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Recientemente prediqué un sermón sobre Lucas 17:1-10 sobre el perdón. Al poco tiempo recibí esta pregunta, y pensé que la respuesta podría ser útil para otros.

Pregunta:

He oído enseñar que si una persona no busca el perdón (arrepentimiento) no estamos obligados a perdonar, ¿estás de acuerdo con esto? ¿Puede una persona negarse a perdonar y aún así no albergar el pecado de amargura? ¿La imagen de la salvación, que requiere arrepentimiento antes del perdón, aplica a este caso o es diferente y no aplica?

Respuesta:

Buena pregunta. Y una muy obvia que surge mientras pensamos en el perdón. También es un tema que me temo que muchas personas hacen más complicado de lo necesario. Algunos quieren tener una visión simplista del perdón que no toma en serio las acciones de la gente y las consecuencias por esas acciones, pero otros quieren limitar la definición del perdón mediante la presentación de argumentos técnicos que sirven para justificar la falta de perdón. Ninguno de los enfoques trata adecuadamente con los datos bíblicos.

El ciclo completo del perdón

El texto que estaba discutiendo recientemente ofrece una imagen de lo que yo llamaría el ciclo completo del perdón, que termina en la reconciliación. En otras palabras, el pecado se comete y se enfrenta, el arrepentimiento se ofrece, y el perdón se concede. El texto nos dice que esto debería ocurrir incluso si el pecado y el arrepentimiento ocurren siete veces en un día. No hay límite. Así, el ciclo completo del perdón trae la reconciliación relacional que solo es posible en respuesta al arrepentimiento.

Sin embargo, las cosas no siempre son tan simples y ordenadas. Más allá del alcance del textode Lucas 17 que prediqué ese día, también debemos tener una respuesta acerca de cómo responder a una persona que se niega a reconocer lo que ha hecho mal, y que se niega a arrepentirse y a buscar el perdón. ¿Hace sentido el perdón en una situación así? ¿Cómo imitamos a Cristo en ese tipo de situación dolorosa? No podemos controlar el comportamiento y las acciones de otras personas, pero somos responsables de nuestras acciones y reacciones.

El medio ciclo del perdón

En esta situación, perdonar a una persona que no se ha arrepentido no se ve exactamente igual que el perdón a una persona arrepentida porque no alcanza su objetivo final. En el mejor escenario, en este tipo de situación tenemos lo que yo llamaría el ciclo incompleto o el medio ciclo del perdón, pues no termina en la reconciliación debido al pecado de la persona que se niega a arrepentirse. Pero incluso cuando una persona se niega a arrepentirse, se nos ordena a amar a nuestros enemigos, a orar por los que nos persiguen, y a hacer el bien a los que nos aborrecen (Mat 5:11, Lc 6:27,35, Rom 12:14 ).

Cuando la persona que nos ha agraviado no se arrepiente al confesar su falta, buscando perdón y volviéndose de su pecado a Cristo, él o ella corta el ciclo completo del perdón. Sin embargo, todavía podemos dejar a un lado nuestro deseo de venganza y rencor. Podemos entregar nuestra ira y mala voluntad a Dios, el único que tiene el derecho final a la venganza (Lev 19:18, Heb 10:30). El seguidor de Cristo puede tratar de hacer el bien y bendecir a los que pecan contra nosotros, pero su corazón dispuesto a perdonar no puede, por sí solo, completar el ciclo del perdón y lograr la reconciliación y la intimidad relacional.

Por lo tanto, siempre estamos llamados a ser aquellos que perdonan en el sentido más importante de no querer exigir retribución personal o que se nos pague por la deuda o el mal que nos han hecho. Aunque sabemos que Dios juzgará y que es adecuado para la comunidad brindar consecuencias por las acciones (congregacionales y civiles, si aplican), estamos llamados personalmente a perdonar desde el corazón a la misma vez que reconocemos que nuestras acciones no pueden lograr la reconciliación.

Juan Calvino, en su comentario de Lucas 17, explica diferentes aspectos de lo que significa perdonar para los cristianos. Calvino sostiene que el medio ciclo del perdón (mi descripción, no la de él) es algo que los creyentes siempre están llamados a hacer. Pero el aspecto más limitado del perdón llama a los creyentes a reconocer el perdón al infractor solo cuando él o ella se arrepiente, a recibirlos gustosamente, y otorgarles nuevamente el favor de la relación, y lograr la meta final del ciclo completo del perdón – reconciliación.

Calvino escribe:

“Hay dos formas en las que las ofensas son perdonadas. Si un hombre me hace daño, y yo, dejando a un lado el deseo de venganza, no dejo de amarlo, sino que incluso le devuelvo amabilidad en lugar de daño, aunque conserve una opinión desfavorable de él, como se merece, puedo decir que lo he perdonado. Porque cuando Dios nos manda a desearle bien a nuestros enemigos, Él no exige que aprobemos en ellos lo que Él condena, sino que nuestras mentes sean purificadas de todo odio. Cuando otorgamos este perdón, no tenemos derecho alguno a esperar que el que nos ha ofendido vuelva por su propia voluntad a reconciliarse, sino que debemos amar a los que nos provocan deliberadamente, a los que desprecian la reconciliación, y añaden a la carga de ofensas anteriores.

Un segundo tipo de perdón es, cuando recibimos nuevamente a un hermano, así como para pensar favorablemente acerca de él, y estar convencidos de que el recuerdo de su falta ha sido borrado ante los ojos de Dios. Y esto es lo que antes he señalado, que en este pasaje Cristo no habla solamente del daño que nos han hecho, sino de todo tipo de ofensas; porque él desea que, por nuestra compasión, levantemos a los que han caído.

Esta doctrina es muy necesaria, porque, naturalmente, casi todos somos irritables en extremo; y Satanás, bajo el pretexto de la gravedad, nos impulsa a un rigor cruel, por lo que los hombres desdichados, a quienes se les ha negado el perdón, son tragados por el dolor y la desesperación”.

La libertad y el poder del perdón

Creo que Calvino está en lo correcto. El perdón tiene como objetivo final la reconciliación, pero eso no quiere decir que la definición de ‘perdonar’ debe colapsar exclusivamente en lo que es la reconciliación. Tampoco se puede defender bíblicamente que está prohibido perdonar, al menos en algún sentido, si el arrepentimiento no ha sucedido. Una palabra frecuente que se usa en el griego para ‘perdonar’ es apheimi, que significa liberación, como en la liberación del pago de una deuda. Podemos y debemos hacerlo personalmente, no importa la respuesta del infractor, reconociendo que la máxima autoridad para juzgar pertenece al Señor Jesucristo.

Jesús pone un enorme énfasis en el perdón horizontal (de persona a persona). En “La Institución de la Religión Cristiana”, Calvino explica el perdón que ofrecemos a los que pecan contra nosotros en relación a la reconciliación del evangelio.

“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” [Mateo 6:12]: es decir, como nosotros excusamos y perdonamos a todos los que de alguna manera nos han herido, ya sea por tratarnos injustamente con hechos o al insultarnos con palabras. No es que sea nuestro el perdonar la culpa de la transgresión o delito, porque esto pertenece solo a Dios (Isa 43:25). Más bien nuestro perdón consiste en: la disposición de sacar de nuestra mente, el odio, el rencor y el deseo de venganza, y de buena gana desterrar al olvido el recuerdo de la injusticia” (Vol. 1, 912).

Argumentar que el perdón solo puede tener lugar cuando hay arrepentimiento es lógicamente inconsistente con el mandamiento de vencer con el bien el mal, de bendecir, y de amar a nuestros enemigos. Además, no va de acuerdo con la paciencia de Dios, que en Su gracia pasó por alto nuestro pecado, lo que nos dio oportunidad para el arrepentimiento: “¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?” (Rom 2:4). El creyente debe elegir personalmente perdonar a aquellos que pecan contra ellos, porque todos somos pecadores y lo que debemos anhelar para el infractor es el arrepentimiento y el perdón del evangelio, no la venganza personal. A menudo, la voluntad de hacerlo por amor del evangelio allana el camino para el arrepentimiento genuino.


Publicado originalmente en davidprince.com. Traducido por Becky Parrilla.
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