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La primera iglesia que llamó a mi esposo a ser su pastor fue una iglesia pequeña en el sur de los Estados Unidos. Muchos de los miembros de la iglesia habían caminado con Cristo durante décadas, siguiendo las huellas de padres y abuelos que hicieron lo mismo. En general, la congregación era madura, bien enseñada, y era reconocida por su fidelidad a Cristo.

Su nuevo pastor tenía 25 años.

Recién graduado del seminario, él vino a la iglesia con un sincero amor por Cristo y sin experiencia alguna como pastor. Él aprendió a ser pastor un día a la vez, apuntando a las personas (con frecuencia personas que habían estado caminando con el Señor desde antes de que él naciera) a Cristo. A su vez, la congregación lo amó. Ellos sabían que él no tenía experiencia, pero no lo menospreciaron por su juventud; en vez, ellos recibieron su ministerio con gozo. Ellos sabían que él era su pastor, y ellos se propusieron ser ovejas dispuestas.

A través de las Escrituras, el pueblo de Dios es repetidamente comparado con ovejas. Somos “el rebaño de Dios” (1 P. 5:2), y nuestro pastor principal es Cristo. Él es el buen pastor (Jn. 10:14), el gran pastor (Heb. 13:20), el príncipe de los pastores (1 P. 5:4), y el único pastor (Jn. 10:16). Él es el perfecto rey pastor, completamente capaz de nutrir y proteger a su pueblo.

A medida que cuida de su rebaño, Cristo designa hombres en iglesias locales para servir como pastores bajo su autoridad (Ef. 4:8, 11). Estos ancianos, o ancianos y pastores, tienen la tarea de cuidar de las almas de las ovejas. Los ancianos de la iglesia local no gobiernan bajo sus propios méritos o de acuerdo a sus propios designios, sino como súbditos y delegados de Cristo, el príncipe de los pastores.

El deber y privilegio del rebaño es, entonces, gozosamente recibir el cuidado de sus pastores. Nuestros ancianos pueden parecer ser hombres comunes, pero bajo su liderazgo amoroso, recibimos el ministerio de Cristo mismo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿estoy dispuesto a ser pastoreado?

Identifícate como el rebaño

Antes de que podamos recibir el ministerio de nuestros ancianos, nos debemos identificar como el rebaño. Esto quiere decir que debemos públicamente unirnos a una iglesia local. Aunque la membresía de la iglesia es a menudo descartada en la práctica contemporánea, siempre ha sido la práctica del pueblo de Dios el ser contado y nombrado. Cuando el Señor redime a Israel de su esclavitud de Egipto, Él registró sus identidades en la Escritura (observa Nm. 1-3). Cuando Moisés necesitó asistencia para cuidar del rebaño de Israel, él designó hombres para juzgar a grupos de mil, de cien, de cincuenta, y de diez; individuos específicos asignados a un líder específico (Éx. 18:25-27).

Nuestros ancianos pueden parecer ser hombres comunes, pero bajo su liderazgo amoroso, recibimos el ministerio de Cristo mismo

Y Jesús mismo define a un verdadero pastor como alguien que conoce a sus ovejas específicas y cuyas ovejas específicas lo conocen a Él (Jn. 10:27). Más adelante, el apóstol Pedro recuerda a sus ancianos compañeros que tienen un deber con “los que les han sido confiados”, el pueblo específico que Cristo les encomienda bajo su cuidado (1 P. 5:3).

No somos el rebaño de Dios en un sentido general y abstracto. Somos ovejas específicas, en una sección específica del rebaño, bajo pastores específicos. Al unirnos a una iglesia local, nos sometemos al liderazgo de esos pastores para que ellos puedan conocernos y cuidar de nosotros.

Esto quiere decir que tomamos especial cuidado al unirnos a una iglesia en la que los ancianos cumplan con los requisitos de Dios para su vida y práctica. Las cualidades de un anciano no son un secreto (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:5-9; 1 P. 5:1-5). Dios las dio públicamente a la iglesia para que los creyentes puedan ser sabios en reconocer a aquellos hombres que son pastores moldeados por Cristo mismo.

No somos el rebaño de Dios en un sentido general y abstracto. Somos ovejas específicas, en una sección específica del rebaño, bajo pastores específicos

Ningún anciano será perfecto de este lado de la gloria, pero si los ancianos de una iglesia no tienen los dones de un anciano, no deberían servir como tales. Los creyentes deben tener cuidado de no unirse a una iglesia con pastores que no son aptos. Sin embargo, a una congregación donde ancianos piadosos buscan la ayuda de Dios para dirigir amorosamente al pueblo de Dios, podemos pertenecer gozosamente.

Es bueno ser ovejas dispuestas

En su libro para ancianos, Timothy Witmer describe el ministerio cuádruple de los pastores: conocer, nutrir, guiar, y proteger.

Como ovejas, debemos preguntarnos si estamos recibiendo voluntariamente este cuidado. ¿Te permites ser conocido por tus pastores, comprometiéndote como miembro de una iglesia local y siendo transparente con tus ancianos sobre lo que le preocupa a tu alma? ¿Recibes el alimento de tus pastores, asistiendo con entusiasmo a su predicación y enseñanza, y buscando su consejo bíblico uno a uno? ¿Sigues la guía de tus pastores, poniendo en práctica lo que ellos enseñan de la Palabra y apoyándolos mientras ellos toman decisiones sobre la vida de la iglesia? Finalmente, ¿te sometes gozosamente a la protección de tus pastores, tomando en serio las advertencias en contra del pecado y la falsa enseñanza, y permitiéndoles rescatarte si te desvías hacia el peligro espiritual?

El autor de Hebreos exhorta a la iglesia local en esta manera:

“Acuérdense de sus guías que les hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imiten su fe… Obedezcan a sus pastores y sujétense a ellos, porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta. Permítanles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para ustedes”, Hebreos 13:7, 17.

No debemos olvidar que somos ovejas bajo el cuidado de pastores; debemos recordar a nuestros pastores (Heb. 13:7). Debemos orar por ellos, aprender de sus enseñanzas, mirar su ejemplo, someternos a su autoridad, y reconocer la enorme responsabilidad que le deben a Cristo.

Como ovejas, debemos preguntarnos si estamos recibiendo voluntariamente el cuidado pastoral

Al hacer estas cosas, haremos de su trabajo de pastorear un privilegio gratificante y deleitoso, en lugar de una carga. Tiene sentido que las ovejas gozosas y dispuestas sean una bendición para el pastor, pero el escritor de Hebreos concluye estos versos con un giro inesperado. Sí, ser una oveja sumisa es una bendición al pastor, pero también es una bendición para la oveja. Cuando nos acordamos de nuestros líderes, ¡es una ventaja para nosotros!

Sin importar cuán comunes o inadecuados puedan parecer nuestros pastores, ellos son el regalo de Cristo a su iglesia (Ef. 4:8, 11). Y cuando estamos dispuestos a ser pastoreados por ellos, será para el bien eterno de nuestras almas.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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