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Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Mateo 28:18-20

Tengo que empezar con este versículo que tocó mi vida hace ya más de catorce años, en la Iglesia Bautista Estrella de Belén de la ciudad de Miami. En esta congregación el Señor me estaba permitiendo ser parte del ministerio de misiones. En mi corazón habían emociones encontradas: por un lado me apasionaba mucho por este trabajo, pero a la vez mi corazón se entristecía al conocer cuántos lugares del mundo no conocían de nuestro Señor Jesucristo. Este pesar se agravaba al ver a tantos niños, jóvenes, hombres y mujeres que desconocían y no se involucraban en este mandato de nuestro Señor: “Id y haced discípulos”. Desde este momento sentí el mover del Señor para servirle con todo mi ser, en los diferentes roles que me tocaba vivir.

Esposa

Durante nuestro tiempo en esta congregación de Miami, el Señor me llamó al campo misionero, específicamente a la República Dominicana. Oré constantemente para que nuestro Dios confirmara ese llamado con mi esposo, porque entendía claramente que éramos una sola carne y Dios no me llamaría a mí sin llamar a la cabeza del hogar. Luego de cuatro años mi esposo fue llamado por el Señor, ¡y hacia República Dominicana! Era una “Diosidencia”: mi esposo no sabía de mi llamado ni del país al que sentía debíamos ir. Nos dispusimos a obedecer y vendimos nuestra casa, regalamos los carros, nuestro Pastor nos dio su bendición y consejo, y partimos junto a nuestros tres hijos con los recursos que Dios nos había provisto, en obediencia al llamado que nos daba.

Como esposa de un misionero la tarea es bastante fuerte. Son muchas las horas y días donde él no está en casa, por sus viajes, pero donde mis rodillas están en el suelo suplicando por él. En los momentos donde la dificultad financiera o de salud, el tener lejos a nuestros padres, la tristeza, o las desilusiones se hacían presentes, solo me sostenía el buscar en cada madrugada y en todo tiempo el refugio en Su Palabra y la oración. En el momento que nuestros recursos y la ayuda que nos enviaba nuestra iglesia ya no alcanzaba, solo orábamos y le pedíamos a Dios un milagro, porque estábamos seguros del llamado que Dios nos había dado. En este caminar, un misionero americano conoció a mi esposo y le habló de la Junta Internacional de Misiones de las Iglesias Bautistas del Sur de los Estados Unidos(IMB). Nos sometimos a cumplir con los requisitos de la IMB y nos aceptaron, comisionándonos a República Dominicana. Dios nos seguía confirmando su voluntad.

Por medio de su gracia, el Señor me ha permitido ser la ayuda idónea para mi esposo; alentándolo, cuidándolo, aconsejándolo, consolándolo en los momentos de tristeza, cansancio, y desilusión. Nuestra relación como pareja en el campo misionero ha sido bendecida. Esta es un área que puede ser difícil para nosotras: al ver a nuestros esposos involucrándose horas y horas en trabajos fuera de la casa, la soledad y el desanimo pueden convertirse en fortalezas que Satanás puede usar para desviarnos de la misión a la cual Dios nos llamó. La realidad es que podemos aprender a vivir el ser una sola carne y depender totalmente en la providencia de nuestro Salvador.

Madre

Cuando nació nuestra primera hija, tomé la decisión de quedarme casa, renunciando a mi profesión y a todo lo que una mujer profesional aspiraba. Nosotros sabíamos que Dios tenia un rol específico como madre y cuidadora del hogar, y estábamos conscientes de los sacrificios que eso implicaba para el “bienestar material” de nuestra familia. Por muchos años eso trajo carencias materiales, hasta el punto de tener que comprar ropas usadas y vivir con un presupuesto muy bien administrado. El ser una madre misionera no es un tropiezo para mi servicio al Señor, todo lo contrario: mientras cuidaba de nuestros hijos, Dios me permitía el usar mis dones en diferentes contextos. Intercedía por las necesidades de los santos, servía en el cuidado de niños el domingo en la iglesia, y aconsejaba bíblicamente a hermanas para que pudieran asumir el papel diseñado por Dios con relación a sus esposos e hijos.  Nuestros hijos vieron el servicio al Señor como un privilegio y algo natural que modelaban sus padres.

También formaban parte en el servicio de la iglesia desde pequeños, ya fuese a ayudar a limpiar el templo, a ayudar a los pobres, a ayudar a cuidar ancianos, o a servir en la adoración. Aunque el llamado fue para mi esposo y para mí, pedimos al Señor que nos diera la sabiduría para que nuestros hijos formaran parte del equipo, y hemos procurado respetar y apoyar los dones y talentos de nuestros hijos. Es nuestro papel el enseñarles a mirar a la cruz y no a las personas ni las circunstancias que quieran interferir con lo que Dios les ha llamado hacer. Desde que estaban en mi vientre yo oraba por mis hijos, para que fueran adoradores para el Señor. Desde muy pequeños vi el talento que exhibían en la música, y el Señor se encargó de darles instrumentos y maestros que muchas veces ni nos cobraban. No podemos dejar de orar a Dios por su orquestación: Él es capaz de hacer mucho más de lo que imaginamos. Aunque los llamados fuimos mi esposo y yo, puedo decir que nuestros hijos también son misioneros. Muy pronto mis dos hijos mayores partirán hacia los Estados Unidos a Boyce College del Southern Baptist Theological Seminary, ya que han respondido al llamado del Señor.

Misionera

Mi primer campo misionero ha sido mi hogar, con la mira en dejar un legado a nuestros hijos, sirviendo junto a ellos, y que ellos fueran parte del gran privilegio y bendición que Dios nos había dado al ser misioneros y cumplir el mandato de la Gran Comisión en un país fuera del nuestro. Durante estos preciosos 10 años que el Señor nos ha permitido ser parte de su obra en esta preciosa isla de República Dominicana, lo debemos todo a Él, por su gracia y para su gloria. He visto docenas de iglesias ser plantadas, servido en diferentes ministerios, y participado en diferentes conferencias en varios países. Pero también he podido cocinar a tantos hermanos, servirle a pobres y ricos, y orar por cientos de personas. La obra no la hemos hecho nosotros. Aquello que he logrado como esposa, como madre o como misionera no ha sido en mis fuerzas sino en las Suyas.

En verdad, no son mis logros sino que son los Suyos en mí. Como latina siempre he tenido una carga en mi corazón, y es mi oración que América Latina sienta el peso de obedecer el mandato que Dios nos ha dado en Su Palabra de ir hasta lo ultimo de la tierra cumpliendo la Gran Comisión. El mes de marzo del 2014 emprenderemos una nueva asignación misionera en la Ciudad de México DF, donde correremos detrás de Dios de rodillas, fundamentados en Su Palabra, confiando que el que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. A pesar de no haber nacido en un hogar cristiano, mi esposo y yo hemos visto a Dios obrar de manera maravillosa en el campo misionero. ¿Te animas a obedecer la Gran Comisión? La gloria sea a nuestro Dios.

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