¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Tu crisis se acerca. Si no ha llegado ya, o si no estás en medio de una en este momento, llegará.

Y no solo una crisis. En su misericordia, Dios puntúa nuestras vidas en esta época caída con momentos de crisis de diversos grados, diseñados para nuestro bien eterno. Durante miles de años, el pueblo de Dios ha conocido “tiempos de angustia” y “días de angustia”, a veces demasiado bien. Y lo mismo pasa hoy. Nuestro Padre nunca prometió que pertenecerle significaría que no tuviéramos problemas.

Una y otra vez, las Escrituras describen a los fieles no como aquellos que nunca vieron problemas, sino como aquellos que clamaron a Dios en medio de la crisis. Los hombres y mujeres modelo que recordamos enfrentaron los mayores momentos de problemas y días de angustia. Y Dios oyó sus gritos de ayuda. No estaba sordo entonces, ni lo está hoy, a las voces de los suyos, por poderosos o humildes que sean, especialmente en crisis.

En problemas y angustia

Nuestro Dios no es solo el Dios que habla —por increíble que sea eso—, sino también, maravillosamente, el Dios que escucha. Cuando Santiago nos llama a que seamos “pronto[s] para oír” (Stg. 1:19), nos llama a ser como nuestro Padre celestial. Tenemos un Padre “que escucha la oración” (Sal. 65:2), que atiende a la voz de nuestras súplicas (Sal. 66:19). Nuestro Dios no solo ve a todas las personas, sino que ve a los suyos de una manera especial, como aquellos con quienes hizo pacto de amor. Oye a su gente con el oído de un marido y padre. No le molestan nuestras peticiones, especialmente en problemas y angustias.

Los Salmos celebran el entusiasmo que Dios tiene por escuchar y ayudar a su gente en su día de angustia.

Los Salmos, en particular, celebran el entusiasmo que Dios tiene por escuchar y ayudar a su gente en su “día de angustia”. David testificó que Dios había sido “baluarte y refugio en el día de mi angustia” (Sal. 59:16, también 9:9; 37:39; 41:1). Sabía a dónde acudir cuando llegaba la crisis: “En el día de la angustia Te invocaré, porque Tú me responderás” (Sal. 86:7). “Porque en el día de la angustia me esconderá en Su tabernáculo” (Sal. 27:5). Y David sabía a dónde apuntar a otros: “Que el SEÑOR te responda en el día de la angustia” (Sal. 20:1). “El SEÑOR será también baluarte para el oprimido, baluarte en tiempos de angustia” (Sal. 9:9).

Y no solo David, sino también el salmista Asaf: “En el día de mi angustia busqué al Señor” (Sal. 77:2). Dios mismo dice: “Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me glorificarás” (Sal. 50:15). Lejos de molestarle nuestros gritos de ayuda, a Dios le honra cuando nos dirigimos a Él con nuestras cargas. Quizá lo más sorprendente de todo es el estribillo del Salmo 107 (cuatro veces): “Entonces en su angustia clamaron al SEÑOR, y Él los libró de sus aflicciones” (versículos 6, 13, 19, 28). Esta no es solo la historia de Israel una y otra vez, sino también la nuestra.

Nuestro Dios está en su mejor momento en nuestras crisis.

He aquí nuestro Dios

Esto es lo que nuestro Dios ha sido desde el principio. Este es el Dios de Abraham e Isaac. Y este es quien Jacob, en sus muchos altibajos, en sus muchos esfuerzos y luchas, encontró como “el Dios que me responde en el día de mi angustia” (Gn. 35:3).

El Dios de Jacob no es como los falsos dioses de las naciones circundantes. Él no es como los dioses de la casa del tío de Jacob, Labán (Gn. 31:19, 34–35). Y no como los dioses cananeos que los hijos de Jacob habrían encontrado al saquear a Siquem (Gn. 34:29; 35:2). Otros “dioses” no responden en el día de la angustia. Están hechos por manos humanas e imaginación. Son juguetes de bebé. Ellos no responden. Ellos no actúan.

La vida de Jacob fue una sucesión de momentos de crisis, y Dios demostró ser fiel; el Dios que escucha y responde. Así como Dios vio a Lea en su crisis (Gn. 29:31) y recordó a Raquel (Gn. 30:22), Él ve, oye, recuerda, se preocupa. Él es el Dios vivo que quiere que nos volvamos a Él, que luchemos con Él (Gn. 32:22–28), no solo en nuestras circunstancias, sino también en nuestros tiempos de crisis. Este es el Dios de Jacob y el Dios de Nahum (Nah. 1:7), Abdías (Ab. 12, 14), Jeremías (Jer. 16:19) y Ezequías (Is. 37:3).

El “cómo” y “cuándo” perfecto

En nuestra finitud y caída, a veces nos puede parecer que Dios se esconde en nuestros momentos de crisis (Sal. 10:1). Pero si nos presentamos ante Él con humildad, sin acariciar el pecado en nuestros corazones (Sal. 66:18; también 1 Pe. 3:7), podemos saber que “ciertamente Dios me ha oído; Él atendió a la voz de mi oración” (Sal. 66:19). Y, sin embargo, que Dios nos escuche no significa que Él siempre, o incluso casi siempre, responda cómo y cuándo nosotros lo esperamos o deseamos.

Al recordar a nuestro Dios como el que nos responde en nuestro momento de crisis, como lo hizo con Jacob, los salmistas, y los profetas, no debemos asumir que Él responde como lo haríamos nosotros, o exactamente cuando querríamos. Jacob, por su parte, pasó veinte años bajo la tiranía de Labán, y su hijo José pasó trece años bajando, bajando, bajando (vendido como esclavo, acusado falsamente, encarcelado, luego olvidado) antes de que Dios lo levantara. Nuestro Dios trabaja en su “tiempo apropiado” (1 Pe. 5:6), en su “tiempo debido” (Gá. 6:9).

Lejos de suponer que no nos está respondiendo, queremos recibir sus severas misericordias mientras continúa haciendo su sorprendente trabajo de desarrollo en nuestras vidas

Él ciertamente nos escuchará y responderá, pero a menudo de maneras y en el tiempo que no anticipamos. Sus formas y pensamientos son más elevados que los nuestros (Is. 55:8–9), y lo hace “mucho más abundantemente”, no menos, de lo que pedimos o entendemos (Ef. 3:20). En Cristo no asumimos que nuestro Dios no nos ve, ni nos escucha, ni responde porque nuestras vidas no se están desarrollando de acuerdo con nuestros planes. Lejos de suponer que no nos está respondiendo, queremos recibir sus severas misericordias mientras continúa haciendo su sorprendente trabajo de desarrollo en nuestras vidas, no de acuerdo con las expectativas humanas, sino de acuerdo con sus planes y propósitos infinitamente majestuosos. Eso lo vemos claramente en el momento de crisis del mismo Hijo de Dios.

Su mayor respuesta

“Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho” (Mr. 14:33). Allí, en ese jardín de crisis, Jesús ofreció “oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que Lo podía librar de la muerte, [y] fue oído a causa de Su temor reverente” (He. 5:7). Dios escuchó a su Hijo en su momento de crisis, pero no dejó pasar la copa. No lo libró de la muerte. Que Dios escuchara a Jesús y le respondiera no significaba que se salvaría de la cruz, sino que salvaría a través de la cruz.

Su padre “salvándolo de la muerte” podría haber significado protección en contra de la muerte. Pero Sus caminos eran más altos. Hizo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos. El rescate que Dios le dio a su Hijo en esta ocasión no fue la protección de la muerte, sino la gracia sostenida a través de la muerte. Luego la resurrección. Y a menos que Jesús regrese primero, todos enfrentaremos la muerte pronto, y la respuesta de Dios para nosotros será la gracia que sustenta, y la resurrección al otro lado.

Nuestro Dios es demasiado real, demasiado grande, y demasiado glorioso para trabajar de acuerdo con nuestras expectativas humanas y horarios convenientes. Él nos ama demasiado como para solo hacer regularmente lo que queremos cuando queremos en nuestros tiempos de crisis. Pero Él siempre nos ve. Él siempre nos escucha. Y en Cristo, Él responderá, no necesariamente cuándo y cómo queremos, sino con la respuesta que necesitamos, por más dolorosa que sea por ahora, por nuestro bien y nuestra gloria suprema.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando