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Josué 20 – 22   y   2 Corintios 11 – 12

“No faltó ni una palabra de las buenas promesas que el SEÑOR había hecho a la casa de Israel; todas se cumplieron”, Josué 21:45.

No hay una edad más tremenda en un niño pequeño que cuando empieza con sus consabidos “¿por qué?”. La curiosidad, la duda, la necesidad de respuestas y las meras ganas de simplemente cuestionar, ponen los pelos de punta en los padres que sienten que todas sus convicciones son nada y que ellos también deben cuestionarse todo nuevamente. Los porqués de los niños son difíciles pero nos dejan un agradable sabor de descubrimiento en una criatura que está abriendo los ojos al mundo. Sin embargo, cuando uno ya grande se empieza a preguntar “¿por qué?”, la pregunta va cargada muchas veces de dolor y de la incertidumbre que produce el saber que uno no tiene dominio sobre todas las cosas y que hay situaciones que ponen en jaque aún las convicciones más profundas. “¿Por qué tuvo que morir?”. “¿Por qué tuvo que pasarle esto si nunca…?”.  “¿Por qué?, yo no merezco pasar por esto”.

¿Cómo poder dar explicaciones a preguntas cargadas de frustración, dolor y desesperanza? Ahora que vivimos en el mundo de la ciencia y la tecnología, quisiéramos que las respuestas fueran como en el lenguaje de las computadoras, sólo una continua integración de un perfecto lenguaje binario que sin interrupciones garantiza una respuesta para cada pregunta. En fin, un universo cerrado, un efecto para cada causa, una pastilla que tomar, una terapia que seguir, el determinismo fatalista de un mundo en donde todo puede probarse. Suena lindo, pero en la realidad sabemos que no es así.

Hay más preguntas sin respuestas y más circunstancias que se nos escapan de nuestra bien montada cosmovisión. El 07 de junio de 1993, por ejemplo, murió en Alemania el basquetbolista croata Drazen Petrovic. Un accidente automovilístico cortó trágicamente la vida del joven deportista. Seguramente, los que lo quisieron se hicieron muchas preguntas sin respuestas, hasta que la madre de Petrovic encontró su carnet de identidad y con sorpresa notó que la fecha de caducidad correspondía con la fecha de su muerte. Esta dramática confrontación hizo que casi Petrovic fuera levantado a la categoría de los altares. Pero, ¿es esta una respuesta que puede hacer callar todas nuestras preguntas? Francamente, creo que es una cuasi respuesta que genera más preguntas, tanto como el hecho de que Cervantes y Shakespeare murieran el mismo día y otras tantas sutilezas del aparente “destino”.

Valga de reflexión mi propio testimonio. Hace algunos años se me ocurrió la genial idea de pasar algunos días en mi país de origen. Había una propaganda televisiva peruana que garantizaba las vacaciones seguras y la tranquilidad de los viajes por carretera. Consulté a muchos y todos me dieron confianza. Ya en Lima, decidí averiguar por la más cómoda y segura flota de autobuses para viajar a Arequipa (al sur del país). Escogí un día cualquiera para la partida y compré los pasajes. El bus era realmente excepcional, pero lo que no sabía es que unas pocas horas después con balazos e insultos el bus iba a ser desviado hacia el desierto por asaltantes que iban de pasajeros y que íbamos a ser secuestrados casi una noche entera y que seríamos desvalijados de todas nuestras pertenencias. “Exijo una explicación” podría haber dicho a coro con Condorito, pero creo que no encontré mejor respuesta que acompañar al dibujo con las patas para arriba y grandes letras que digan “PLOP”. Finalmente, concluyo con las frases de las más sabias abuelitas: “Cuídate mijito, nadie está libre de dificultades”.

En el Israel antiguo había una ley muy compasiva que permitía que las personas que involuntariamente hicieron daño o causaron aun la muerte de otra persona, pudieran huir a ciudades conocidas con el nombre de “refugio”: “Huirá a una de estas ciudades, se presentará a la entrada de la puerta de la ciudad y expondrá su caso a oídos de los ancianos de la ciudad; éstos lo llevarán con ellos dentro de la ciudad y le darán un lugar para que habite en medio de ellos.” Y si el vengador de la sangre lo persigue, ellos no entregarán al homicida en su mano, porque hirió a su prójimo sin premeditación y sin odiarlo de antemano”, Josué 20:4-5. El principio de esta ley encierra la responsabilidad personal de los actos y la repercusión que las decisiones tendrán en la vida personal y de los que lo rodean. Si hay responsabilidad se debe pagar las consecuencias con justicia y sin dilación. Pero si alguien es inocente, debemos actuar solidariamente velando porque no se vaya a cometer una injusticia.

Lamentablemente, hoy no pensamos en términos solidarios hasta que el drama toca nuestra propia puerta y nos sorprende. Todos los días vemos los casos de inocentes que por infinidad de razones sufren pero no nos inmutamos. Violaciones, robos, accidentes por imprudencia o ebriedad, drogas en adolescentes, guerras, dolor y más dolor… pero sólo somos observadores impávidos de una realidad de la que supuestamente no nos sentimos parte o de la que todavía nos creemos a salvo.  No basta con encontrar culpables, hay también que cobijar a los inocentes y actuar solidariamente para evitar más injusticia. Nuestra fe no actúa como “agujero de avestruz” para no ver y no responder ante los dilemas humanos. Antes bien, encontramos herramientas para enfrentarlos y aún para combatirlos.

En la Biblia descubrimos que el problema del mundo es la separación personal de cada una de sus criaturas del Creador. Al alejarse de la luz, quedan en oscuridad, y dan tumbos, tropezándose con todo lo que tienen por delante, perdiendo el horizonte moral y cayendo en desgracia. Y aunque hay un aparente sentido de justicia y luminosidad, todo es ilusorio porque los resultados siguen demostrando la penumbra y tenebrosidad de la vida humana. “Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus servidores también se disfracen como servidores de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras”, 2 Corintios 11:14-15.

¿Qué males morales ya erradicamos del planeta? Hemos descubierto la cura para muchas enfermedades, pero para el problema moral todavía no hay terapia que la solucione. Hemos descubierto los genes que motivan algunas conductas, hemos medicado y dopado a las víctimas, pero la responsabilidad y la voluntad humana siguen jugándonos muy malas pasadas. Nos gloriamos de que la Pena de Muerte está siendo abolida, pero yo pregunto… ¿No sería mejor erradicar el asesinato, las guerras y las violaciones primero? Si cada día creamos armas más sofisticadas para matar a mayor número, ¿no terminamos en donde empezamos?

El Papa Juan Pablo II, en su encíclica “Fides et Ratio” (Fe y razón), dice: “En efecto, la fe es de algún modo ‘ejercicio de pensamiento’; la razón no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente”. La fe sería un castillo de naipes si es que no estuviera dando respuestas a nuestra observación y al cúmulo de pensamientos que se agolpan en nuestra mente. Sin embargo, las respuestas de Dios siempre serán una invitación a ser no sólo testigos sino participantes y protagonistas del cambio que Él mismo nos anuncia.

¿Es que acaso las promesas cumplidas del texto del encabezado son una invitación a vivir en un ghetto seguro lejos de los problemas del mundo? ¿Es que acaso Dios a prometido seguridad perfecta y licencia para que los cristianos vivan felices alejados del ‘mundo cruel’? Definitivamente, no. La verdad es que, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, estamos llamados a padecer y a amar hasta el punto de ser incomprendidos. “Y yo muy gustosamente gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré por vuestras almas. Si os amo más, ¿seré amado menos”, 2 Corintios 12:15. ¿Es este sólo un discurso religioso en un domingo soleado en un templo hermoso lleno de caras bonitas? No, el apóstol Pablo vivió su cristianismo comprometido con la humanidad, y experimentando, por lo tanto, el mal que los hombres producen: ”¿Son servidores de Cristo? (Hablo como si hubiera perdido el juicio.) Yo más. En muchos más trabajos, en muchas más cárceles, en azotes un sinnúmero de veces, a menudo en peligros de muerte. Cinco veces he recibido de los judíos treinta y nueve azotes. Tres veces he sido golpeado con varas, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y he pasado una noche y un día en lo profundo. Con frecuencia en viajes, en peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de mis compatriotas, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajos y fatigas, en muchas noches de desvelo, en hambre y sed, a menudo sin comida, en frío y desnudez. Además de tales cosas externas, está sobre mí la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién es débil sin que yo sea débil?…”, 2 Corintios 11:23-29a.

No basta con dar explicaciones, nosotros debemos ser las explicaciones personificadas. Nosotros somos los agentes de cambio, el consuelo, y las manos del Señor que pueden brindar amor en medio de un mundo sin Dios que lo único que ha cosechado es destrucción.

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