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Aunque afligido yo y necesitado,
Jehová pensará en mí.
Mi ayuda y mi libertador eres tú;
Dios mío, no te tardes  (Sal 40:17).

El hombre moderno se caracteriza por la noción errónea de su autosuficiencia. El hombre sin Dios evalúa equivocadamente la realidad y concluye que él es fuerte, invencible e independiente. Por eso, ideas como la debilidad y dependencia suenan ofensivas. Su autosuficiencia es la gran mentira que ha creído pero irónicamente se jacta de ello.

Conceptos como fragilidad, debilidad, vulnerabilidad y necesidad son los que mejor describen nuestra esencia como humanos. Incluso en nuestros mejores días, seguimos siendo criaturas dependientes y débiles.

Esta realidad se experimenta de una manera más viva e indiscutible en los días de aflicción y angustia. David lo sabía bien (Sal 40:12-15). La adversidad no solo expone nuestra fragilidad, sino que también la acentúa. Los problemas nos muestran cuán débiles somos y a la vez nos hacen desfallecer.

Pero el salmista que estaba en medio de su aflicción —que acentuaba su sensación de pobreza y necesidad— sabía que Dios no estaba ajeno. Él confiaba en que el Señor no se había desentendido. «Él pensará en mí», se repetía David.

El Dios fuerte, todopoderoso y autosuficiente también piensa en este pobre, débil y necesitado pastor de ovejas. David sabe que Dios no lo olvidó y eso es motivo de esperanza. Él recuerda que en Dios tiene la ayuda y liberación que necesita y por eso levanta su voz con una mezcla de angustia y esperanza: «Dios mío, no tardes».

Así es el clamor de quienes saben que Dios no solo tiene poder para socorrer, sino también que Él escucha al pobre y necesitado. El Dios que nos creó y redimió no es indiferente a Su pueblo y David lo sabía. El Señor pensará en mí. ¡Gloriosa esperanza!

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