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Génesis 35 – 36   y   Mateo 25 – 26

“Entonces Dios dijo a Jacob: Levántate, sube a Betel y habita allí; y haz allí un altar a Dios, que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú”, Génesis 35:1

“¿A cuánto me lo deja?” es la pregunta característica de la técnica del regateo. Cuando nosotros estamos vendiendo algo, el precio que damos es siempre casi un regalo. En la situación opuesta, si nosotros estaríamos comprando, el precio es siempre un robo o una locura. “Todo depende del cristal con que se mire“, reza el dicho popular. Por eso es que siempre nuestros intereses juegan un papel importantísimo en la manera de observar todo lo que pasa a nuestro alrededor.

Más aún, creemos que nuestra relación con Dios siempre debe estar en días de Liquidación: “Todo a mitad del precio“. Las demandas del Señor siempre estarán rebajadas, por ejemplo: Si en la vida secular no podemos llegar tarde al trabajo… “OFERTÓN ESPIRITUAL“… al servicio religioso 15 a 20 minutos tarde no son nada… el Señor te lo regala… y si te sale el número premiado… ¡vacaciones de la iglesia por largas temporadas! All Inclusive. Estoy convencido que mucha gente piensa que para que la iglesia le pueda ser algo atractiva debe llevar la frase: “REMATE DE SALDOS CON YAYA – PRECIOS INCREÍBLES”. Hace un tiempo recibí estas preguntas muy elocuentes:

“¿No te parece extraño como un billete de mil pesos `parece´ tan grande cuando lo llevas a la iglesia, pero tan pequeño cuando lo llevas a las tiendas? ¿No te parece extraño cuán larga parece una hora cuando oímos de Dios, pero muy corta cuando un equipo de fútbol juega 90 minutos? ¿No te parece extraño cuán largas parecen dos horas cuando estás en la iglesia, pero qué cortas se hacen en el cine? ¿No te parece extraño que no puedes pensar en algo que decir cuando oras, pero no tienes ninguna dificultad en pensar cosas de qué conversar con otros? ¿No te parece extraño lo difícil que es leer un capítulo de la Biblia, pero qué fácil es leer el gigantesco periódico dominical? ¿No te parece extraño que todos quieran ir al `cielo´, siempre y cuando no tengan que creer, o pensar o decir alguna cosa?“.

Jacob ya de vuelta en casa se encuentra con Dios, quien le recuerda que cuando él estaba huyendo de su hermano Esaú, Él se le apareció en el camino y le prometió protección y un futuro retorno a su tierra. Ahora que la promesa se había cumplido, Jacob debe aprender el significado de la ley de la gratitud para con Dios, levantando un altar que le recuerde lo que el Señor hizo por él, y que sea también un lugar donde pueda frecuentarle en adoración y entrega. Jacob no podía empezar a pedir rebajas y tomó la decisión de pagar lo que debía pagar: Entonces Jacob dijo a los de su casa y a todos los que estaban con él: Quitad los dioses extranjeros que hay entre vosotros; purificaos y mudaos los vestidos; y levantémonos, y subamos a Betel; y allí haré un altar a Dios, quien me respondió en el día de mi angustia, y que ha estado conmigo en el camino por donde he andado (Gn 35:2-3). Es evidente que su corazón rebosaba de gratitud: él sabía lo que el Señor había hecho en su vida y por eso podía “pagar” con alegría su fidelidad a Dios. Jacob se dio cuenta que no podía seguir permitiendo religiones baratas de idolillos de barro entre los suyos, tampoco era posible presentarse delante de Dios sucios y maltrajeados. En nuestro tiempo también cuando vemos una persona que ha experimentado el Poder de Dios lo observamos en que ya no anda escondiéndose bajo sus propios ídolos comprados en los remates religiosos, ni tampoco piensa que Dios se merece siempre menos de lo que estoy dispuesto a dar en cualquier otra parte. Por el contrario, siempre de manera voluntaria buscará que él y los suyos le den al Señor la gloria que se merece… y esto siempre a “precio contado”.

Jesucristo contó dos parábolas que hablan del mismo tema. La primera es la parábola de las señoritas que se habían preparado para asistir a una fiesta de bodas. Las costumbres de la época demandaban que estas señoritas debían esperar la llegada del novio con unas lámparas que iluminarán el camino hacia el lugar en donde se celebraría la fiesta. Lamentablemente, con el alboroto algunas se olvidaron de algo muy importante: “Porque las insensatas, al tomar sus lámparas, no tomaron aceite consigo, pero las prudentes tomaron aceite en frascos junto con sus lámparas” (Mt. 25:3-4). Era un pequeño detalle que habla de cuando nosotros nos quedamos con las formas pero olvidamos los contenidos. El aceite es símbolo de la presencia del Espíritu Santo, quien es vital para que nuestras vidas estén encendidas. Como estas jóvenes no estaban acostumbradas a trasnochar y el novio se iba tardando, ellas empezaron a dormitar… y el novio llegó de repente: “Pero a medianoche se oyó un clamor:”¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo.” Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas” (Mt. 25:6-7). Al encender las lámparas, las llamas de algunas de ellas no iluminaban como las otras y parecía que se apagaban. Las jóvenes insensatas no tuvieron mejor idea que decirle a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan” (Mt. 25:8). Los religiosos mediocres siempre esperarán que otros les den de lo que ellos no cuidaron en tener por sí mismos. Son los eternos pedidores de “rebajas” espirituales, los permanentes: “¿No te parece que ya estás rayando en el fanatismo?”, o, “Bueno es cilantro (culantro), pero no tanto”.

¿Cuál fue la respuesta de las prudentes?: ““No, no sea que no haya suficiente para nosotras y para vosotras; id más bien a los que venden y comprad para vosotras” (Mt. 25:9). La presencia de Dios no es transferible de un ser humano a otro: cada uno debe buscar su propia porción directamente del corazón del Señor, recordando que solo Jesucristo es el distribuidor autorizado porque es el único mediador entre Dios y los hombres. No caigamos en la tentación de rebajar nuestro ”aceite” con el propósito de que alguien se acerque más al Señor. Mejor es que nuestras lámparas tengan mucho para que los demás anhelen que sus vidas tengan esa clase de luz, y cuando nos pregunten: “¿De dónde tienes esa poderosa llama?”, nosotros podamos responder: “Yo fui y compré en el almacén de Jesucristo, ve donde Él porque estoy seguro que hará lo mismo contigo”.

La segunda parábola complementa a la anterior. Es la muy conocida historia de los Talentos. Un hombre muy rico sale de viaje y deja algunos administradores de sus bienes para que hagan producir su dinero en su ausencia. Cuando hablábamos de comprar aceite en el almacén de Jesucristo debemos decir con propiedad que nuestro dinero humano no nos sirve. En cuanto Él nos atiende, nos informará que todas nuestra riqueza no serán suficiente para lo que nosotros le estamos pidiendo, pero que no nos preocupemos que Él nos pasará algunos “talentos” de su propiedad para que los hagamos multiplicar, y que con las utilidades podamos comprar lo que nos haga falta.

Lamentablemente, algunos en vez de invertir esas monedas de Dios deciden hacer todo lo contrario, quizás por miedo, flojera, abandono, prejuicios, conceptos equivocados y muchas razones más. Así se explicó uno de los beneficiarios de Talentos: “Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo” (Mt. 25:24-25). ¿Cuántos vivimos escondiendo en tierra las promesas de Dios? ¿Cuántos le devolvemos las semillas a Dios en lugar de entregarle frutos cosechados en cantidad? ¿Cuántos acallamos la voz de Dios que quiere multiplicarse por todas las áreas de nuestra vida con incredulidad y mundanalidad? El problema está en que queremos utilizar los Talentos de Dios bajo nuestra propia sabiduría y no bajo sus criterios. El Señor le contestó así al hombre mencionado anteriormente: “Siervo malo y perezoso, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí.” Debías entonces haber puesto mi dinero en el banco, y al llegar yo hubiera recibido mi dinero con intereses” (Mt. 25:26-27). El Señor tiene sus propios medios para hacer multiplicar lo que Él mismo nos entrega. No tenemos los medios para alcanzarle, pero Él nos proporciona los medios. No sabemos cómo utilizarlos, y Él se encarga de multiplicarlos.

¿Saben por qué no podemos pedir descuentos espirituales? Porque el precio que el Señor pagó por nosotros fue el precio más alto de todos: se dio Él mismo por ti y por mí. Eso es lo que celebramos en la Cena del Señor: “Mientras comían, Jesús tomó pan, y habiéndolo bendecido, lo partió, y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando una copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed todos de ella; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt.26:26-28).

¿Saben por qué no podemos pedir rebajas en nuestro cristianismo? Porque el Señor Jesucristo pudo haber renunciado a ir a la cruz pero se ofreció por nosotros aun conociendo el inmenso precio que esto involucraba. “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt.26:37-39).

¿Saben por qué no podemos andar buscando liquidaciones de fe? Porque la fe reposa en la Palabra de Dios y ella nunca dejará de ser y nada de ella podrá ser cambiado o eliminado. Las armas y aun los ángeles hubieran salvado a Jesús de hacer su obra redentora, pero Él dijo: “Vuelve tu espada a su lugar; porque a todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?“.

Hay cosas que nunca se deben comprar en cuotas y menos en liquidaciones, el Cristianismo es una de ellas.

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