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Nahum – Habacuc y Apocalipsis 9-10

“Me mantendré alerta,
me apostaré en los terraplenes;
estaré pendiente de lo que me diga,
de su respuesta a mi reclamo”
(Habacuc 2:1*)

Es posible que nuestro mundo no esté más convulsionado y más inmoral que antes, pero lo cierto es que los escándalos, los malos manejos, y la corrupción son infinitamente más visibles y evidentes al ojo público que hace solo unos años atrás. Hoy nadie se salva de una intercepción telefónica, un video grabado de manera subrepticia, o un cercano infidente que pone en evidencia los secretos que parecían mejor guardados en todos los medios y redes sociales. Por supuesto que estos sucesos generarán escándalos que harán eco por todas partes y que serán carne de cañón para miles y hasta millones de comentarios que circularán alrededor del mundo a la velocidad de la luz.

Situaciones como esta, y como miles de otras alrededor del mundo, han hecho que una permanente nube de escepticismo se cierna, por ejemplo, sobre las diferentes clases políticas. Son notables las peleas entre los medios de comunicación y los presidentes de las grandes potencias occidentales. Nuestra región está en efervescencia política y social producto de situaciones que se han salido de control y que, lamentablemente, se buscan explicar con frases del tamaño de un tuit y que solo añaden más leña al fuego de la crisis. Ante tales cosas, ¿no tenemos derecho a mantenernos en un sano y prudente escepticismo? Pero no el escepticismo barato de la duda absoluta y el silencio oscuro y cínico que nunca se disipa, sino el que se demuestra cuando uno no está dispuesto a aceptar todo lo que se le dice sin antes buscar entenderlo, evaluarlo, y luego de una debida reflexión. 

Justamente, Habacuc fue un profeta muy fuera de lo común. En todo el libro demostró tener una mente muy inquisitiva y una indisposición a quedarse satisfecho con entender solo la mitad de las cosas. Algún comentarista bíblico lo denomina como el primer “escéptico” de la historia. ¿Quién es un escéptico? Hoy es una persona que vive en permanente duda, un descreído y desconfiado; finalmente, un suspicaz. Hoy esta de moda ser escéptico. El problema es que el nuevo escepticismo da por sentada la permanente incapacidad del ser humano por conocer la verdad. No hay argumentos que valgan, ni pruebas que se presenten para que el dudoso escéptico cambie de opinión. Al parecer todo razonamiento es infructuoso, especialmente en los terrenos espirituales porque consideran, a priori, la credulidad como un defecto, un infantilismo inaceptable que debe ser desaprobado por toda lógica del siglo XXI. El optimismo religioso es irracional y no pasa por los asientos de la mente, sino por las oscuridades de la sospechosa fe. ¿Quién se va a atrever a siquiera buscar alguna respuesta con tamaño argumento?

Habacuc esperaba que la soberanía y la sabiduría de Dios se manifestara en medio de la terrible coyuntura en la que estaba viviendo.

El cristianismo ha sido acusado de ser anti-racional. Ahora está de moda hablar mejor de un cristianismo místico no confrontacional. Al arrinconar la fe a terrenos individualistas y subjetivos, toda experiencia no tiene realidades objetivas en las que apoyarse. Se ha despojado a la fe la posibilidad de poder interpretar la realidad y poder compartir con el mundo más allá de las cuatro paredes de la iglesia. Sin embargo, la fe cristiana fue concebida por Dios para andar en libertad en medio de los seres humanos. Pero hoy, ellos mismos la han encarcelado dentro de las catedrales, los pensamientos místicos secretos, y juzgada y condenada a cadena perpetua por el flagrante delito de la irracionalidad. Solo algunos santurrones podrán visitarla los domingos, pero sin intentar obtener nada de ella que les sirva para el mundo real.

Habacuc, un profeta y hombre creyente, era también un hombre de preguntas difíciles, de grandes cuestionamientos, pero siempre con una abierta disposición a escuchar las respuestas que venían de Dios. Más allá de ser un emisario de Dios ante los seres humanos, fue un interlocutor que llevó las preguntas de los seres humanos al corazón de Dios. Para muestra, un botón.

Mira esta pregunta desafiante: “¿Hasta cuándo, SEÑOR, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento? Veo antes mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan contiendas. Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas” (Hab. 1:2-4). Solo las personas que han abierto las páginas de la Biblia más allá de sus prejuicios saben que en la mismísima Escritura se tratan los temas más álgidos y dolorosos de la humanidad con absoluta crudeza. Sin embargo, nuestros modernos “influencers” cuando hacen las mismas preguntas se creen los descubridores de la “pólvora”, cuando en realidad los temas más profundos ya han sido tratados hace varios miles de años. 

Habacuc esperaba que la soberanía y la sabiduría de Dios se manifestara en medio de la terrible coyuntura en la que estaba viviendo. Él necesitaba que el Señor a quien servía y en quien creía le diera una respuesta a sus dilemas y no solo un paliativo místico: “¡Tú, SEÑOR, existes desde la eternidad! ¡Tú, mi santo Dios, eres inmortal! Tú, SEÑOR, los has puesto para hacer justicia; tú, mi roca, los has puesto para ejecutar tu castigo. Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento. ¿Por qué entonces toleras a los traidores? ¿Por qué guardas silencio mientras los impíos se tragan a los justos?” (Hab. 1:12-13).

Dios siempre sorprenderá nos con sus geniales respuestas que van más allá de cualquier entendimiento humano.

La complejidad de las preguntas demandaba grandes réplicas. Sin embargo, Dios siempre sorprenderá con sus geniales respuestas que van más allá de cualquier entendimiento humano. El problema no es que Dios no quiera responder, sino que nosotros nos creemos absolutamente capaces de entender todas las respuestas de Dios, lo cual es verdadera soberbia y necedad. Habacuc hizo las preguntas adecuadas, pero como ser humano temporal y finito, fue incapaz de digerir por completo el plan y las respuestas de Dios. 

El Señor le responde al profeta que Él usaría a los caldeos para desestabilizar el falso orden que los hebreos habían constituido: “¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días cosas tan sorprendentes que no las creerán aunque alguien se las explique” (Hab. 1:5). Pregunto: ¿El que Dios nos entregue todas las respuestas y nos muestre hasta el más mínimo detalle bastará para que entendamos? Yo creo que no. Dejar el escepticismo es también un asunto de perspectivas, cuando entendemos nuestra pequeñez ante el tamaño de las respuestas que estamos esperando.  

Pongamos un ejemplo. Subimos a un avión y viajamos a no sé cuántos metros de altura y a no sé cuántos kilómetros por hora sin saber siquiera como esa maravilla se logra. Tenemos un vago entendimiento de cómo funciona la nave, pero su complejidad termina dejándonos abrumados. ¿Por qué subimos entonces? Simplemente porque somos capaces de confiar en la pericia y el conocimiento de los pilotos, y en la seguridad de la tecnología moderna y probada con que se desarrolló la nave. Cada día hay miles y miles de personas surcando los aires sin tener la menor idea de cómo están volando. ¿Cómo le llamamos a esta confianza que escapa a nuestro entendimiento? ¿Qué tal si la llamamos fe? ¡Bingo! Justamente, eso es lo que el Señor nos quiere demostrar cada día en su Palabra. Somos capaces de hacer las más grandes preguntas, y Dios es capaz de darnos las más complejas respuestas. Pero yo solo podré tomar todo aquello que mi mente finita pueda aceptar y podré hacerme un cuadro más o menos claro para encontrar respuestas, pero…

¿Qué hago con lo mucho que sobra? Pues allí está nuestra fe y confianza en nuestro “piloto” divino y gran Señor. Está claro que Habacuc hizo grandes y sabias preguntas, pero también recibió respuestas que no llegó a entender a cabalidad porque lo sobrepasaban. Eso, de seguro, le generaba más y más cuestionamientos. Por eso Dios, de manera amorosa, tuvo que decirle (no para aplastarlo, sino para que entienda sus propias limitaciones) que la fase final de sus grandes dudas tendría que dejarlas en las manos de un perito confiable: “Y el SEÑOR me respondió: ‘Escribe la visión, y haz que resalte claramente en las tablillas, para que pueda leerse de corrido. Pues la visión se realizará en el tiempo señalado; marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de cumplirse. Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá. El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe’” (Hab. 2:2-4, énfasis añadido). Lo que el Señor está pidiendo a través de la respuesta a Habacuc es firmeza en las convicciones, permanecer invariable ante las claras órdenes de Dios y con una absoluta confianza en el carácter de nuestro soberano Señor.

Para nosotros los cristianos, la fe no es algo que inventamos para sentirnos mejor o en lo que nos aferramos de forma subjetiva.

Para nosotros los cristianos, la fe no es algo que inventamos para sentirnos mejor o en lo que nos aferramos de forma subjetiva, como un placebo ineficaz que solo funciona porque me “la he creído”. La fe cristiana es Palabra de Dios que se manifiesta como respuesta a nuestro corazón angustiado por tener respuestas. Para que haya fe, Dios tiene que hablarnos porque solo la Palabra de Dios produce fe en el ser humano: “SEÑOR,  he sabido de tu fama; tus obras, SEÑOR, me dejan pasmado. Realízalas de nuevo en nuestros días, dalas a conocer en nuestro tiempo…” (Hab. 3:2).

¿Se puede ser creyente y escéptico? Es posible, siempre y cuando mi escepticismo nazca de una verdadera ansia por respuestas y no por una contumaz rebeldía o una absurda desilusión. El Apocalipsis nos lleva a encontrarnos con el juicio de Dios desatado sobre una humanidad obstinada e incorregible. Juan observa los resultados de la porfía humana y comenta con palabras llenas de dolor: “El resto de la humanidad, los que no murieron a causa de estas plagas, tampoco se arrepintieron de sus malas acciones ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera, los cuales no pueden ver ni oír ni caminar. Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus artes mágicas, inmoralidad sexual y robos” (Ap. 9:20-21). El más terrible escepticismo es el de la incredulidad inquebrantable que va acompañada de una terrible inclinación hacia la autodestrucción.

En el otro extremo está Habacuc. Él empezó su libro con graves cuestionamientos y dudas que no podían esperar por una respuesta. Cuando escuchó la voz de Dios pudo entender mucho del plan del Señor, y una cantidad aun mayor lo dejó absorto en su propia pequeñez. Pero lo que en realidad cautivó su alma fue llegar a conocer el poderoso corazón de su Creador, Salvador, y Señor. Un corazón confiable y lleno de respeto por sus criaturas, un Dios que ideó un plan que llevó a cabo para rescatar a sus criaturas indómitas. Por eso, el libro termina con un hombre lleno de confianza en Dios que ya no se dejaría intimidar por las circunstancias inhóspitas de cualquier tipo. Por el momento no tiene más preguntas, sino solo un canto de alabanza y confianza absoluta en el Señor a pesar de las circunstancias volátiles de las que solo escaparemos cuando el Señor retorne por segunda vez:

“Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya fruto en las vides;
aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado en los establos;
aun así yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!
El SEÑOR omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela
y me hace caminar por las alturas”, Habacuc 3:17-19.

Las gacelas tienen la peculiaridad de que sus delgadas patas son firmes, fuertes, y muy precisas. Con delicados saltos pueden pararse aún en las más altas cumbres al borde de profundos precipicios con una gracia y delicadeza que es digna de asombro. Esa destreza es la que descubrió Habacuc para caminar por las vicisitudes de la vida. No hay duda de que el Señor, a través de la obra de Jesucristo proclamada en el evangelio, nos ha hecho nuevas criaturas con capacidades diferentes para salir adelante y vivir nuestras vidas. Con fe tendremos la pericia suficiente para sortear nuestras propias incertidumbres, sabiendo aprovechar las respuestas a nuestras más inquietantes preguntas porque confiamos en el único que puede darnos las respuestas. Pero mejor que eso, puede hacer que sus planes amorosos se cumplan a cabalidad porque su voluntad es buena, agradable. y perfecta.


*Todas las citas bíblicas de esta reflexión son tomadas de la NVI.


Imagen: Lightstock.
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