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No digas: «¿Por qué fueron los días pasados mejores que estos?». Pues no es sabio que preguntes sobre esto (Ec 7:10).

Todos podemos identificar temporadas de nuestras vidas que recordamos con nostalgia. Épocas en las que pudimos experimentar dicha y bendición de una manera especial; épocas de situaciones ideales, recuerdos gratos y experiencias inolvidables. 

Miramos con añoranza aquellos años, lugares o relaciones; tal vez aquel vecindario o aquellos amigos que de alguna manera representan (o fueron instrumentos de) la dicha de ayer.

Pero cometemos un error si hacemos de nuestro lindo pasado el factor más importante de nuestro gozo y paz. Cuando la nostalgia por el pasado se convierte en la emoción más dominante del corazón comenzamos a menospreciar el presente.

Esa nostalgia se convierte en descontento, el descontento en ingratitud y esa ingratitud nos puede llevar a la queja y murmuración contra Dios. Como el pueblo de Israel, que luego de ser liberado de Egipto se quejó por su condición presente; la añoranza se convirtió en queja y pecaron contra Dios (Nm 11:4-10).

En el texto de Eclesiastés, el autor bíblico nos dice que no somos sabios si estimamos nuestro pasado como «lo mejor». No hay sabiduría en decir, insinuar o pensar que nuestro pasado es mejor que nuestro presente. Hay necedad en preguntar «¿Por qué fueron los días pasados mejores que estos?» (Ec 7:12).

Es cierto que debemos ser agradecidos por las cosas buenas que Dios nos permitió vivir en el pasado, pero la nostalgia excesiva por el ayer no es buena señal y tampoco es saludable para nuestras almas.

Podemos dar gracias a Dios y decir que Cristo es mejor que todo, incluso mejor que los días buenos del pasado

Esta forma de ver las cosas ignora que Dios es quien ordena y dirige toda nuestra vida, incluyendo el pasado, presente y futuro. Estimar el pasado como lo mejor es menospreciar las circunstancias presentes y olvidar que Dios las usa como medios para hacernos como Cristo. 

Dios está obrando ahora, en medio de nuestra situación desagradable, incómoda o difícil. Él sigue siendo fiel y suficiente para nosotros. El Dios de nuestro pasado es el Dios de nuestro presente y eso es motivo suficiente para estar contentos, conformes, expectantes y entusiasmados.

«Lo mejor» es que Cristo dio Su vida por nosotros y que hoy gozamos de salvación eterna. Dios cumple hoy Su propósito en nuestras vidas y todo está obrando para nuestro bien en el presente. Podemos dar gracias a Dios y decir que Cristo es mejor que todo, incluso mejor que los días buenos del pasado.

Lo bueno de nuestro pasado debe incrementar nuestro amor, deleite y deseo por Dios. Nuestro mayor anhelo y deleite debe ser el Señor y Su gloria, no algún evento o bendición del pasado. 

«Pon tu delicia en el Señor», decía el salmista (Sal 37:4). Nuestro deleite se incrementa al conocer y adorar cada día más a Cristo. Él es el verdadero gozo de Su pueblo, hoy.

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