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En un contexto de liderazgo, la tarea de delegar se hace imprescindible. La razón básica es que un solo individuo no es capaz de realizar todas las actividades necesarias para lograr un objetivo, ya sea en una entidad o en una organización. Se necesita delegar tareas y responsabilidades a una tercera persona.

Delegar es una labor que podemos definirla como dar a un individuo u organismo un poder, función, o responsabilidad para que los ejerza en sustitución de uno.

Oswald Sanders introduce este tema en su libro Liderazgo espiritual diciendo:

“Una de las facetas del liderazgo es la capacidad de reconocer las aptitudes y limitaciones de otros, combinada con la capacidad de ubicar a cada persona en el cargo que se desempeñe mejor”.

Sin embargo, para el líder no solo importa reconocer las aptitudes y limitaciones del equipo, sino también tener la precaución debida al delegar responsabilidades.

¡El líder no cuenta con todos los dones, talentos, aptitudes, o habilidades! En cambio, ha sido llamado a trabajar en equipo.

La Biblia y el trabajo en equipo

En la Biblia hallamos ejemplos del tema. Sin embargo, uno de los que nos muestra más fácilmente la tarea de delegar es el episodio donde Moisés fue asesorado por su suegro Jetro.

En Éxodo 18, el pueblo de Israel estaba en el desierto y tenía como líder y juez a Moisés. Jetro vio que Moisés enfrentaba cargas tan pesadas que no se podían tolerar, pues trataba con problemas de la mañana a la noche. ¡Manejaba todo el gobierno de una nación! Jetro notó que Moisés no podía mantener ese nivel de vida, iba a colapsarse y el pueblo también. Por lo que su consejo, en resumen, fue: ¡Delega! Pero hazlo sabiamente, sobre gente confiable y preparada para ello (v. 21-22).

Sin embargo, para llegar a este punto necesitamos humildemente entender que necesitamos un equipo para lograr un objetivo.

Al tocar el tema de los dones espirituales, Pablo indica:

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común”, 1 Corintios 12:4-7.

El apóstol muestra así que, aunque hay diversidad de dones, ministerios, y operaciones, es un mismo Espíritu el que hace todas las cosas, y el propósito de la manifestación del Espíritu es el bien común. Dios ha diseñado que, en el contexto de su iglesia, los diversos dones que tienen distintas personas sean utilizados para el bien de toda la comunidad. No obstante, esto no es distinto en un contexto empresarial y aun familiar.

Este es un principio básico: ¡el líder no cuenta con todos los dones, talentos, aptitudes, o habilidades! En cambio, ha sido llamado a trabajar en equipo. La metáfora que utiliza Pablo es la de un cuerpo, donde cada miembro realiza una función particular con un propósito en común.

Comprender esto es fundamental para que el líder delegue. Sin embargo, no es lo único a lo que debe atender.

Lo que nos impide delegar

Existen factores que obstaculizan el desarrollo apropiado del liderazgo organizacional, ya sea en un contexto eclesiástico como en uno corporativo, y estos factores impiden al líder dar poder a otros para llevar a cabo las acciones que sean necesarias.

La actitud del líder debe ser de humildad y servicio, de entrega absoluta a la causa de su Señor. El evangelio nos enseña y desafía a vivir de una manera que refleje a su mensajero original: Cristo.

El Dr. Miguel Núñez, enseñando acerca del liderazgo, indica actitudes que hacen que un líder se rehuse a trabajar en equipo. Estas actitudes están relacionadas básicamente a su carácter, y debe prestarles atención si desea progresar en su desarrollo y el crecimiento de la organización. Una de ellas es el ego; querer llevarse los créditos y no admitir que no puede hacer ciertas cosas. Por otro lado, la inseguridad hace que un individuo se sienta amenazado al colaborar con otras personas. Finalmente, un temperamento rígido e inflexible hace difícil aceptar las opiniones de otros.

Lo que necesitamos para delegar

Luego de que Jetro culminó su asesoría, Moisés lo escuchó y aplicó el consejo. Dios usó a Jetro para traer un consejo sabio al líder israelita. Moisés tuvo la suficiente humildad para modificar su actividad (Ex. 21:25-26).

Nosotros necesitamos también, en primer lugar, esta clase de humildad. Instando a los filipenses a vivir con una actitud humilde, Pablo trae como estímulo el ejemplo de Cristo:

“Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, Filipenses 2:5-8.

La actitud del líder debe ser de humildad y servicio, de entrega absoluta a la causa de su Señor. El evangelio nos enseña y desafía a vivir de una manera que refleje a su mensajero original: Cristo. Cuando miras la vida de Jesús y ves la cruz, puedes notar una actitud, un espíritu, una motivación humilde. De hecho, mientras enseñaba a sus discípulos, Jesús los instaba a aprender de Él, quien posee las cualidades fundamentales de un carácter santo: mansedumbre y humildad (Mat. 11:29).

El líder necesita recordar que él vive para la gloria de Dios. Nada de lo que podamos hacer en el liderazgo tiene que ver con nosotros.

Ciertamente el talento es importante, pero no suficiente para triunfar. Como alguien dijo: debemos ser la generación de la toalla y el lebrillo. Un líder cristiano, independientemente de su contexto, debe caracterizarse por una actitud humilde y servicial.

En segundo lugar, el líder necesita recordar que él vive para la gloria de Dios. Nada de lo que podamos hacer en el liderazgo tiene que ver con nosotros. La vida del cristiano, sin importar el contexto en el que se encuentre, tiene que ver con Cristo, su evangelio, y su gloria. Pablo entendió esto cuando escribió:

“Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, Gálatas 2:20.

Podemos encontrarnos con un cargo en la alta gerencia de una corporación internacional que genera millones de dólares al año, o como parte del liderazgo pastoral de una pequeña iglesia en una zona rural recóndita de Latinoamérica. No importa el lugar, pertenecemos a Cristo y vivimos para su gloria, por lo cual nuestro trabajo es sagrado y los resultados tienen que lograr que la gente lo reconozca a Él. Si el líder tiene este principio fundamental presente en su día a día, entonces no le será difícil delegar.

Consejos cotidianos para delegar eficazmente

Permíteme entonces sugerir algunos consejos respecto al tema de la delegación:

1. Delega a gente que esté preparada.

Vemos un ejemplo de esto cuando Pablo escribió a Timoteo: “Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).

El líder debe asegurarse de que la persona que le sigue tenga clara la importancia de delegar. El líder sabe que parte del ADN del reino de los cielos tiene que ver con enseñar a otros para que estos a su vez hagan lo mismo, pero necesita garantizar que el liderazgo sustituto sea capaz de llevar la carga; que sea lo suficientemente responsable como para terminar la carrera.

Pablo sabía que la misión era más grande que las habilidades de pocos hombres finitos. Confiaba en Dios y creía en su Palabra y obra, pero sabía que Dios usaría voces, manos, y pies humanos para extender el evangelio. Por esto le enfatiza a su pupilo: encarga a hombres fieles, es decir, dignos de confianza. Hombres que estén listos para la misión.

De igual manera, cuando tengas que delegar a otro, asegúrate que este tenga la preparación que demanda la tarea.

2. Delega sin desconectarte de la tarea.

Al final del evangelio de Mateo se nos relata:

“Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, Mateo 28:18-20.

En este pasaje, la gran comisión, vemos claramente la tarea delegada a la Iglesia: hacer discípulos de todas las tribus de la tierra. Ahora bien, notemos que el Señor no se ha desconectado de ella. Él ha dicho que estará con nosotros.

En el ejemplo de Jesús aprendemos que en el liderazgo no podemos desconectarnos de la tarea delegada. La responsabilidad final de la labor sigue siendo del líder.

En el ejemplo de Jesús aprendemos que en el liderazgo no podemos desconectarnos de la tarea delegada. La responsabilidad final de la labor sigue siendo del líder.

3. No delegues sin dar instrucciones claras.

Si delegarás una tarea, asegúrate de que las ideas y los conocimientos que transmitas sean lo suficientemente claros y precisos como para garantizar que la misma sea ejecutada en el tiempo, contexto, espacio, y con los recursos planificados para ello.

Veamos otra vez el ejemplo de Jesús. Él delegó una misión a la Iglesia. Pero su instrucción no ha sido incierta, transmitida con inseguridad o de forma dudosa. ¡No! Su mandato ha sido preciso. Además, Él ha proporcionado los recursos necesarios para llevar a cabo la misión. Nos ha dado el Espíritu Santo que empodera, capacita, y supervisa a sus siervos para la implementación de su reino en la tierra en los corazones de los pecadores salvados.

4. No delegues sin manifestar claramente tus expectativas.

Todo líder espera un desempeño excelente en la ejecución de una función delegada. Sin embargo, esa expectativa debe ser comunicada con claridad para que sea entendida por el ejecutor. Es común juzgar la labor de los demás con base en expectativas no transmitidas, o transmitidas pobremente.

El líder no puede asumir que un miembro del equipo entiende lo que se le pide y que comprende la calidad con que se espera se ejecute una tarea. El resultado de no aclarar a tu equipo las expectativas de los trabajos delegados es un equipo desmotivado, que no confía del todo en su líder. Estas cosas trascienden a todos los niveles y aspectos de la organización.

Por tanto, cuando delegues, comunica bien tus expectativas al miembro del equipo, consulta si ha comprendido lo delegado, y pídele retroalimentación.

Aprender a delegar fortalecerá tu liderazgo, ampliará tu efectividad, disminuirá tus debilidades, dividirá tu carga de trabajo, y multiplicará el impacto de tu equipo.

5. Da seguimiento a la ejecución de la tarea.

Como bien sabemos, lo que no se mide no se controla. Y lo que no se controla no se puede dirigir adecuadamente. La responsabilidad del líder no termina cuando delega la tarea, sino cuando recibe la apropiada retroalimentación y ratifica la ejecución de la misma como se esperaba. Por tanto, el seguimiento es vital.

Conclusión

Liderar es un arte y un gran desafío. Pero una tarea encomiable. Aprender a delegar fortalecerá tu liderazgo, ampliará tu efectividad, disminuirá tus debilidades, dividirá tu carga de trabajo, y multiplicará el impacto de tu equipo.

Para hacerlo de forma eficaz, debemos tener una actitud humilde y estar conscientes de que somos hechura del Señor, creados para obras que ya Él planificó de antemano para que andemos en ellas, y que esas obras son para su gloria (Ef. 2:10; 1 Co. 10:31).

El trabajo en equipo no es una opción. Para lograr los objetivos que tenemos, debemos delegar en otros que tienen los dones, la preparación, las experiencias, y los conocimientos que aportan efectivamente a las metas. Hagamos esto instruyendo al equipo apropiadamente, manifestando las expectativas que se tienen, y dando el seguimiento que amerita.

¡Que Dios nos ayude a servirle mejor!


Imagen: Lightstock.
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