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Parece que tarda, pero te ha visto y oído y no eres un número de expediente. Te tiene contados los cabellos de la cabeza y cada lágrima ha sido almacenada diligentemente por Sus mismas manos, las que te formaron con amor dentro de tu madre.[1]

Su instrucción de perdonar no es un comando frío que olvida la devastación de la maldad cometida; es una invitación a descansar en Su ira santa, una que espera ser desatada como un toro bravo que no mide fuerza y que siempre será dirigida con perfecta justicia. Espérala sabiendo que hay lugar para llorar de rabia, porque lo que has atravesado en manos de la maldad no es poca cosa.

Nuestro Cristo se encarnó para defender la gloria de Dios y así pulverizar las obras oscuras que fluyen sin esfuerzo desde la caída en Edén, y aún desde las filas de Su propio ejército. Misteriosamente, Jesús permite que la cizaña crezca mezclada con el trigo… y a nosotros nos cuesta distinguir; no vemos bien y confiamos, pero recuerda que para Él la noche más negra es como el mediodía y nadie puede esconderse de Sus ojos.[2]

Mira al Cordero de manos perforadas, clava tus ojos en los Suyos, porque Él pagó el precio de cada injusticia y ya vuelve a reinar con toda verdad

Él es tres veces Santo y te hizo portador de Su imagen. Tu ira ante lo que sufriste en manos de sepulcros blanqueados refleja también a tu Creador, porque esto no es como debería ser y tu alma lo sabe bien, ¡No has perdido la cabeza! El fuego que te arde desde adentro tiene su origen en el mismísimo Santo que volteó las mesas en las que intentaban reducir al León de Judá a bandejas de carne empacada para la venta.

Sé que tu ardor se embravece con versos fuera de contexto que tratan de minimizar y hasta justificar las atrocidades que viviste. Tu estómago se contrae con esas oraciones vacías y sientes desfallecer al ver que el circo sigue como si nada hubiera pasado, pero, amado, no entretengas tu mirada allí. Mira al Cordero de manos perforadas, clava tus ojos en los Suyos, porque Él pagó el precio de cada injusticia y ya vuelve a reinar con toda verdad.

Los poderosos que se apoyan en su propia prudencia siempre terminan mal, ¡te lo recuerdo! Aunque por ahora salgan bien librados, reciban ovaciones o disciplinas mediocres que no comprenden el verdadero objetivo del amor (el cual desea con todas las fuerzas ser sal para la herida putrefacta) y se conforma con maquillar para seguir andando… ten paciencia porque ya viene el día.

En el día del juicio, los títulos y la aprobación humana serán desintegrados en el fuego consumidor de Su perfecta balanza; lo que determinará cada destino será el fruto y no la labia, será el carácter y no el carisma. Tu desnudez estará eternamente cubierta y los arrogantes serán desnudados sin remedio. Ruega por sus almas mientras haya tiempo. Lo que les espera se les escapa de la imaginación; están ciegos con la escuálida gloria que hoy gozan… Ten compasión de ellos mientras esperas viendo a tu Jesús a los ojos; calma tu llanto yendo a Sus brazos. El que sabe todo y juzga con perfecta justicia sosteniendo la bandera del Amor, está de tu lado.


[1] Mt 10:30; Sal 56:8; Sal 139:13.
[2] Heb 4:13.
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