¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Recuerdo muy bien aquel día cuando llevamos a mi papá al aeropuerto de Bogotá, Colombia. Fue en el año 2000 que él decidió viajar a los Estados Unidos para buscar un mejor futuro para nuestra familia. Pasamos dos años muy difíciles sin verlo, hasta que finalmente logramos viajar para estar con él. Recuerdo cómo nos contaba de su incansable esfuerzo y trabajo por enviarnos dinero y sostenernos, con la ilusión de llevarnos a vivir con él.

Ahora que yo también vivo aquí, con frecuencia pienso en mis familiares y amigos que viven en el extranjero, y mi corazón se carga porque sé que algunos están pasando momentos económicos muy difíciles. Así que este tema está muy cerca de mi corazón, y entiendo lo difícil que es balancear los sentimientos y discernir cuál es nuestra responsabilidad ante la necesidad de aquellos a quienes amamos.

Por eso quiero caminar contigo y compartirte algunos consejos que me han ayudado en este proceso, aunque reconozco que todavía hay mucho por explorar y aprender. Tampoco pretendo decirte lo que debes hacer, pero sí quiero animarte a considerar estas palabras a la luz de las Escrituras, en oración, y junto otras personas en tu iglesia local que te aman y que te animan a mirar a Cristo.

Amemos con hechos y en verdad

Para muchos, la principal motivación de vivir en el extranjero es encontrar un futuro mejor para su familia a través del trabajo esforzado y sacrificial, con el fin de sostener a aquellos que se quedaron en casa. Y creo que este deseo genuino de ayudar a quienes amamos no solamente es bueno, sino también es bíblico.

Si el amor de Dios está en nosotros, esto nos llevará consecuentemente a buscar las maneras de ayudar a otros

El apóstol Juan nos dice en 1 Juan 3:16–18, que teniendo como ejemplo supremo el amor de Cristo, quien dio su vida por nosotros, también debemos dar la vida por nuestros hermanos. Pero ¿qué quiere decir dar la vida por otros? Juan conecta el amor sacrificial de Cristo por nosotros y nuestro amor al prójimo con la ayuda económica que podemos dar a otros en necesidad (v. 17).

En otras palabras, aquel que dice ser amado por Dios abundará en obras de misericordia hacia su prójimo en necesidad. Si el amor de Dios está en nosotros, esto nos llevará consecuentemente a buscar las maneras de ayudar a otros.

Por eso Juan nos exhorta a que amemos no solo de palabra, sino con hechos y en verdad. Es decir, no solo expresemos que hemos sido amados por Dios en Cristo, sino demostremos ese amor a través de nuestro cuidado de otros. Así que esta disposición benevolente de ayudar a nuestros familiares o amigos en necesidad debe surgir como fruto del amor de Dios, en Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Ro. 5:8).

Habiendo entendido este fundamento, aún quedan algunas preguntas importantes que debemos responder: ¿a quiénes, con qué frecuencia, y en qué cantidad debemos ayudar? Estas respuestas requieren de mucha sabiduría, y por eso te invito a que las busquemos en la Biblia.

Amemos a los de casa

Entiendo el deseo que muchos tienen por ayudar no solo a su núcleo familiar (cónyuge e hijos), sino también a su familia extendida, e incluso amigos cercanos. He escuchado el testimonio de personas que tienen más de un trabajo con el fin de enviar dinero a sus familiares y amigos en el extranjero. Y aunque este deseo es bueno y bíblico, como vimos anteriormente, también debemos ser sabios al entender cómo expresar ese amor a los que están fuera de casa, y también a los de nuestra propia casa.

El apóstol Pablo nos ofrece un principio importante al respecto: “… si alguien no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Ti. 5:8). Es decir, la prioridad es ayudar a los de casa. Por lo tanto, debemos velar para que nuestro trabajo y esfuerzo por ayudar a otros no nos lleve a descuidar a quienes deben ser nuestra prioridad: los de casa.

Es común creer que la ayuda más importante que nuestra familia necesita es la económica. Y aunque los pasajes que hemos leído sí aluden a una ayuda material, es fundamental entender que nuestro rol principal es ser los proveedores espirituales para nuestra familia.

No podemos descuidar financieramente a los de la casa por ayudar a los de afuera, aun cuando sean familiares o amigos muy cercanos. Pero tampoco podemos descuidar espiritualmente a los de casa por estar trabajando para proveerles económicamente. Necesitamos recordar que hay una responsabilidad primaria con los de casa, tanto en lo espiritual como en lo económico.

No podemos descuidar espiritualmente a los de casa por estar trabajando para proveerles económicamente

Nuestro llamado como cristianos es a ser discípulos que hagan discípulos (Mt. 28:18-20), y a cuidar de nuestras familias, tanto a los de casa como a los de fuera. Esto implica que les ayudemos a reconocer el señorío de Cristo en sus vidas. De esta manera, nuestra ayuda económica será un medio para alcanzar un fin mayor: que los nuestros atesoren, glorifiquen, y vivan para Cristo.

Amemos como Cristo

En su excelente libro, Cuando ayudar hace daño, Corbett y Fikkert nos exhortan a que ayudemos a otros de una manera integral, pensando en cuatro relaciones: con Dios, consigo mismo, con otros, y con el resto de la creación. En otras palabras, la ayuda que le damos a nuestra familia no es tan simple como pensamos, ni tampoco se limita a lo económico. Más bien, debemos considerar la manera de ayudarlos a crecer como seres humanos, creados a la imagen de Dios, con la capacidad de aprender y trabajar.

En ocasiones, la ayuda que enviamos a familiares o amigos cercanos puede fomentar una codependencia malsana que les impida desarrollar hábitos saludables en donde ellos también puedan crecer como personas productivas. Y no solo eso, sino que también les impide crecer en su conocimiento y dependencia de Dios, quien les creó como seres capaces de trabajar y producir el sustento necesario para la vida.

Sin embargo, es necesario que al evaluar los efectos de la ayuda, también examines el entorno y otros factores que hacen de la ayuda un bien necesario. Por ejemplo: una enfermedad que limita su desempeño físico y laboral, una edad avanzada donde las fuerzas y oportunidades de trabajo se cierran casi por completo, o incluso un subdesarrollo o falta de oportunidades en la ciudad o sector donde viven. En casos como estos, una ayuda económica no solo es necesaria, sino fundamental.

Lo que debe motivar nuestra ayuda es el amor de Cristo, pero también esa ayuda debe ser conforme a Cristo.

Así que la pregunta importante no es si debemos ayudar, sino más bien cómo debemos ayudar. Y es Cristo quien nos da el mejor ejemplo cuando se refiere a ayudar a personas necesitadas (Mt. 25:21-46). Lo que debe motivar nuestra ayuda es el amor de Cristo, pero también esa ayuda debe ser conforme a Cristo.

Si estás considerando o evaluando tu ayuda y participación financiera hacia tus familiares o amigos en el extranjero, hazte las siguientes preguntas: ¿necesitan en realidad tu ayuda? ¿Hay alguna condición médica que haga de tu ayuda una participación indispensable? ¿Viven en un país donde la situación financiera es crítica? Al ayudarlos, ¿estás buscando también que desarrollen el diseño de Dios en su vida, o más bien estás creando una relación de codependencia malsana?

Que Dios nos ayude a extender misericordia y amor, con toda sabiduría en Cristo, para que nuestros familiares y amigos no sean lastimados por nuestras buenas intenciones. Más bien, que podamos ser instrumentos de Dios para ayudarlos en medio de su necesidad, y les guiemos para crecer en su conocimiento, confianza, y dependencia de Dios, así como también en el desarrollo de sus habilidades y oportunidades de sustento.


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando