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“El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos…”—Deuteronomio 33:27

La vida y el ministerio han ocupado la mayor parte de mi tiempo, y lamento informar que nuestra iglesia está sufriendo cada vez más los desafíos de la bestia llamada cáncer. En los últimos 6 meses hemos perdido a nuestros amigos Ana y Richard, y aún tenemos más que siguen batallando, incluyendo a nuestra amiga Natalie. ¿Puedo contarte un poco acerca de ella?

Natalie es una de nuestras diaconisas. Digo “es” a pesar de que trató de renunciar, pero no aceptamos. No nos parecía correcto. Uno de mis primeros recuerdos de Natalie fue en un funeral; de hecho, uno de los primeros de los muchos que he oficiado en cinco años en nuestra iglesia. Ni siquiera recuerdo de quién era —no era un miembro de la iglesia, sino una persona del pueblo— y yo estaba haciendo mi típico acto del nuevo pastor introvertido, joven, tímido y asustado, pasando el rato en la cocina por el pasillo. Natalie viene caminando y me dice: “¿Qué estás haciendo aquí? ¡Sal y ve a conocer gente!”.

¿Perdón? ¿Quién cree que es esta señora?

En realidad, es una de mis mejores y grandes amigas, quien me da las mejores críticas. Al pensar sobre nuestra amistad en las últimas semanas, me he dado cuenta que Natalie es la persona de la iglesia con quien más hablo. Varias veces a la semana intercambiamos correos electrónicos, servimos juntos en el comedor público local, y cuando tengo que reunirme con una mujer sola en la iglesia, Natalie es la que llega y pasa el rato en la habitación de al lado. Natalie es la que, cuando está a cargo, sé que las cosas se van a hacer. Cuando dice que algo es factible, es factible. Natalie pasó de ser mi retadora sagaz a mi más feroz partidaria y animadora.

El domingo de Pascua un amigo le dijo: “Natalie, tus ojos se ven de color amarillo”. Ella fue al médico ese lunes, donde le hicieron análisis de sangre y el martes la llamaron y le dijeron: “Ve a la sala de emergencia”. Ella estuvo en el hospital más de una semana, donde encontraron problemas con el conducto biliar, pero en ese proceso también encontraron cáncer de páncreas, del cual, dicen, que nadie sobrevive. Pero también le crearon todo tipo de complicaciones por los procedimientos de las vías biliares, que la dejaron débil y herida. Hablaban de acumulacion de aire, acumulación de bilis, de esto y aquello perforado, y aunque todo esto se podría curar, todavía quedaba el cáncer, del cual, de nuevo, ellos dicen, nadie sobrevive.

Natalie se negó al tratamiento, no podía soportar más cirugías. Cada cosa que los médicos hacían solo creaba tres cosas más que hacer. Ella no se iba a engañar con todo eso.

Ella está ahora en casa de un amigo en Middletown. Le dieron de unos días a dos semanas de vida; eso fue hace 11 días atrás. Ella está en muchísimo dolor. Todos esperamos que las perforaciones, el aire y la bilis y todo esto está siendo ordenado internamente por el gran diseño del cuerpo o por la gran mano milagrosa de Dios. Pero todavía el cáncer está sin tratar y dicen, que nadie sobrevive de eso.

Le he estado leyendo las Escrituras. Pidió que leyera Apocalipsis —con sus rameras y dragones, plagas y decapitaciones— y Eclesiastés —con sus vanidades e insignificancias y su correr tras el viento–. Esto te dice algo acerca de Natalie.

Le dije: “¿Por qué Apocalipsis?”, mientras le leía las cartas de Jesús a las iglesias. “Esto es lo que tengo contra ti!”, declara una y otra vez. Ella dijo: “Él no me está hablando a mí!” Muy cierto.

Le dije: “¿Por qué Eclesiastés?” Ella dijo: “Porque veo que tener muchas cosas, dinero y fama no sirve de nada. Me dice que no desperdicié mi vida”.

Algunas personas le dicen a Natalie que están enojados con Dios por esto. Ella se enoja con ellos por estar enojados. “Dios es la razón por la que tenemos algo en el primer lugar”.

Ayer señaló a la colección de cartas que ha recibido. “A veces me gustaría que se las llevaran todas”, dijo. “Porque ellos siguen y siguen hablando de lo genial que soy y de todas estas cosas maravillosas que he hecho para ellos y no saben lo egoísta que soy. Cualquier cosa buena que haya hecho no he sido yo”.

Sus hijos ya han crecido. Todos ellos están aquí, incluso su hijo, que vive en Suecia. Él dice: “¿No sería genial si, de todas las cosas que los médicos terriblemente se equivocaron, también se hayan equivocado del diagnóstico acerca de la bilis y el aire? Tal vez, si empieza a sentirse mejor, puede cambiar de opinión acerca de luchar contra el cáncer”.

Pero, siguen diciendo, nadie sobrevive el cáncer de páncreas.

Natalie estaba triste el otro día pues no sabía cuándo sería el día. “Ellos dijeron de unos días a dos semanas, eso fue hace once días. Ahora no me dirán cuánto tiempo tengo”. Hace una pausa, con sus ojos cerrados. “Dios sabe”.

No sé cuándo Natalie se irá. No sé cuándo me voy a ir. En verdad, ninguno de nosotros sabe el cuándo. Podría irme antes que ella. Cualquiera de nosotros podría.

Prediqué sobre el Salmo 1 en una conferencia la semana pasada, y esta línea del versículo 6 me llama la atención: “el Señor conoce el camino de los justos”. No hay nada más precioso que ser conocido por Dios, todos nuestros días y todos nuestros caminos.

Ha sido difícil ver a Natalie; de una mujer sana y en forma, alta y delgada, a una mujer, reducida en cuerpo y energía. Sin embargo, una cosa he aprendido a lo largo de las tribulaciones de nuestra iglesia: cuando el cuerpo de un santo cede, su espíritu se engrandece. Ellos se hacen más pequeños, y Dios se hace más grande, como si el partir es en sí mismo un anticipo del día en que Cristo pondrá todas las cosas en sujeción debajo de sus pies. Y no son aniquilados en ese día si no redimidos, resucitados, restaurados. Cuando morimos, nos hacemos mas pequeños y Dios se hace más grande, para que él sea todo en todos (1 Cor. 15:28).

El día antes de que Richard muriera, esuve en su habitación mientras él yacía en su lecho de muerte. Otra cama había sido acomodada en contra de ella, donde su esposa dormía a su lado en la noche. Me dijeron que podía hablar con él, a pesar de que Richard no estaba consciente pues estaba fuertemente sedado. Debido a que la otra cama estaba paralela a la suya, no podía sentarme cerca de él, tenía que acostarme a su lado. Así que lo hice. Mientras su hermana y su tía miraban, básicamente me deslice en la cama con él, de costado para mirarlo, y estábamos acostados allí con solo pulgadas entre nosotros, mientras miraba su cara delgada. Tenía los ojos cerrados y su boca abierta. Podía sentir y oler su aliento, lento y forzado en mi propia cara. Yo le dije: “Richard, Dios te ama y aprueba de ti”. (Estas fueron las palabras que el Espíritu habló a mi corazón, en mi momento de debilidad en el evangelio hace años). “Richard, el Señor está orgulloso de ti y listo para darte la bienvenida a causa de tu fe en él”. Entonces dije algo que ha sido una exhortación significativa para mí desde que Ray Ortlund me la dijo mientras comíamos unas enchiladas en el restaurante mexicano Cancún en Nashville, Tennessee. “Eres un hombre poderoso de Dios”.

Las palabras sonaban raras teniendo en cuenta nuestra posición íntima, tierna y vulnerable.

En lo cotidiano, en lo mundano, en el aburrimiento, en pleno proceso de sufrimiento, de los dolores y el entumecimiento de la depresión, de las amenazas a la vida y la seguridad, Cristo lo es todo.

Richard murió temprano la mañana siguiente. Su cuerpo finalmente se dio paso a la ruptura y a la maldición. Pocas personas sobreviven a los tumores cerebrales. Sin embargo, él sí lo hizo. Realmente y verdaderamente lo hizo. Pensando en él, de pie ante la presencia de Dios en gran gloria, presentado irreprensible en virtud por la justicia de Cristo, llevado al reino divino en el que ya estaba sentado con Cristo, en el mismo Dios en el que ya se había escondido. Richard fue —es— más que vencedor.

Jesús mira directamente a los ojos de la hermana de Lázaro y le dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. ¿Crees esto?”

Lo creo. Por la gracia de Dios, realmente lo creo. Lo mismo sucede con Natalie. Nadie sobrevive el cáncer de páncreas, “ellos” dicen, pero la sangre de Cristo habla una palabra mejor. Natalie sobrevivirá.

Todo el que está en Cristo va a sobrevivir. De hecho, prevalecerá.

“Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”
 —Juan 3:30.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Saraí Charón
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