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Uno de los principales obstáculos para el desarrollo de los matrimonios es la disociación que hay entre muchos de los consejos matrimoniales y la sangre de Jesús. Quizás tienes una expresión de sorpresa en el rostro, pero, ¿sabes qué?, lo digo porque es verdad. Según Dios, inscrito en el propósito del matrimonio está la sangre de Jesús:

“Las esposas respeten a sus esposos como al Señor. Porque El mismo es el Salvador…Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio El mismo por ella”, Efesios 5:22-27.

La sangre de Jesús señala la cruz, y la cruz modela para los casados el corazón del amor sacrificial y la actitud del agradecimiento incondicional de Cristo. Pero muchos consejos no van en esa línea.

Ante los diversos problemas que acompañan la vida matrimonial, muchos consejeros procuran tratar los síntomas y lograr satisfacer los deseos individuales de cada uno, tratando de convencernos de que nuestros gustos son en realidad “necesidades”. En tales casos, el consejero es situado como un arbitro o juez, porque el esposo dice que ella es la culpable, y ella dice que él es el culpable. Y cuando escasamente se logra cortar la tela del juicio, la encomienda es que identifiquemos y requiramos del otro nuestras necesidades de afecto, sexo, intimidad, entretenimiento, comunicación, atracción física y apoyo financiero, entre otras cosas. En resumen el problema es que, “el otro no está llenando mis necesidades”, y la solución es que lo haga.

Para otros, la solución es un cambio de expectativas, pues altas expectativas generan grandes desilusiones. La idea es disminuír las expectativas de satisfacción sexual, intimidad, comunicación y admiración de uno al otro, entre otras cosas. Si somos honestos, muchos estamos ahí o hemos pasado por ahí. Muchos conocemos el camino, y otros hasta hemos llenado el famoso cuestionario de “Necesidades Emocionales”.

La pregunta surge, entonces, ¿será la meta del matrimonio una satisfacción truncada o la virtud de triunfar un litigio entre dos? ¿Está el éxito matrimonial atado a aceptar una alegría mediocre? No, no es así. Las soluciones conocidas y comúnmente expuestas tienen en común una gran debilidad: alimentan y exaltan el “yo”, ya que su enfoque es el ego. Y mientras nos esforcemos por alcanzar un éxito del tamaño de mi diminuto “yo”, así de pequeña será la alegría y la satisfacción del matrimonio.

En el consejo de Jesús estas cosas antes mencionadas tienen un enfoque distinto, porque como parte del diseño o propósito divino de cada unión, Dios quiere nuestro más alto gozo. Fue Dios que dijo:

“Sea bendita tu fuente y regocíjate con la mujer de tu juventud. Que sus senos te satisfagan en todo tiempo y su amor te embriague para siempre”, Proverbios 5:19.

¿Qué alternativa presenta Jesús? Él nos llama a respetar incondicionalmente y amar sacrificialmente, así como Él hizo por nosotros en la cruz. Hay tres frases muy conocidas que nos ayudan a determinar el ejemplo de Jesús de una manera práctica:

  • “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos”, Juan 15:13.
  • “Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras”, Mateo 26:39.
  • “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz”, Hebreos 12:2.

Si hemos de amar como Cristo amó a su esposa, la iglesia, necesitamos un corazón con el amor de Cristo. De corazón Él dio su vida, cargando los pecados de ella. No fue forzado, sino que fue voluntario. No fue de mala gana, sino por un profundo amor. Un amor tan profundo que fue gozoso, porque en la superficie realmente hubo dolor, angustia y derramamiento de sangre, pero mas allá del dolor Él tenía sus ojos puestos en el galardón, esto es, la completa satisfacción de agradar al Padre y gozar con ella (su esposa, la iglesia) en presencia del Padre para siempre.

Por tanto, amar a mi compañera de toda la vida como Cristo amó será doloroso, pero profundamente gozoso. ¿Cómo he de hacerlo? Tengo que cargar con sus pecados, sus debilidades y sus problemas, y cargarlos sobre mi “yo”, y que mi “yo” muera. Y gozarme en eso, no por amor a la angustia, sino con la mirada del corazón fijada en todas las promesas que Dios ha puesto delante de mí.

Permítame una lista de ejemplos que podemos practicar:

  • Que el placer del otro sea mi mayor placer.
  • Que Dios moldee el carácter del otro a costa de matar mi “yo”.
  • Gozarme en los éxitos del otro.
  • Aprender a amar las debilidades emocionales, físicas, intelectuales y espirituales del otro.
  • Amar una blanda respuesta en momentos de ira.
  • Conceder al otro el lugar de mi preferencia.
  • No presionar un cambio en el otro, sino con amabilidad y paciencia.
  • Siempre creer al otro a menos que la evidencia muestre lo contrario, y en tal caso, reprender con humildad y paciencia.

Cuando consideramos el amor de Jesús y el ejemplo que dejó, la reacción más honesta es, por un lado, humillarnos, aceptando que nuestras faltas y nuestra incapacidad espiritual tienen mucho que ver con nuestro accidentado –y hasta a veces estropeado– matrimonio. Pero por otro lado, no dejamos de estar agradecidos, porque la preciosa sangre de Jesús compró el perdón que nos hace falta, el poder del Espíritu para cambiar, y la esperanza de estar juntos con Cristo en gloria. Y ese gozo puesto delante de nosotros nos catapultará para soportar la muerte necesaria de mi “yo” para poder amar. Como resultado, conoceremos el amor sacrificial y una actitud de agradecimiento incondicional en Cristo.

Cuando seamos testigos del amor que nace por el poder de la sangre de la cruz de Jesús, diremos,“¡Gracias Dios por Jesús, gracias Dios por la sangre de Jesús!”.

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