera, completamente abatido y humillado, y mis hijos pequeños mirando por la ventana aterrorizados; porque es exactamente lo que le pasó a un buen amigo mío cuando se llevó a la familia en un viaje en carretera.

Se trata del agotamiento de sentir constantemente que tengo que afirmar mi humanidad frente a algunas personas blancas que me conocen por primera vez, para hacerles saber: “¡Oye! ¡No soy una amenaza! No necesitas tener miedo. ¡Si llegas a conocerme, estoy seguro de que tenemos cosas en común!”.

Se trata de pedirle a mi esposa que haga ciertos trámites en departamentos de atención al cliente en algunas ocasiones, ya que sé que es probable que la traten mejor a ella que a mí.

Se trata de pedir prestado un columpio de bebé a una amiga blanca en nuestro suburbio mayormente blanco de D.C. y que ella me diga: “Claro, puedes tomarlo prestado. Tengo que salir, pero lo dejaré en la galería. Solo ve a recogerlo”, y luego sentir las palpitaciones del corazón al llegar a su casa, debatiendo si debo recoger el columpio o no, aterrorizado mientras subo los escalones de que alguien piense que lo estaba robando y llame a la policía.

Se trata de asegurarme intencionalmente de que los asientos de los niños estén en el automóvil, incluso si los niños no lo están, de modo que cuando (no “si”, sucede todo el tiempo) la policía me pare, tal vez noten los asientos y también el anillo de bodas en una de mis manos visibles en el volante (lo cual me han enseñado a mantenerlas allí y no moverlas hasta que el policía me lo pida, y aún en ese momento, hacerlo de una manera exageradamente lenta) y tal vez piense para sí mismo: Este hombre está casado con una familia y niños pequeños como yo. Tal vez quiera llegar a su casa a salvo con su familia, como yo.

Se trata de tener que explicarle a mi hijo de 4 años que asiste a una escuela cristiana en su mayoría blanca, que los niños que se rieron de él por tener la piel morena estaban equivocados, que Dios lo hizo a su imagen y que su piel es hermosa, después de que me dijera: “Papi, no quiero piel morena. Quiero piel blanca”.

Se trata de experimentar lo que se siente como una auténtica comunión con mis hermanos y hermanas blancos, que comparten la misma teología reformada, hasta que menciono el racismo, la injusticia, o la brutalidad policial, momento en el que me miran escépticamente como si abrazara un “evangelio social”, o soy una especie de “liberal”, o “guerrero de la justicia social”.

Y a veces se trata de sentir que algunos de mis amigos blancos no están particularmente interesados ​​en conocerme realmente, al menos no de una manera significativa que pueda desafiar sus ideas preconcebidas. Más bien, parece que me usan para sentirse mejor consigo mismos porque pueden cotejar la casilla de “amigo negro”. Mucho más podría mencionarse. Estas fueron las primeras cosas que me vinieron a la mente.

Entonces, cuando veo un video como el de George Floyd, para mí es la reapertura de una herida profunda y el revivir trauma sobre trauma que se agravan exponencialmente cada vez que un amigo blanco bien intencionado dice: “todas las vidas importan”. Por supuesto que sí, pero en este país, las vidas de los negros han sido tratadas como si no fueran importantes durante siglos y las desigualdades actuales en la justicia penal, salarios, vivienda, atención médica, educación, etc. muestran que todas las vidas en realidad no importan como deberían.

Entonces, cuando alguien me pregunta cómo estoy con todo lo que está sucediendo, esto es algo de lo que traigo a la mesa. Y es una gran parte de quién es Shai Linne.

Afligido, pero con esperanza

Pero no es la imágen completa. Aunque estoy profundamente afligido, no estoy sin esperanza. Personalmente, tengo poca confianza en nuestro gobierno o en los legisladores para cambiar los factores sistémicos que contribuyeron a la situación de George Floyd. Pero mi esperanza no está en el gobierno. Mi esperanza está en el Señor. En un contexto diferente, el profeta Jeremías dijo algunas cosas con las que me siento identificado al procesar esto: “Acuérdate de mi aflicción y de mi vagar, del ajenjo y de la amargura. Ciertamente mi alma lo recuerda y se abate mi alma dentro de mí” (Lm. 3:19-20).

Una de las cosas más dolorosas que podemos hacer es hacer que los dolientes tengan que justificar su dolor

Me encanta que el profeta no minimiza el dolor ni actúa como si este no fuera real. Hay tres capítulos enteros de “amargura y hiel”, y ningún cliché común envuelto en términos teológicos. Jeremías reconoce cuánto le duele y, como resultado, su alma está abatida. Con demasiada frecuencia, cuando las personas están sufriendo, podemos desempeñar el papel de amigos de Job, diciendo cosas que pueden ser teológicamente verdaderas al tiempo que aumentan el dolor de nuestro amigo sufriente. Una de las cosas más dolorosas que podemos hacer es hacer que los dolientes tengan que justificar su dolor.

Jeremías medita atentamente sobre el trauma que ha experimentado de la mano del Señor. Pero luego hace algo extraordinario en el próximo versículo. ¡Él se predica a sí mismo!

“Esto traigo a mi corazón, Por esto tengo esperanza: Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad! El SEÑOR es mi porción, dice mi alma, por tanto en Él espero”, Lamentaciones 3:21-24.

Jeremías toma una decisión consciente de pensar en algo que alimente su esperanza: el carácter de Dios. Considera el “gran amor” de Dios, la “compasión” de Dios, y la “fidelidad” de Dios. Se recuerda a sí mismo que el Señor es su porción. Jeremías sabe que él e Israel merecen ser consumidos por su pecado, pero también sabe que el Dios que disciplina es el Dios que salva (v. 26).

La vida de “siempre”

Entonces, hermanos y hermanas, en pocas palabras, estoy muy agradecido por Jesús. Merezco ser consumido, pero no lo soy, debido a la compasión de Dios. De eso se trata la cruz y la resurrección. Mi dolor y trauma son reales. Pero mi salvación, en cierto sentido, es aún más real, porque mi dolor y trauma son temporales. Mi salvación es eterna. Es por eso que elijo enfocarme en lo que hago en mi música. La gloria de Dios, la supremacía de Jesucristo, la centralidad de la cruz, y la teología bíblica son las que ponen en correcta perspectiva mi experiencia como hombre negro en Estados Unidos.

Espero no ceder ante el escepticismo o el pesimismo, pero creo firmemente que a menos que se aborden los problemas sistémicos con la policía y el sistema de justicia penal, vamos a seguir viendo este tipo de cosas en los años venideros. Mi temor es que la atención conseguida por las protestas eventualmente disminuya (como siempre ocurre), y luego mis amigos blancos volverán a “la vida de siempre”.

Pero yo no tengo ese lujo.

Para mí, “la vida de siempre” significa reconocer que algunas personas me perciben como una amenaza basado únicamente en el color de mi piel. Para mí, “la vida de siempre” significa preparar a mis hijos para el tiempo cuando ya no se les perciba como niños lindos, sino como “rufianes” adolescentes. Mucho después de que George Floyd desaparezca de los titulares, yo seguiré siendo un hombre negro en Estados Unidos.

¿Y sabes qué? ¡Le doy gracias a Dios por eso! Sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando me hizo como me hizo. A pesar de los desafíos reales y agotadores que vienen con mi envoltura externa, sé que asombrosa y maravillosamente he sido hecho. Y no quisiera ser otra cosa que lo que soy: un seguidor de Jesucristo que ha sido salvado por gracia y redimido por la sangre del Cordero, que también tiene piel morena, rastas, y hace hip-hop. Y Dios ha elegido, en su gran misericordia, aprovechar todo para su gloria. Alabado sea Él.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Casian.
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