¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Durante el fin de semana pasado muchos de nosotros observamos con horror y angustia los informes de terrorismo provenientes de París. Al menos 120 personas murieron en lo que parece ser una operación coordinada por el Estado Islámico (ISIS), una organización terrorista que ha asesinado a miles de personas inocentes en el último año, incluyendo a muchos cristianos.

ISIS es una de las personificaciones más claras de la persecución y la maldad que hemos visto en el Occidente en muchos años. El propósito de su existencia es un compromiso a aniquilar la oposición política y cultural a través de la violencia. Ellos se aprovechan sin descanso de los inocentes, incluyendo niños. No hay duda de que ISIS es una amenaza que debe ser lidiada solo a través de la guerra.

Pero, ¿es solo por justicia que los cristianos deben orar cuando se trata de ISIS? ¿Debemos orar para que nuestros militares, en las palabras del cantante Toby Keith, “enciendan su mundo como el Cuatro de Julio”? ¿O debemos orar para que, como un amigo mío publicó en medios de comunicación social, haya un Saulo entre los militantes ISIS, cuya salvación podría girar el mundo árabe al revés con el evangelio?

Estas no son oraciones contradictorias, y para ambas digo: “Amén”.

Justicia y Justificación

Jesús dice que amemos a nuestros enemigos y oremos por los que nos persiguen (Mt. 5:44). El Espíritu de Jesús en los profetas y en los apóstoles también nos dice que aquellos que se hacen la vista gorda ante la muerte de los demás están mal. La razón por la que nos sentimos que estamos orando cosas contradictorias cuando pedimos tanto por la justicia contra ISIS y por salvación de algunos entre ISIS es en parte porque no somos capaces de distinguir entre la misión del Estado en el uso de la espada temporal contra los malhechores (Ro. 13:4) y la misión de la iglesia en el uso de la espada del Espíritu es contra el pecado y la muerte y el diablo (Ef. 6). Pero eso no es, en mi opinión, el principal problema.

El principal problema es que a veces nos olvidamos que estamos llamados a ser un pueblo de la justicia y de justificación, y que estas dos no son contradictorias.

Parece muy espiritual, a primera vista, decir que no debemos orar por la derrota de nuestros enemigos en el campo de batalla. Pero eso es solo el caso si realmente los enemigos no están haciendo nada. Este grupo terrorista está violando, esclavizando, decapitando y crucificando a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, así como otras personas inocentes. No orar por una acción rápida contra ellos es no preocuparse por lo que Jesús dijo que debemos buscar, aquello por lo que debemos tener hambre y sed: de justicia. Un mundo en el que las bandas criminales cometen genocidio sin penalización no es un mundo “misericordioso”, sino un espectáculo injusto de horror.

Como cristianos debemos estar preocupados con esa justicia, más allá que cualquier otro grupo de personas. No solo tenemos la motivación de la gracia común, enraizada en la imagen de Dios y la ley escrita en el corazón, para preocuparnos por detener los asesinatos y la injusticia. También tenemos una implicación personal. Son los miembros de nuestra familia los que están siendo aniquilados en el Medio Oriente, el mismo lugar donde comenzó nuestra iglesia. Para nosotros, esto no es una cuestión de “ellos”; es una cuestión de “nosotros”.

Evangelio y castigo

Al mismo tiempo, orar por la salvación de nuestros enemigos, incluso los que cometen el más horrible de los crímenes, no es un llamado a dejar de orar por la justicia en contra de ellos. La cruz, después de todo, no es el perdón en un sentido terapéutico contemporáneo —en el cual uno es simplemente absuelto del delito como si fuera un simple malentendido—.

El evangelio no dice: “No te preocupes por eso; está bien”. El evangelio nos señala a la cruz donde el pecado se absorbe en un sustituto. La condenación justa de Dios por el pecado está allí —Él no permite (ni puede permitir) la maldad—. Y la misericordia de Dios también está allí en que Él es el que envía a su Hijo como propiciación por el pecado. Él es “justo y el que justifica al que tiene fe en Jesús” (Ro. 3:26). El evangelio no deja pecado sin castigo. Todo pecado es castigado, ya sea en el Lugar de la Calavera, en Cristo, o en el juicio del infierno, en uno mismo.

El ladrón arrepentido en la cruz —un terrorista del Medio Oriente a los estándares de Roma— no creía que su salvación le eximiría de la justicia. Confesó que su condena era justa, que estaba recibiendo la debida recompensa por sus obras (Lc. 23:41), aún cuando clamó a Jesús por una entrada misericordiosa en Su reino (Lucas 23:42).

Debemos, en efecto, a orar por el avance del evangelio, y que pueda haber un nuevo Saulo de Tarso transformado de ser un asesino a un testigo del evangelio. Al mismo tiempo hemos de pedir como conviene, con los mártires en el cielo, por justicia contra los que perpetran tales maldades. Orar por la derrota militar de nuestros enemigos, y que puedan ser transformados por Cristo, no son oraciones contradictorias, porque la salvación no significa desviar nuestra mirada de la justicia. Podemos orar por un avance del evangelio en el Medio Oriente, y podemos orar para que su mundo sea encendido como el Cuatro de Julio, al mismo tiempo.

Después de todo, somos gente de la cruz.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando