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Puede que sea el más sorprendente de los requisitos para el oficio de maestro en la iglesia. Por supuesto, los pastores-ancianos deben ser “aptos para enseñar”. ¿”No dado a la bebida”? En efecto. ¿Pero, “gozar de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia”? Espera. ¿Tienen algo que decir los de afuera sobre quién lidera en la iglesia?

La iglesia está justo donde Satanás la quiere cuando los ancianos caen en descrédito entre los de afuera

Comenzando en 1 Timoteo 3:1 (con la aspiración a la obra), el apóstol Pablo da quince requisitos para el oficio pastoral. Los primeros doce se centran en el carácter y la vida privada, casi sin explicación (y sin sorpresas reales). Sin embargo, va más lento y da más contexto para los tres últimos. El último requisito que menciona (la lista claramente no pretende ser exhaustiva) es casi con certeza el más sorprendente: “Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo” (1 Ti 3:7).

Buena reputación entre los de afuera de la iglesia, ¿cuántos de nosotros hubiéramos imaginado esto? Algunos de nosotros, incluso, podríamos haber asumido lo contrario: que el desdén colectivo de los no creyentes en realidad podría mostrar la gran arma que un hombre sería para el reino de Cristo.

Ellos crucificaron a Cristo

Sin duda, hay lugar para tener una indiferencia santa hacia lo que piensan los incrédulos. Después de todo, no deberíamos estar desprevenidos cuando “restringen la verdad” de Dios como creador y sustentador (Ro 1:18), como orador (en las Escrituras), y como redentor (en el evangelio). No debemos estar desconcertados cuando el mundo actúa y responde como el mundo.

¿No son las palabras del mismo Cristo las que mejor nos preparan para no tener “buena reputación” entre los de afuera? “Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí” (Mt 5:11). “Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra” (Lc 4:24). “Si al dueño de la casa lo han llamado Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa!” (Mt 10:25). “¡Ay de ustedes, cuando todos los hombres hablen bien de ustedes!” (Lc 6:26). El mundo crucificó a Jesús. Los de afuera martirizaron a los apóstoles, uno tras otro. Sin duda, deberíamos prestar muy poca atención a lo que piensan los de afuera, especialmente lo que piensan sobre aquellos que declaran la verdad.

Y, sin embargo, aquí, como requisito final para el oficio eclesiástico, escuchamos que los pastores-ancianos deben ser “de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia”.

¿Intentar complacer a todos?

En Cristo, tenemos buenas razones para no dejarnos impresionar por la opinión de los de afuera. Pero también debemos tener cuidado de permitir que una verdad bíblica se disfrace como el todo.

Para algunos, al menos, puede ser fácil acomodarse en una falta de preocupación no santa y descuidada por lo que piensan los de afuera, pero las Escrituras dicen más que simplemente hacerte de oídos sordos a la oposición u hostilidad externa. Aquellos de nosotros que estamos sorprendidos por el requisito final, probablemente tropezaremos con lo mucho que el Nuevo Testamento tiene que decir acerca de tener una preocupación genuina (aunque no definitiva) por lo que piensan los incrédulos.

Los de afuera nos importan porque son importantes para Cristo

Recordamos a Pablo por declaraciones como Gálatas 1:10: “¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo”. 1 Tesalonicenses 2:4 dice: “así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones”. Sin embargo, este mismo apóstol también escribe, en 1 Corintios 10:33: “yo procuro agradar a todos en todo”.

Entonces, ¿cuál es? ¿Buscamos agradar a los hombres o no? ¿Buscamos la aprobación humana o no? ¿Y cómo, más específicamente, los pastores-ancianos deben relacionarse con los que están afuera de la iglesia?

Relaciónate con los de afuera

De las voces apostólicas, Pablo es el que tiene más cosas que decir acerca de los “de afuera”. Su primera mención de “los de afuera” en 1 Corintios 5:9, aclara que sus instrucciones anteriores de no andar “en compañía de personas inmorales” no se referían a los inmorales del mundo, sino a los inmorales en la iglesia (1 Co 5:10). Su objetivo no era separarse de los de afuera, sino del “que llamándose hermano” permanece en pecado sin arrepentirse (1 Co 5:11).

“Pues ¿por qué he de juzgar yo a los de afuera? ¿No juzgan ustedes a los que están dentro de la iglesia? Pero Dios juzga a los que están fuera. Expulsen al malvado de entre ustedes”, 1 Corintios 10:12-13.

Para ser fieles a la iglesia y al mundo, juzgamos dentro de la iglesia en asuntos de pecado de primer orden (sin juzgarnos unos a otros en asuntos secundarios, Ro 14:3-4; 10; 13). Pero cuando el apóstol nos impone esta carga, nos quita otra. “Dios juzga a los que están fuera”. Somos liberados de la necesidad de juzgar “a la gente inmoral de este mundo, o a los codiciosos y estafadores, o a los idólatras” (1 Co 5:10). Más bien, felizmente nos relacionamos con los de afuera y buscamos ser un medio para su redención, al exponerlos al evangelio de Cristo y su fruto contraintuitivo en nuestras vidas.

Pon atención a los de afuera

Pablo describe una preocupación saludable por la reputación del evangelio en otra parte de su carta. Ya sea por la conducta de las viudas (1 Ti 5:14), esclavos (1 Ti 6:1; Tit 2:10), o mujeres jóvenes (Tit 2:5), Pablo quiere que busquemos “adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto” (Tit 2:10) y no traer ninguna injuria al nombre, enseñanza, y palabra de Dios (1 Ti 6:1; Tit 2:5). Quiere que nos preocupemos por mostrar “toda consideración para con todos los hombres” (Tit 3: 2), y que nos preocupemos de que nuestras buenas obras sean “buenas y útiles para los hombres” (Tit 3:8).

Para el apóstol, y para Cristo, es importante que se “conduzcan honradamente para con los de afuera” (1 Ts 4:12), y debería importarnos a nosotros. Cristo espera que su iglesia, en el poder de su Espíritu: “Anden sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona” (Col 4:5-6).

Y mientras damos una respuesta y brindamos una defensa a cualquiera que pregunte la razón de la esperanza que hay en nosotros, Pedro agrega su voz a la preocupación por los de afuera: “Háganlo con mansedumbre y reverencia, teniendo buena conciencia, para que en aquello en que son calumniados, sean avergonzados los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo” (1 P 3:15-16). Nuestra defensa no son solo palabras cuidadosamente elegidas, con un comportamiento amable, sino una vida que beneficia a los demás, incluso a los de afuera. “Esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, ustedes hagan enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos” (1 P 2:15).

Pregunta sobre de los de afuera

Pero debemos volver a la propia explicación de Pablo sobre este requisito. Por sorprendente que parezca, esta preocupación por los de afuera en realidad lo convierte en un requisito final apropiado, ya que hace eco (y amplía) del primer y fundamental requisito: “ser… irreprochable”. Quizás inicialmente el énfasis estaba en los ojos de la iglesia, pero ahora vemos que la reputación de un hombre también importa más allá de la iglesia.

El mundo no elige a los líderes de la iglesia. Los pensamientos y opiniones de los de afuera no son definitivos. Pero sí importan

La propia explicación de Pablo de “una buena reputación entre los de afuera de la iglesia” es esta: “para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo” (1 Ti 3:7). La preocupación es el “descrédito” (o “reproche”, oneidismos en griego). De seguro, no todo descrédito. Pero un descrédito innecesario. Un reproche injusto. El descrédito, de los de afuera, que es apropiado debido a las actitudes o acciones pecaminosas presentes en los líderes de la iglesia. En cierto sentido, por supuesto, todo cristiano representa a Cristo y, sin embargo, lo que está en juego es aún mayor cuando la iglesia reconoce formalmente a algunos como ministros. Sus fracasos públicos hacen un daño aún mayor al nombre de Cristo y su iglesia.

Tal “descrédito”, entonces, es un “lazo del diablo”, una trampa que le encanta tender para hundir la fe de algunos y solidificar a otros aún en su incredulidad. La iglesia está justo donde Satanás la quiere cuando los ancianos caen en descrédito entre los de afuera. ¿Por qué? Porque el diablo quiere mantener a los de afuera alejados del evangelio. Quiere que los de afuera continúen estando allí: afuera. Le encanta cuando los líderes cristianos, de todas las personas, dan a los de afuera un motivo de disgusto. Una cosa es ser necio por Jesús, y otra muy distinta es ser necio tanto para el cielo como en el mundo. Entonces, preguntamos sobre los de afuera cuando consideramos candidatos para un oficio: ¿Qué piensan ellos y por qué?

¿Debe estar alguien más en la audiencia?

Si bien debemos preocuparnos e investigar lo que piensan los de afuera sobre nuestra iglesia y sus pastores, Jesús es muy claro de que no servimos a dos amos. Tenemos un Señor. En primer lugar, agradamos a Cristo, no al hombre. Nuestra lealtad final es a Él, nuestro Dios. Sin embargo, como hemos visto, Cristo no es nuestra única audiencia. Él es definitivo, pero no está solo. También buscamos agradar a los demás cuando no entra en conflicto con agradar a Dios. Oramos por ambos. Nuestro objetivo es agradar a Dios y también a los hombres.

La vida en un mundo caído, por supuesto, no siempre es tan fácil. A veces, y quizás cada vez más en los días venideros (como en los tiempos de la iglesia primitiva), agradar a Dios y agradar al hombre estarán en desacuerdo. Y cuando llegamos a tales coyunturas, los cristianos dicen, con Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5:29). En cuanto a nuestra primera y última lealtad, decimos con Pablo: “No hablamos para agradar a los hombres, sino para agradar a Dios” (1 Ts 2:4).

Por qué preocuparse por los de afuera

El mundo no elige a los líderes de la iglesia. Los pensamientos y opiniones de los de afuera no son definitivos. Pero sí importan. No los ignoramos, ni presumimos que el descrédito es una señal de fidelidad. La respuesta bíblica a  la pregunta ¿debería importarnos lo que piensen los de afuera? es tanto sí (y más aún) como no. Pero lo más significativo es el por qué: para que sean salvos. Queremos retener a las ovejas creyentes en el redil, así como traer más:

“A los que están sin ley, como sin ley, aunque no estoy sin la ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo, para poder ganar a los que están sin ley… A todos me he hecho todo, para que por todos los medios salve a algunos”, 1 Corintios 9:21-22.

“No sean motivo de tropiezo ni a judíos, ni a griegos, ni a la iglesia de Dios; así como también yo procuro agradar a todos en todo, no buscando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos”, 1 Corintios 10:32–33.

Al final, los de afuera nos importan porque le importan a Cristo. Él tiene otras ovejas que traer al redil (Jn 10:16). Él se deleita en convertir a los de afuera en amigos y hermanos. Y es nuestro deseo y oración que muchos más en nuestras ciudades le pertenezcan a Él (Hch 18:10).

Los de afuera nos importan porque eso fuimos todos una vez. Pero hemos sido traídos. Y los buenos pastores saben, de primera mano, que Cristo ama hacer de nosotros, que una vez éramos los frágiles “de afuera”, sus medios para atraer a otros y para guiar a su iglesia con tales corazones, sueños, y oraciones.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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