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“Clamo al Dios Altísimo, a Dios, quien cumplirá su propósito para mí”, (Salmo 57:2).

David declara dos hechos básicos en este versículo: Dios tiene un propósito para él, y Dios cumplirá ese propósito. Ambas verdades se combinan para convertirse en ese concepto teológico profundo y maravilloso que llamamos “providencia”. La palabra era mucho más común hace siglos que hoy, aunque su relevancia nunca ha menguado. Su significado capta la relación de Dios con el mundo creado; a saber, que él conserva el orden de todas las cosas, y las guía hacia su fin deseado.

La providencia es la soberanía de Dios hecha palpable. Es la ejecución de su poder y autoridad para sus hijos en el espacio y tiempo, es decir, en los eventos que programamos, el aire que respiramos, y los momentos en que nos movemos. La providencia es observada, experimentada, probada. Incluso podríamos decir que este es el término distintivamente cristiano para la “realidad”.

Ya que Dios es soberano, y este mundo es suyo, entonces cada momento, en cierto sentido, es un momento de providencia. Donde sea que te encuentres ahora mismo, esto ha sucedido por el proceso de eventos que Él ordenó. Cada momento pasado de tu vida te ha llevado a tu ahora. Lo mismo será cierto esta noche, y mañana, y diez años en el futuro. Nuestra experiencia de la providencia es nuestra experiencia del presente, el cual sabemos que Dios ha tejido maravillosamente.

Y debido a que Dios está detrás de todo, nosotros que somos aquellos unidos a Cristo por fe, estamos seguros de esto: la providencia de Dios ni se equivoca, ni nos deja ir, nunca.

Su decreto y promesa

En primer lugar, debemos detener de inmediato cada instinto en nosotros que quiera pasar esto por alto, como si fuera una antigua doctrina ortodoxa. Es ortodoxa, y es hermosamente antigua, pero es más actual de lo que creemos. La providencia es en realidad tan contemporánea que anticipa cuán diferentes se ven las cosas desde nuestra perspectiva.

El Dios de amor detrás de absolutamente todo en tu vida nunca se equivoca, y nunca nos suelta.

Rara vez sentimos que cada evento en nuestras vidas es para nuestro bien. Pero la providencia, en sus movimientos misteriosos, derriba los argumentos sobre cómo nos sentimos, e impulsa nuestra fe en el Dios que está haciendo “diez mil veces más” de lo que creemos. Esta acción, la veamos o no, sea dolorosa o placentera, se dirige resuelta y efectivamente a nuestro gozo eterno. Seremos como Cristo… estaremos con Él… para siempre (1 Co. 15:49; Sal. 16:10-11).

El objetivo de Dios para su pueblo, después de todo, es que seamos conformados a la imagen de Jesús. Este es su decreto y promesa, habiéndonos escogido para esto antes de la fundación del mundo, y habiéndonos prometido esto, que todas las cosas trabajarán juntas para nuestro bien (Ro. 8:28-30).

El puritano John Flavel lo explica así: la providencia de Dios es la ejecución de ese decreto y promesa. De hecho, nada nunca sucede en el universo que esté fuera del cumplimiento de ese decreto y promesa. Nada. No hay un solo incidente, o tragedia, que resultará en algo que no sea el “verdadero interés y el bien de los santos” (Mystery of Providence [El misterio de la providencia], 19).

Dios nunca se equivoca. Él no tira y luego falla. Cada detalle de nuestros días viene a través de los planos de su cuidado meticuloso para nosotros. E incluso cuando toda esperanza parece perdida, debemos recordar que Él es el que “da vida a los muertos y llama a la existencia las cosas que no existen” (Ro. 4:17), y Él hará eso por ti.

Su enfoque resuelto

Dios no solo está trabajando impecablemente para nuestro bien, sino que no lo suelta hasta que haya terminado. La providencia de Dios nunca se seca o se esfuma. Siempre está en acción para lograr su objetivo deseado. Todo lo que hace es correcto, y no está bien hasta que esté hecho. Flavel escribe,

[La providencia] continúa con sus designios, y logra lo que comienza. Ninguna dificultad la atasca, ningún accidente cruzado cae en su camino, sino que lleva a cabo su designio. Sus movimientos son irresistibles e incontrolables (19).

Dios nunca se equivoca. Él no se tira y luego falla. Cada detalle de nuestros días es parte de su cuidado meticuloso para nosotros.

“Él hace todo lo que le place”, “ningún propósito suyo puede ser frustrado”, y “nadie puede detener su mano” (Sal. 115:3; Job 42:2; Dn. 4:35). Estas palabras acerca de Dios nos aseguran que Él completará lo que comenzó en nosotros (Fil. 1:6). Nada puede separarnos de su amor por nosotros en Cristo (Ro. 8:39), y nada puede hacer que la más simple de las circunstancias se distraiga y falle en alcanzar el objetivo de nuestra transformación. No hay estancamiento con Dios. Él no pospone las cosas. Incluso si somos inocentemente obtusos a sus designios en este momento, la providencia de Dios está trabajando a toda máquina hacia nuestra semejanza a Cristo y su gloria.

Revitalízate, toma aliento, consuélate. Dios está cumpliendo su propósito para ti.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Michelle Lago.
Imagen: Lightstock.
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