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Vivimos en una sociedad egocéntrica que ha saturado nuestras iglesias y nuestra fe. Hemos sido programados para pensar en nosotros mismos. La mayoría de los patrones en nuestras vidas están vinculados de alguna manera a servir «a mí mismo y mis necesidades», «mi familia» o «mi país». Piensa cuánto de nuestra generosidad está ligada a lo que nos beneficia. ¿Diezmaríamos tanto si no fuera deducible de impuestos? ¿Daríamos más a un programa de construcción (del cual nuestros hijos se beneficiarán) o a un programa de pobreza en Indonesia (que no me beneficia de ninguna manera)?

Junto con este pensamiento egocéntrico, con frecuencia escucho a la gente decir: «Dios quiere el bien para mí». «Está bien, claro, absolutamente. Estoy de acuerdo». Aquí está el problema. ¿Qué es el «bien»? Creo que allí está la diferencia. No creo que la perspectiva de Dios de lo «bueno» sea la misma que la nuestra. El «bien» de Dios no necesita salud aquí en la tierra. El «bien» de Dios no requiere la falta de defectos de nacimiento, bendición financiera, inteligencia, cónyuge piadoso, etc. Aunque podemos ser bendecidos al experimentar algunas de estas cosas, la «bondad» de Dios no los necesita.

El «bien» de Dios tiene que ver con conformarnos a la imagen de Cristo. Ese es nuestro mayor bien

El «bien» de Dios no es específico a un individuo, sino que está ligado a lo que beneficia al cuerpo corporativo. El «bien» de Dios tiene que ver con conformarnos a la imagen de Cristo. Ese es nuestro mayor bien. Nuestro mayor bien es lo que más glorifica a Dios y promueve la adoración de su santo nombre entre las naciones. El mayor bien de Dios para nosotros es hacer uso de nuestras vidas con el propósito de la redención. Sí, eso es correcto, hacer uso de nuestras vidas. Somos los siervos, Él es el amo. A veces es «bueno» clavarte en la cruz por el bien de los demás en el plan del reino redentor de Dios.

El «bien» de Dios no se centra en mí o en ti, se centra en la obra de su reino y los medios por los cuales podemos ser más útiles para promover el establecimiento de ese reino. Ciertamente, Pedro insinúa eso: «Pues es mejor padecer por hacer el bien, si así es la voluntad de Dios, que por hacer el mal» (1 P 3:17). Hay ocasiones en las que la voluntad de Dios es que suframos por causa de la justicia para que podamos ser usados ​​para el bien de su gloria y su reino. Pero, ¿qué pasa con ese famoso pasaje que se cita a menudo: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente» (Gn 50:20)? Dentro de ese contexto, debemos recordar que Dios no dudó en dejar huérfano a José, al menos por una temporada, venderlo como esclavo, acusarlo falsamente y encarcelarlo para ayudar a redimir al pueblo de Dios.

En otras palabras, Dios está enfocado en ti, sí, pero lo hace dentro del marco más amplio del plan redentor para su pueblo. Se trata de ti, ya que eres parte de un cuerpo más grande y de la protección de Dios sobre ese cuerpo, aun si eso significa lastimar al dedo del pie para salvar la pierna. Creyente en Jesús, que Dios nos libre de nuestras vidas «centradas en mí» y nos ayude a ver que Él está orquestando un tapiz de redención y es nuestro privilegio ser usado de la manera que Él considere conveniente. Si eso significa ser fiel en un mal matrimonio como testigo para mi cónyuge, mis hijos y el mundo, que así sea. Si eso significa arriesgarlo todo para decirle a mi familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo que Jesús los ama, que así sea. Si eso significa vender mi casa y mudarme al campo misionero, que así sea. Si eso se traduce en comprar un Accord en lugar de un Lexus, o para la mayoría de nosotros, comprar un automóvil usado en lugar de un automóvil nuevo para poder dar la diferencia a los que lo necesitan, que así sea. Si eso significa ser un testigo fiel mientras el cáncer asola el cuerpo de mi hijo, que así sea. Si eso significa perdonar al conductor ebrio que mató a mi cónyuge en el accidente automovilístico, que así sea. Si eso significa ser fiel en medio de una gran bendición financiera mientras mi cartera de acciones se dispara, que así sea.

Hay ocasiones en las que la voluntad de Dios es que suframos por causa de la justicia para que podamos ser usados ​​para el bien de su gloria y su reino

Al final, mi vida no es mía. Pertenece al Rey. Ojalá que dejemos de pensar en nosotros mismos, en nuestras posesiones y en nuestras familias y nos entreguemos a Dios por completo. Ojalá podamos entregar nuestra comodidad y felicidad inmediata y busquemos la santidad diciendo: «Dios, úsame como mejor te parezca para tu gloria y la promoción de tu reino entre las naciones».


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Equipo Coalición.
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