¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Números 32 – 33   y   Romanos 3 – 4

“Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una cantidad muy grande de ganado. Por eso, cuando vieron la tierra de Jazer y la tierra de Galaad, que en verdad era un lugar bueno para ganado”,  Números 32:1.

Nuestra ultra-individualista sociedad moderna sostiene que la felicidad se logra en la medida en que vamos satisfaciendo cada uno de nuestros más anhelados deseos. La casa, el auto, las comodidades, los viajes y todo lo que nos hace poner carita de perrito al que le están rascando la barriguita, son los ideales de un gran porcentaje de los pasajeros de nuestro sobrepoblado planeta azul. Pero, ¿qué hay después de la satisfacción? ¿Es qué acaso la satisfacción individual, egoísta y meramente auto-gratificante puede darnos todos los ingredientes para ser verdaderamente felices? Sinceramente, creo que no. Más bien, en el diccionario de Dios después de la palabra satisfacción aparece otra no menos importante: solidaridad.

La tribu de Rubén y Gad encontraron plena satisfacción cuando observaron las tierras de Galaad. Era lo que realmente habían soñado y además ninguno de los otros grupos de israelitas se habían percatado de lo excelente del terreno, por lo que se adelantaron en reclamar para ellos la posesión de estas tierras. Haciendo gala del dicho “el que pestañea pierde”, ellos hicieron inmediatamente las gestiones con las más altas autoridades israelitas que incluía una entrevista decisiva con el mismísimo Moisés, al que dijeron: “…que se dé esta tierra a tus siervos como posesión; no nos hagas pasar el Jordán”, Números 32:5b.

Ellos pensaron que esto no era más que un simple y rápido trámite, total, que mejor que ir viendo cómo Dios empezaba a bendecir a algunas tribus que hasta hace algunos pocos años eran esclavos en Egipto. Pero, se encontraron con una inesperada queja de parte del gran legislador: “Pero Moisés dijo a los hijos de Gad y a los hijos de Rubén:¿Irán vuestros hermanos a la guerra, mientras vosotros os quedáis aquí? ¿Por qué desalentáis a los hijos de Israel a fin de que no pasen a la tierra que el SEÑOR les ha dado”, Números 32:6-7. Moisés, de manera muy enfática, les estaba mostrando que nunca podía haber satisfacción sin solidaridad. Los rubenitas y los gaditas estaban mirando solo sus intereses privados y estaban dejando de percibir los grandes intereses que como Pueblo de Dios no podían nunca olvidar.

Justamente, la solidaridad es poder observar que toda satisfacción personal está íntimamente vinculada con el “bien común” y que en la medida en que consideremos satisfacer a los demás, entonces, mucho más completa, perfecta, segura y duradera será nuestra propia satisfacción.

Este ideal de la satisfacción con solidaridad está impreso en el corazón de Dios, y todo aquel que se precie de ser cristiano no solo debe entenderlo, sino también vivirlo y experimentarlo en su propia realidad. A modo de ejemplo, son vibrantes y pertinentes las palabras que Martin Luther King pronunció el 28 de agosto de 1963:

Sueño que algún día en las rojizas montañas de Georgia, los hijos de ex esclavos puedan sentarse con los hijos de ex propietarios de esclavos, a la mesa de la hermandad… Sueño que un día… los niños negros puedan darse la mano con los niños blancos como hermanos y hermanas… Con esta esperanza podremos transformar los discordantes sonidos de nuestra nación en una armoniosa sinfonía de hermandad… Con esta esperanza podremos trabajar juntos y defender juntos la libertad…”.

Eso es justamente lo que los rubenitas y gaditas entendieron inmediatamente. No podrían tener nunca satisfacción sin antes asumir un compromiso solidario con el resto de sus hermanos israelitas. No estaban ellos primero… el bien común era el primer escalón de una larga escalera hacia la satisfacción personal. Esta fue su decisión: “Entonces ellos se acercaron a él, y le dijeron: Edificaremos aquí apriscos para nuestro ganado y ciudades para nuestros pequeños; pero nosotros nos armaremos para ir delante de los hijos de Israel hasta que los introduzcamos en su lugar, mientras que nuestros pequeños se quedarán en las ciudades fortificadas por causa de los habitantes de la tierra. No volveremos a nuestros hogares hasta que cada uno de los hijos de Israel haya ocupado su heredad. Porque no tendremos heredad con ellos al otro lado del Jordán y más allá, pues nuestra heredad nos ha tocado de este lado del Jordán, al oriente”, Números 32:16-19.

Ellos tenían ya su recompensa, no había intereses ocultos ni exención de impuestos por su colaboración, su único beneficio iba a ser cumplir con su deber solidario. Este compromiso ponía en peligro sus propias posesiones y a sus familias pero no por eso podían desistir. Me sorprende aún más la respuesta de Moisés a los ya consagrados rubenitas y gaditas. Él consideró que el no hacer lo que ellos estaban prometiendo era un gran pecado delante de Dios: “Y Moisés les dijo: Si hacéis esto, si os armáis delante del SEÑOR para la guerra, y todos vuestros guerreros cruzan el Jordán delante del SEÑOR hasta que El haya expulsado a sus enemigos delante de El, y la tierra quede sojuzgada delante del SEÑOR; después volveréis y quedaréis libres de obligación para con el SEÑOR y para con Israel; y esta tierra será vuestra en posesión delante del SEÑOR. Pero si no lo hacéis así, mirad, habréis pecado ante el SEÑOR, y tened por seguro que vuestro pecado os alcanzará”, Números 32:20-23.

¿Sabías tú que la satisfacción sin solidaridad es una ofensa contra Dios y contra la humanidad? ¿Por qué Dios ve esto de una manera tan drástica? Porque para Él, el hombre y la mujer fueron creados a su imagen y semejanza, y aunque estén caídos y fracasados siguen siendo importantes. Esto hace que cada pueblo, cada hombre, mujer, niño, anciano, joven o adulto, rico o pobre, enfermo o saludable, tenga un valor inestimable que nosotros como raza humana debemos aprender a  estimar como Él mismo lo hace. Por eso, la solidaridad tanto como la satisfacción son dones de Dios. Así nos lo enseñó nuestro Señor Jesucristo quien a pesar de que no lo merecíamos: “el cual fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado por causa de nuestra justificación”, Romanos 4:25. Nosotros no tenemos más que seguir su ejemplo. Si lo observas y con fidelidad lo obedeces encontrarás el sendero de la satisfacción solidaria.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando