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Mucho se ha escrito sobre el costo del discipulado y aún más se ha hablado. Sin embargo, por mucho que escuchemos todo lo que Jesús exige de nosotros como sus discípulos, no podemos evitar perder el equilibrio cuando nos encontramos con un pasaje difícil como Lucas 14:26-27, 33:

Si alguien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo. El que no carga su cruz y Me sigue, no puede ser Mi discípulo… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser Mi discípulo”.

¿Quién no se eriza ante las bruscas expresiones de aborrecer, llevar la cruz y renunciar? Parece cortar todo lo que nos hace quienes somos. Y eso es lo que hace.

Entonces, ¿qué pretende Jesús en este pasaje? ¿Sugiere realmente que debemos “aborrecer” nuestras familias e incluso a nosotros mismos, con todo lo que esta postura implicaría? Por un lado, es evidente que hay que decir “no”. Después de todo, Jesús es el único que cumplió a la perfección el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo, y hasta nos llama a amar a nuestros enemigos. Sea lo que sea que quiere decir, Él no se contradice a sí mismo y no está sugiriendo que hagamos algo que no concuerde con el resto de la Palabra de Dios.

¿Se reduce el costo del discipulado de alguna manera si no nos está llamando a odiar a nuestras familias de forma activa? De nuevo, la respuesta es “no”. Jesús nos está llamando a una lealtad total. Lo que dice esencialmente es: “Para ser mi discípulo, tienes que darme preeminencia sobre y (a veces) en contra de todas las demás relaciones”. En otras palabras, nuestras vidas deben estar tan sujetas a Cristo que cuando ponemos nuestra lealtad hacia él al lado de otras lealtades, la diferencia es tan grande que se podría describir con la terminología en blanco y negro de amor y odiar.

Este es un costo notable que pagar, ¿no es así? Parece una carga demasiada pesada, casi insoportable. Y, de hecho, lo es. Uno se pregunta si es posible que alguien lo logre.

Lo que es notable acerca del discipulado centrado en el evangelio es la afirmación de que alguien sí “se las arregló para hacerlo”. Cristo, el Hijo de Dios, optó por condescender a nuestro mundo en su Encarnación. En lugar de dejarnos morir como esclavos y discípulos de amos crueles, dejó su lugar junto a su Padre en el cielo, renunció a todo lo que tenía, cargó una cruz que nosotros merecíamos y finalmente renunció a su propia vida por nosotros. En definitiva, en su llamado al discipulado radical, Jesús no nos pide algo que Él no lo haya hecho por nosotros. Y es esta realidad, que nuestro Discipulador ha renunciado a todo por nosotros, la que no solo nos anima, sino que en realidad nos capacita para responder a su llamado al discipulado costoso. Solo esta clase de Dios podría ser digno de nuestra lealtad total.

El costo del discipulado en perspectiva(s) cultural(es)

Este llamado a la lealtad total desafía y corta con los ídolos de todas las culturas. Desde luego, podríamos explorar esto desde los micro-niveles de nación, etnia, barrios y demás. Sin embargo, en este contexto me interesan particularmente las diferencias de nivel macro entre la cultura oriental más tradicional y una cultura occidental progresista. El costoso llamado de Lucas 14 desafía tanto el modo de pensar de la cultura oriental como de la occidental y se ve claramente en los momentos en que Jesús llama a sus discípulos a seguirle.

En Mateo 4:21-22, encontramos a Santiago y a Juan en una barca arreglando las redes de pesca, y su padre con ellos en la barca. Es en este punto que Jesús “les llamó”, y después de escuchar este llamado, los hermanos, “dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron”.

Ahora, lo que es interesante aquí son las diferentes formas en que este texto se podría leer. Por un lado, un occidental típico podría leer este pasaje y ver poco desafío en el llamado que se traduce en dejar atrás al padre. Esto se debe a que, en las culturas occidentales, tiende a darse mayor lealtad al individuo y su vocación, sin importar cómo esto pueda afectar a la propia familia, a la comunidad y a los demás. En marcado contraste, una cultura oriental más conservadora a menudo pone más énfasis en la familia, la comunidad y la solidaridad corporativa.

De este modo, este llamado, el cual es un brillante ejemplo de la clase de compromiso que Cristo pidió en Lucas 14, es particularmente difícil para las culturas más tradicionales. Mientras que la sociedad misma, nuestras comunidades locales e incluso nuestras familias pueden exigir que les demos nuestra devoción principal, el llamado al discipulado siempre incluye una drástica reordenación de lo que es más valioso para nosotros, y a veces puede incluir apartarse de c cosas que se niegan a someterse al gobierno de nuestro nuevo Maestro.

Igualmente desafiante para el Occidente progresista

Curiosamente, sin embargo, Mateo 4:18-20 nos da una imagen que desafía por igual al lector occidental excesivamente individualista. Es allí donde nos encontramos con Pedro y Andrés en medio de un día de trabajo, pescando. Cuando Jesús los ve, dice, “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Noten que el llamado aquí se relaciona de forma específica con su vocación. Jesús quiere redefinir toda su vida y lo hace al llamarlos a cambiar su línea de trabajo. Al escuchar el llamado, dejan de inmediato las redes y le siguen.

Ese llamado podría no ser tan difícil de escuchar para los de una cultura más tradicional. Después de todo, ellos pueden estar acostumbrados a sacrificar ambiciones personales y sueños en el altar de la comunidad y la familia. Pero para el lector occidental más progresista, es casi impensable que la devoción a Cristo pueda significar que la ambición y la creación de una carrera tenga que tomar un segundo lugar ante Jesús.

Permítanme ser claro: no estoy diciendo que Cristo esté llamando a los orientales a abandonar a sus familias y los occidentales a abandonar sus carreras. Más bien, estoy diciendo que el llamado al discipulado es una reorientación fundamental de nuestra existencia humana, un cambio de dirección, un giro total de nuestras vidas, con el fin de que nuestros afectos pueden ser colocados principalmente en Cristo. Siendo este el caso, el llamado al discipulado cortará en y a través de toda cultura. Así, para el progresista, parte del llamado será el de asegurarse de que Cristo es más importante que su trabajo. Debemos encontrar nuestra identidad en ser un discípulo de Cristo, y no como discípulos de nuestro desarrollo profesional. En cuanto a los tradicionalistas, el reto puede estar en asegurarse de que Cristo tenga prioridad en la vida más allá de la familia, la comunidad y la sociedad. Debemos asegurarnos de que Cristo sea el tesoro supremo de nuestras vidas.

Cualquiera que sea el caso, como discípulos de Cristo, tenemos el desafío de darle nuestra lealtad total, sin importar nuestro origen cultural o ubicación social. Siendo este el caso, nuestra comodidad y nuestra energía se deben derivar del hecho de que Cristo no sólo trasciende la cultura humana, sino que también entró en ella. Después de haber entrado en la cultura, no solo desafía los paradigmas dominantes, sino que también promete redimir a todo lo que está dañado en ellos.

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