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Casi parece un truco. Quienes fuimos hechas para soñar con ser madres también nacemos con una especie de anestesia que nos impide considerar profundamente las realidades que rasgan el alma como pocos túneles humanos logran hacerlo… nos embarcamos en una pequeña canoa, como esas de Xochimilco, adornadas con flores y música. Por lo general, el río empieza fluyendo suave, el recorrido se va poniendo más intenso, oscuro y abrumador. Entramos a un túnel que nos sorprende con sensaciones que no habíamos presupuestado. En ocasiones, cerramos los ojos y queremos bajarnos…

Como en esa mañana del día en que se festejaba a las mamás y vi la primera notificación. No es lo que esperaba. Una amiga del grupo de apoyo escribió desesperada: su amada chica adolescente a la que dan acogimiento temporal se había escapado la noche anterior… Tantas preguntas, tanta angustia, tanta culpa, tanto enojo.

La corriente está violenta. El túnel muy oscuro….

Como cuando la señora hermosa y sencilla, hogareña y servicial, no ha podido dormir. Los corazones rotos y el insomnio vienen de la mano, al parecer. Ya está lista para ser abuela pero no de esta manera… no en este desorden, no rompiendo hogares, disminuyendo votos, machucando lo sagrado, así no. ¿Qué hace una mamá con un hijo perdido que está enredando la vida de toda una familia?

Nuestro Cristo nos conoce desde adentro y nunca ha dejado de navegar en nuestra canoa

La canoa parece tambalearse demasiado, no se ve luz por ninguna parte…

Como esa pesadilla innombrable que saltó a la vista como rata sucia de alcantarilla. La preciosa pequeña de tan solo cinco años ha descrito a su mamá con palabras y acciones —que una nena no debería conocer— cómo un adulto, supuestamente seguro, tomó ventaja. Esa mamá no puede con este grado de impotencia, de duelo y de rabia…

¡Las paredes del túnel parecen estar forradas de tarántulas! ¿Por dónde habrá un rayo de luz? ¿Cuándo termina el recorrido? ¿A dónde se fue el arrullo de las canciones de cuna? El agua ruge y entra a la canoa… Una espada nos atraviesa el alma.

No. Este llamado a la maternidad no trae truco. Trae susurros de una mejor esperanza, una que sobrepasa los estándares de cuentos de hadas, de finales felices sin gloria, sin trascendencia ni transformaciones profundas que excluyen el misterio. Esa ilusión inicial al subirnos a la canoa adornada no alcanza para llegar a la meta, y nuestras fuerzas tampoco.

El que fue atravesado hasta la muerte, atravesó el valle más oscuro para traernos a la luz y nos ha prometido jamás abandonarnos

«… En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma» (Lc 2:34-35). Sí, esas palabras del anciano Simeón en el templo, fueron acerca de Jesús, para sus padres, especialmente para María… pero me es inevitable pensar en cómo las madres de los párrafos de arriba saben leer esas palabras con otros lentes. Recibir un hijo en brazos implica que, eventualmente, entraremos a nuestro propio túnel oscuro y una espada atravesará nuestra alma, no para obtener salvación ni aprobación, sino porque somos madres en un mundo caído en proceso de ser completamente restaurado.

Nuestro Cristo, el sumo sacerdote que no es incapaz de compadecerse de nosotros, nos conoce desde adentro y nunca ha dejado de navegar en nuestra canoa. El que fue atravesado hasta la muerte, atravesó el valle más oscuro para traernos a la luz y nos ha prometido jamás abandonarnos y no solo sostenernos para soportar, sino recompensarnos y revertir el sufrimiento, en el debido tiempo. Él ve, Él sabe, y ese corte profundo servirá como una cirugía que nos hará posible vivir más allá de nuestras capacidades, dependiendo de Su gracia, buscando luz en Su Palabra y esperanza en Su voz.

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