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El reformador por accidente: Hans Gooseflesh

Martín Lutero no estuvo solo hace 500 años. Y no está solo hoy. Para marcar los 500 años de la reforma, Desiring God preparó una serie con un artículo nuevo cada día por el mes de octubre a través de personajes claves de este evento.

Hans Gooseflesh llegó a la mayoría de edad en vuelta del siglo XIV al XV, cuando el pensamiento de la época era “Dios debe estar enojado”. Sus padres y abuelos fueron la generación que presenció a la Peste Negra eliminar un tercio de la población del continente. En algunas aldeas europeas, murieron hasta el 60% de las personas.

Él nació en una familia clase alta. Su papá era un orfebre (“Compañero de la Menta” le decían), un fabricante de monedas y medallas. Mientras se paseaba en el taller de su padre cuando era niño, sin duda quedaba maravillado y probablemente hasta asistió en el proceso de preparar monedas. El metal fundido era vertido en moldes. El molde estaba hecho de un material tan fuerte que dejaba la impresión de la moneda en el metal. Ese molde era engravado meticulosamente, a mano, a un acero templado, por artesanos que usaban herramientas afiladas como joyas, capaces de separar el hierro del hierro tan fácil como sacar mantequilla de un palo.

Intento fallido

Pero a Hans no le tocaría heredar el negocio familiar. Un levantamiento de gremios contra los empleadores, incluyendo al padre de Hans, llevaría a la familia a mudarse a Eltville. Así que Hans necesitó buscar otras oportunidades laborales.

A raíz de la devastación de la plaga, el catolicismo romano fomentó un mercado extraordinario de bienes y servicios religiosos. Además de la venta ambulante de rosarios, imágenes, y crucifijos para proveerle a los fieles y los penitentes, emergió una industria extraordinaria que atrajo a cientos de miles de peregrinos católicos para ver las reliquias recuperadas de Tierra Santa.

Un ojo de buey era una insignia con un espejo que podías usar cuando visitaras las reliquias. La idea era que si el espejo en la insignia captaba el reflejo de alguna reliquia, pues, ¿cómo no saldrías bendecido? La Catedral de Aache tenía cuatro de esas grandes reliquias. Aún hoy las tiene. Ellas son: El manto de María, pañales de Cristo, la ropa de Juan cuando fue decapitado, y taparrabos de Cristo. Hans Gooseflesh inició una empresa que apuntaba a manejar el mercado por los ojos de buey en el peregrinaje de Aachen de 1439, que supuestamente traería más de 100,000 peregrinos. Usando su pericia en crear monedas, él planeaba producir 32,000 ojos de buey y lograr una ganancia de 2,500% en su trabajo. Desafortunadamente, ese año trajo pocas visitas. El plan falló. Hans y sus inversionistas lo perdieron todo. Pero en el proceso de ingeniería de los ojos de buey ellos crearon una propiedad intelectual significativa.

Limones en libros

La transmisión de conocimiento estaba pasando de lo oral a los manuales, directorios, y las historias. La gente quería libros. La demanda era suplida mayormente por copistas y escribas que, trabajando incansablemente, tal vez lograban sacar un solo volumen de comentario bíblico cada cinco años. La impresión en madera ayudó a proveer más libros, pero la madera no permitía errores, se rompía fácilmente, y estaba limitado a un solo uso.

Hans Goosflech hizo limonada de los limones de su fallida empresa de ojos de buey. En el proceso de investigar cómo hacer regalos de viaje para los peregrinos, él concibió un método de hacer formas en las cuales un conjunto de caracteres de metales podía unirse para crearse un bloque de metal en vez de madera que pudiera usarse para imprimir palabras leíbles en una página, luego separarlas, reordenarlas, y reusarlos para crear nuevas formas para otros proyectos diferentes. Era una variación de los moldes que usaba en su niñez para crear esos pequeños mercenarios de metal listos para ser desplegados una y otra vez.

Reiniciando la historia

Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg (aquí presentado con el anglicismo “Hans Gooseflesh”) murió cincuenta años antes de que Martín Lutero clavara sus 95 tesis. Él nunca predicó un sermón. Nunca escribió un tratado teológico. De hecho, fuera de su epónima Biblia de Gutenberg, hizo un buen negocio imprimiendo indulgencias papales. Él fue un reformador solo por accidente. O, más bien, por gracia común. Pero la adaptación repentina de la industria de imprenta al sistema de Gutenberg creó un sistema de producción y distribución que permitió que los libros de Lutero ocuparan un 30% de los siete millones (¡!) de libros en Alemania entre 1518 y 1525.

Los chinos habían inventado este tipo de sistema siete siglos antes, pero su modo de escritura era muy complejo como para poder usarlo. El mundo musulmán resistió el uso de la imprenta por cuatrocientos años después de su invención. Así que en una única ventana histórica, Dios levantó a un fabricante no tan estelar para abrir el camino para que un monje espiritualmente torturado, y sus seguidores, reclamaran la palabra de Dios y reiniciaran la historia de la redención.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Jairo Namnún.
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