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2 Samuel 1 – 3 y Tito

El tiempo que David reinó en Hebrón sobre la casa de Judá fue de siete años y seis meses.
(2 Samuel 2:11)

Las palabras ‘fácil y rápido’ son muy usadas como eslogan para una inmensidad de productos. Desde comida preparada hasta un curso de inglés o un arma pueden usar de cliché esta pequeña frase. A todos los que vivimos en la turbulencia del siglo XXI nos ha tocado también ser seducidos por todo lo que sea cómodo y expedito. Parece que para todas las cosas nos vamos apellidando Ramos porque “comemos y nos vamos” y Zavala porque hacemos todo tan “rápido como una bala”. Sin embargo, al querer hacer todo a la velocidad de la luz nos vamos volviendo superficiales, y lo fácil se vuelve facilismo y lo rápido se puede trastocar en precipitado y momentáneo.

Lo malo de todo esto es que nuestro eslogan luego se convierte en una ansiedad malsana que nos hace vivir un sentido de urgencia enfermizo, que nos agobia con un profundo sentimiento de querer tenerlo todo a la brevedad, y que toda dilación, por más breve que sea, se vuelva en pocos segundos en una apremiante y mortal desilusión.

Todo lo que no sea ‘fácil y rápido’ es una casi maldición. En un periódico leía que se alababa a un sacerdote porque sus sermones solo duraban siete minutos, o sea, rapidito nomás. En otra sección del mismo diario leía la preocupación de las autoridades de las carreras de fórmula uno porque los fabricantes hacían autos cada vez más veloces, pero también menos seguros. En las últimas Olimpiadas algunos atletas jugaron sucio al doparse para mejorar sus propias marcas, o sea, fácil y más rápido (y también más fuerte). “Uff, demasiado largo”, dicen algunos, cuando ven que esta reflexión tiene más que los 140 caractéres del Twitter. Para otros, decirles “tómalo con calma” puede ser un tremendo insulto. La verdad es que me siento un poco anacrónico al tratar de mostrar que no todo lo que brilla es oro en la ilustre frase de nuestro título.

David se enteró de la muerte de Saúl y de sus hijos, y lloró con amargura y sinceridad por la pérdida del rey, la muerte de su entrañable amigo Jonatán y por la crisis que vivía Israel: “Se lamentaron y lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, porque habían caído a espada” (2 Sam. 1:12).

Al morir su perseguidor, podría parecer que todo se volvería ‘fácil y rápido’ para David. Pero como ya hemos mencionado, no siempre resulta conveniente apresurar las cosas. Lo primero que hace David es consultarle a Dios acerca de sus próximos movimientos: “Después de esto David consultó al Señor: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá?” (2 Sam. 2:1a). El consultar a Dios acerca de Su voluntad y nuestros futuros pasos nunca será un atraso; sino, más bien, es la oportunidad de hacer uso de la prudencia, que es como consultar un buen mapa antes de emprender un largo y peligroso viaje.

La celeridad nunca será una virtud si es que estamos desobedeciendo al Señor o alejándonos del sentido común. ¿Qué pasaría con el que hace un trabajo con prontitud y eficiencia pero sin hacer lo que su jefe le pidió? Pues, de patitas a la calle con el súper trabajador, porque ‘rápido y fácil’ no es todo lo que se requiere en la vida.

Los cristianos hemos aprendido la “oración del día después”. Estamos tan apresurados y tenemos tantas urgencias que siempre vamos al Señor para que bendiga lo que ya empezamos, para que restaure lo que ya destrozamos, en fin, para pedirle a Dios que nos alcance (no olvidemos que nuestra rara virtud es la prontitud). Por eso, lo importante es aprender a ir al Señor y consultarle con paciencia, para luego ir con rapidez.

David fue elegido rey de Judá (una de las tribus que conformaban Israel). Sería largo el camino que debería recorrer para serlo de toda la nación porque los generales de Saúl habían puesto en el trono a uno de los hijos del fallecido rey. Como dice el texto del encabezado, tuvieron que pasar siete años más antes que pudiera coronarse como rey de todo Israel. Ya se habrán dado cuenta que no todo fue fácil, pero en la dificultad, que va acompañada de tiempo transcurrido, uno puede ir descubriendo sus puntos fuertes y también los débiles.

El error de ser rápido y fácil se compara a comprar un auto sin observarlo y probarlo detenidamente. El vendedor le dio una buena mano de pintura y una buena barnizada, lavada de tapiz y de motor. Solucionó algunos detalles menores y le puso una buena radio. Como la compra fue ‘fácil y rápida’, con el tiempo empiezo a descubrir que el rugido vibrante del motor no es potencia, sino un tremendo hueco en el escape, y que cuando apago la radio cuadrafónica descubro que todo le suena al auto… menos la bocina. ¡Tremenda frustración!

Para que esto no nos suceda es que el Señor nos coloca en situaciones que no son nada de fáciles y que toman tiempo, como para que podamos probar la madera de la que estamos hechos, y para que vayamos resolviendo los obstáculos que podrían convertirse en un problema en el futuro. Eso le sucedió a David: “Hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David; pero David se iba fortaleciendo, mientras que la casa de Saúl se iba debilitando” (2 Sam. 3:1). Como ven, no en todos los casos ‘fácil y rápido’ es la respuesta.

En la Biblia no hay ningún mandamiento ni consejo que obligue a lo ‘fácil y rápido’. En cambio, la eficiencia y la puntualidad si son virtudes que deben caracterizar en todo aquel que se precie de cristiano; pero estas últimas, aunque parecidas a las palabras de nuestro eslogan, son infinitamente superiores en calidad final y en resultados que las anteriores. Si hay algo que nos pide el Señor es lo siguiente: “Palabra fiel es ésta; y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles para los hombres” (Tito 3:8). Hacer las cosas bien es la demanda. Por eso, te invito a que cambiemos de ‘rápido y fácil’ a ‘bueno y consistente’.

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