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Quizá has escuchado mucho acerca de vivir “centrados en el evangelio”. Suena muy bien, pero ¿qué quiere decir? ¿Cómo luce en la práctica?

La vida cruzcéntrica de C. J. Mahaney es un excelente recurso para ayudarnos a entender cómo podemos caminar cada momento con los ojos en Jesús y su sacrificio a nuestro favor. El libro es breve pero contiene verdades profundas que pueden abrir nuestros ojos y librarnos de los peligros del legalismo, la condenación, y el emocionalismo.

Estas son cinco de las cosas que aprendí al leer este libro.

1. Nunca nos “graduaremos” del evangelio.

“La cruz era el plato fuerte de la teología de Pablo. No era simplemente uno de los mensajes de Pablo; era el mensaje” (p. 14).

Cuando hemos creído y confiado en el mensaje del evangelio, podemos caer en el error de pensar que no lo necesitamos más. “Estamos dentro, ¿ahora qué?”. El evangelio de Jesús no meramente es la puerta a la vida cristiana, ¡es lo que nos sostendrá hasta el final!

Sin importar si has sido cristiano por 4 minutos o 40 años, el evangelio es lo que necesita tu corazón el día de hoy. Es lo que nos enseña quién somos, qué debemos hacer, y hacia dónde vamos. Sin el mensaje de la cruz, estamos perdidos. ¡No intentemos caminar sin él, porque nos extraviaremos!

2. Ser legalista es más fácil de lo que crees.

“Un legalista es cualquiera que se comporta como si pudiera ganarse la aprobación y el perdón de Dios a través del desempeño personal” (p. 32).

Quizá jamás te has considerado un legalista. Esa etiqueta parece reservada para los que nunca van al cine o los creen que tocar batería en la alabanza es del diablo.

Piensa de nuevo. Llevas dos semanas sin abrir la Biblia ni orar. Lejos de que eso te lleve al Señor en arrepentimiento, reconociendo tu necesidad, piensas: “¿Con qué cara me acercaré a Él ahora?”. Y de alguna manera buscas hacerte “más presentable”: sirviendo en la iglesia, dando una gran ofrenda, o invitando a cenar al pastor.

Ahora te sientes un poco mejor. Después de todo, Dios debe estar bastante contento contigo ahora que has hecho tanto bien. ¿Ves lo fácil que ser legalista es para nuestro corazón? ¿Lo sencillo que es engañarnos al pensar que nuestras obras nos harán más dignos de acercarnos al Señor?

Si estamos en Cristo, no hay nada que pueda hacernos más o menos aceptables delante del Padre.

El sacrificio de Jesús es suficiente. Él, por sus méritos y nada más, nos ha hecho dignos para acercarnos a Dios. Si estamos en Cristo, no hay nada que pueda hacernos más o menos aceptables delante del Padre.

3. Una y otra vez, debemos llevar nuestros ojos a la cruz.

“Cuando miramos hacia adentro, vivimos por lo subjetivo, lo temporal, lo siempre cambiante, lo poco confiable, lo propenso a ser falso. Cuando miramos hacia afuera, al evangelio, vivimos por lo objetivo, lo que nunca cambia, lo que es perfectamente confiable y siempre y del todo verdadero” (p. 62).

Nuestra sociedad nos motiva cada día a “seguir nuestro corazón”; a encontrar nuestra identidad y valor dentro de nosotros mismos. Pero el creyente sabe que el corazón no es confiable. Las emociones nos engañan. Son como una montaña rusa, y lo que necesitamos es una roca firme que nos sostenga en todo tiempo. Por eso debemos llevar nuestros ojos a la cruz todos los días.

Sin importar qué hayamos hecho, sin importar cómo nos sintamos, el evangelio sigue siendo verdadero. Hoy mismo puedes quitar tu mirada de tu pecado, de tus problemas, de tus fracasos, y ponerla en la cruz. Allí encontrarás perdón, porque Jesús ya cargó con todas tus culpas. Allí encontrarás fuerzas para seguir, porque la vida perfecta de Jesús es contada como tuya.

Vuelve tus ojos siempre a la cruz; deja de intentar encontrar la respuesta dentro de ti mismo.

4. No necesitamos nada más que Jesús y su obra.

“La esperanza, el bienestar y la perseverancia en la vida cristiana vienen de meditar en la cruz y en el Dios de la cruz” (p. 96).

“¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué sigo teniendo los mismos problemas? ¿Por qué sigo cometiendo los mismos pecados?”. Todo creyente se ha hecho esas preguntas alguna vez. Nos sentimos atascados. Queremos crecer en santidad pero no parece que podamos dar un solo paso.

Y ¿qué hacemos? Buscamos soluciones. Algún libro, conferencia, o mentor que pueda proveer la respuesta a nuestro dilema. Algo que nos ayude a cambiar en un instante. Por supuesto, leer libros, asistir a conferencias, y buscar la ayuda de mentores no tiene nada de malo. El problema surge cuando acudimos a todos menos al Señor.

El evangelio nos lleva a reconocer nuestra condición de pecadores y confrontarla con la enorme gracia que hemos recibido en Cristo Jesús.

En nuestro afán de ver resultados inmediatos, buscamos “cosas prácticas” en lugar de perseverar cada día meditando en Jesús y su obra a nuestro favor. Nunca debemos olvidar que contemplar la gloria de Dios a través de su Palabra y en oración es lo que nos transformará a Su imagen cada día.

Perseveremos confiando que Él hace su obra en nosotros. Meditemos constantemente en el glorioso evangelio que nos ha salvado.

5. Estamos mejor de lo que merecemos.

“No sé lo que me depara el mañana, pero lo que sí sé es esto: Debido a la cruz estaré mucho mejor de lo que merezco” (p. 97).

Cuando le preguntan “¿Cómo estás?”, mi esposo siempre responde: “Bien, pero me aguanto”. Es una forma juguetona de recordarse que siempre está mejor de lo que merece. Eso es lo que hace el evangelio: nos lleva a reconocer nuestra condición de pecadores y confrontarla con la enorme gracia que hemos recibido en Cristo Jesús.

Cuando vengan tribulaciones —y vendrán—, sin importar lo difíciles que sean, podemos descansar en que estamos mucho mejor de lo que merecemos. No solo eso, cuando Cristo regrese con poder —y regresará— estaremos infinitamente mejor todavía; moraremos en su presencia, libres del pecado para siempre.

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