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La casa de mis abuelos en Pittsburgh era el lugar donde siempre sentía que el tiempo se detenía. En esa vivienda reconfortante, ni la cosa mas pequeña se salía de su lugar. Cada visita prometía lo mismo: el mismo olor de creosota en la entrada, las mismas comidas en los mismos platos en la misma mesa. Los mismos juegos de mesa después de la cena. Las mismas tardes en el patio viendo las luciérnagas. La misma bañera rosa y la misma cama antigua para dormir. El paraíso. 

En mi última visita a Pittsburgh, manejé hacia su callejón arbolado y me estacioné en la curva. Mis abuelos se habían ido hace un tiempo, pero quería pasar a ver la casa y recordar. No había nada que ver, nada más que bosque. Un vecino que quería un lote más grande había comprado la casa y la había derribado. Me molestaba lo mucho que me molestaba ese cambio. ¿Cómo es posible que alguien haya destruido el paraíso, por todos los cielos?

Cómo jugamos a ser Dios

La tristeza o la frustración que sentimos hacia los cambios en algo que pensábamos era inmutable, muy a menudo revela la tendencia de nuestro corazón de atribuir lo que solo le pertenece a Dios a otras personas, posesiones, o circunstancias: esperamos que los lugares terrenales fuesen celestiales. Me digo que mi amor por la rutina y mi aversión al cambio son un anhelo por el Dios que no cambia, pero si soy honesta, es simplemente idolatría. En verdad, lo que estoy haciendo es diciéndole a lo temporal y a las cosas que cambian, “Necesito que seas Dios. Por favor, solo permanece igual”.

Pero pedirle al mundo que me rodea que no cambie (o al menos actuar convincentemente como si no lo hiciera) no es lo peor. Lo peor es que cuando me enfrento con mi propio pecado arraigado, mi defensa inmediata es decir, “Así soy. No puedo cambiar”.

No puedo cambiar. Soy inmutable.

Mentira. Mentira de lo profundo del infierno. Ya sea que lo haya dicho en desesperación o en desafío, esta declaración es una mentira. Solo hay una persona que no cambia y es Dios. Pero cuando me encuentro en la necesidad de apartarme del pecado, respondo la pregunta de “¿Quién es inmutable?” con un “Yo soy”.

Al igual que la seguridad de mi salvación descansa en el hecho de que Dios no cambia, la esperanza de mi santificación descansa en el hecho de que yo puedo cambiar.

¿Qué mayor negación del evangelio de la gracia que el decir que es capaz de cambiar cada corazón pecador excepto el mío? ¿Qué mayor egoísmo? Sin duda, como incrédulos sentimos la desesperación de nuestra situación fuera de la gracia. Tenemos razón de suponer que sin la intervención de un milagro no podemos cambiar para mejorar. Pero cuando el milagro de la gracia se ha aplicado a nuestros corazones, el cambio se convierte en algo gloriosamente posible. Él que es Inmutable disipa para siempre el mito de la inmutabilidad humana, cambiando el corazón que alguna vez fue piedra a un corazón de carne, cambiando los deseos que en algún tiempo buscaban la vanagloria a deseos que buscan glorificarle.

Derribando el mito

Tal vez en ninguna parte demostramos tan claro nuestro compromiso con ese mito de la inmutabilidad como en la manera en la que discutimos con los demás.

“Nunca me escuchas cuando te hablo”. “Siempre dejas los calcetines en el suelo”. “Nunca estás listo a tiempo para la escuela”. “Siempre comemos pastel de carne en la cena”.

Esta última fue dirigida mí por un niño con aversión al pastel de carne. Les aseguro que no siempre tenemos pastel de carne para la cena. ¿Comemos pastel de carne con frecuencia? Sí. Soy culpable, pequeña y malagradecida persona que no tiene que planear el menú o preparar la cena. ¿Comemos pastel de carne siempre? No. Pero esa palabra “siempre” es tentadoramente útil cuando queremos reforzar un argumento débil. ¿Por qué siempre hay alguien que se queja cuando sirvo pastel de carne?

Cuando aplicamos los términos siempre o nunca a otras personas, hablamos una falsedad. Los seres humanos no siempre o nunca hacen algo. Sencillamente no somos tan constantes. Hacemos cosas con frecuencia, con bastante regularidad, a menudo o habitualmente, pero no siempre o nunca.

Como criaturas finitas y mutables, no podemos aspirar a estos términos, ya sea como agravio o como elogio. Estos solamente pueden ser verdaderamente dichos acerca de Dios.

Es por esto que, cuando 1 Corintios 13 se lee en las bodas (y parece ser leído en todas las bodas, ya de sean conversos o paganos), deje de querer reírme. Solía ​​sentarme bromeando en mi mente mientras se leía a la pareja la definición magnifica del amor:

“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad” (vv. 4-6).

Buena suerte a los dos con eso. Parece probable que el novio va a dejar su toalla constantemente en el piso del baño. Parece posible que la novia vaya a mencionar repetidamente que lo hace. ¿Cuántos matrimonios verdaderamente demuestran constantemente el tipo de amor descrito en 1 Corintios 13? Es decir, claro, vamos a intentarlo, pero abrochen su cinturón de seguridad. Eso es cuando estás de luna de miel. Y aquí viene el gran final: “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (vv. 7-8).

Cierto. Sin embargo, nuestros matrimonios están llenos de amor que tambalea, que se queda muy corto a lo que estos versos describen. Hasta parecen fuera de lugar, incluso para leerlos durante la ceremonia.

A menos que no estén describiendo en absoluto al amor humano.

Mi escepticismo en las bodas fue demolido al darme cuenta de que 1 Corintios 13 está describiendo un amor de siempres y de nuncas, el tipo de amor que solo se le puede atribuir a un Dios de infinita inmutabilidad. No describe amor humano, sino el amor que todos anhelamos: el amor inmutable de Dios. Solo Dios puede decir con absoluta veracidad que su amor siempre todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Solo Dios puede decir que su amor nunca falla. ¿Qué mejor pasaje para leer en una boda que uno que describe el tipo de amor que nunca podemos esperar recibir a la perfección de nadie más que de nuestro Padre celestial? ¿Cuánto más dispuestos estaríamos de remplazar el idioma humano de siempre y nunca al idioma de gracia y perdón si tan solo pudiéramos reconocer que no le podemos pedir a otro ser humano que sea nuestro Dios?

Verdad para derribar ídolos

La idolatría se apodera de ti y de mí cuando dependemos de una relación humana, una circunstancia, o una posesión que deseamos o esperamos que nunca se valla o nos deje, que siempre permanezca. La idolatría se apodera de nosotros cuando creemos que una relación o circunstancia difícil nunca va a cambiar, que se quedará siempre sin esperanza, lesionada, y triste. Pero aquí está la verdad para derribar estos ídolos:

Cada circunstancia en la que te encuentres cambiará excepto la circunstancia de tu perdón.

Cada posesión que tengas pasará excepto la perla de tu salvación.

Cada relación en la que entres tambaleará excepto tu adopción por tu Padre celestial.

Mientras escribo, estoy finalizando una semana llena de titulares de noticias históricas. Los asuntos de raza, género, sexualidad, religión, y política han estallado en un caos, todos a la vez. Los líderes han caído, las leyes han sido revocadas, los ciudadanos han practicado la desobediencia civil, el terrorismo ha inscrito su mensaje en sangre a través de tres continentes, y las redes sociales desesperadamente quieren convencerme de que esta vez es grave, el cielo realmente se está cayendo. Recuerdo otras semanas como esta en las que la ansiedad, la alarma, y el miedo crecían en mí. Pero esta semana estoy en un lugar diferente, y no puede ser accidental. La furia de las naciones solo puede ser navegada manteniendo fija la vista en este punto: el Señor, sentado en su trono. Ese punto fijo ha sido mi meditación esta semana y el efecto que ha tenido en mi compostura en medio del cambio me ha tomado por sorpresa. El siempre y nunca de mi Dios que no cambia son especialmente prácticos para mí esta semana, y particularmente valiosos.

No hay más roca que la roca de nuestra salvación. No hay corazón humano tan duro que Él no pueda ablandar, ni siquiera el tuyo. Suéltate de la idolatría de tus siempres y tus nuncas. Estas palabras son verdad solamente de Dios. Pídele al Señor que te sostenga durante los momentos cambiantes de esta vida. Pídele que cambie lo que has creído que está mas allá de su gracia para cambiar. Nuestro Dios de infinita inmutabilidad es una roca. Cuando todo a nuestro alrededor está movedizo como la arena, pidamosle a Él: “Condúceme a la roca que es más alta que yo. Porque Tú has sido refugio para mí” (Sal. 61:2-3).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Yajaira Marmolejo.
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