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Cuando los abuelos no conocen a Jesús

¿Por qué cuando nos alistábamos para la visita de mis padres se sentía como prepararme para la batalla? Todos estos años después, todavía puedo sentir la tensión que me invadía antes de que ellos llegaran a nuestra casa. Mamá y papá eran personas amables y animadas. Mi esposo y yo admirábamos su entusiasmo por la vida. Los amábamos y queríamos que nuestros hijos también los amaran. Pero ellos no conocían a Jesús. ¿Cómo podríamos proteger a nuestros hijos de su influencia impía y al mismo tiempo honrar a nuestros padres?

Dios cumplió nuestro deseo de que nuestros hijos amaran a sus abuelos. Pero las preguntas predecibles llegaban tras cada visita: “¿Por qué a nuestros abuelos no les gusta nuestra iglesia?”, “¿Por qué la abuela usa el nombre del Señor de esa manera?”, “¿Por qué querían ver esa mala película?”, “¿Realmente el abuelo no cree en Dios?”.

Anhelábamos que nuestros hijos tuvieran abuelos piadosos, pero el Señor tenía otros planes. Con el tiempo, aprendimos tres lecciones importantes.

1. Dios diseña las relaciones para sus mejores propósitos

El rol de mis padres en la vida de nuestra familia no fue un error. Un Dios bueno diseñó esta relación para nuestro bien y para Su gloria: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Ro. 8:28).

El buen plan de Dios para las familias incluye a cada generación. Los padres sabios ponen límites cuando la seguridad de un niño está en juego. Pero Dios, no el miedo, debe guiarnos. Cuando Ron y yo entregamos nuestros miedos a Dios en oración, los problemas con mis padres se convirtieron en oportunidades divinas para enseñar a nuestros hijos la verdad bíblica con gracia. Mis padres decidieron creer que este mundo era todo lo que había y decidieron vivir separados de Dios. No tenían categorías para el pecado, y por lo tanto, no tenían consuelo en la gracia de Dios para los pecadores.

Dios no espera hasta que hagamos lo correcto para derramar su gracia sobre nosotros.

En respuesta, Ron y yo aprendimos a hablar abiertamente con nuestros hijos después de las visitas de nuestros padres. Usamos estos tiempos no solo para comunicar la verdad bíblica a la luz de los pecados de sus abuelos, sino también para examinar nuestras luchas con la impaciencia, la justicia propia, y el temor. Junto con nuestros hijos aprendimos que Dios no espera hasta que hagamos lo correcto para derramar su gracia sobre nosotros.

Nuestros corazones se ablandaron con compasión por la ceguera y la ignorancia de mis padres. Nuestra relación se convirtió en una oportunidad para el crecimiento espiritual. Y para nuestra sorpresa, amamos a mis padres más, no menos, después de sus visitas.

2. En Cristo podemos ser honestos y firmes en cualquier relación

Con el paso de los años, en la medida que Dios aumentaba nuestra confianza en Él, la presencia imponente de mis padres en nuestras vidas ya no nos intimidaba. Aprendimos a decir: “Sí, el abuelo dice eso. Lo amamos, pero su manera de hablar no honra a Dios”. O: “Tus abuelos no creen en Jesús. Pero sabemos que todo lo que Dios nos dice acerca de Jesús es verdad”. Reconocer el problema de su incredulidad ayudó a nuestros hijos a aprender a vivir sabiamente dentro de su propia familia. Cualquier cosa menos es deshonesta y poco amorosa.

Gradualmente, las preguntas que surgían después de las visitas de mis padres ya no nos amedrentaban. Dejamos de cambiar de tema. Cada visita se convirtió en una oportunidad para aplicar un marco bíblico a varios temas. Nuestra confianza creció cuando la Palabra de Dios y su Espíritu nos guiaron a toda verdad.

Aprendimos a evitar las críticas pecaminosas, y en cambio a hablar honestamente con nuestros hijos. Nuestra regla se convirtió en esto: que los abuelos sean quienes son y que nuestros hijos los conozcan de esta manera.

¿Habría sido la vida más fácil si mis padres hubieran reconocido nuestra responsabilidad como padres de dirigir a nuestros hijos? Por supuesto. En un mundo perfecto, hubiera sido genial recibir el consejo de mis padres solo cuando se les preguntaba. Aun así, los padres cristianos no deben temer. Dios nos ha confiado la mayor influencia sobre nuestros hijos. Él nos ayudará a aprovechar los momentos de enseñanza para hacerlo con honestidad y confianza. ¡Pídele eso!

3. Vivir por fe honra a nuestros padres.

Honrar es asignar importancia. Ron y yo honramos a mis padres cuando oramos seriamente por ellos y por nuestra actitud hacia ellos. Le pedimos a Dios que nos ayude a hablar con respeto pero con firmeza acerca de cómo pretendíamos ser padres.

Aprendimos a negarnos a nosotros mismos el lujo de exigir nuestros derechos. Cuando un mandato bíblico no estaba en juego, dejábamos de lado nuestras preferencias.

No podíamos estar de acuerdo con mis padres sobre muchas cosas, pero podíamos honrarlos aun cuando no estuviéramos de acuerdo. Podía decirle a mi madre: “No creo que sea justo que los niños escuchen esto”, o “Ver esa película delante de los niños podría confundirlos sobre lo que es correcto e incorrecto”. En la medida de lo posible, en privado les pedimos a mis padres que hicieran las cosas a nuestra manera.

Vivir por la fe significaba que Ron y yo no podíamos hacer a un lado a mis padres simplemente porque no creían lo que hacíamos. Dios amablemente nos enseñó a dejar las cosas pequeñas. Aprendimos a negarnos a nosotros mismos el lujo de exigir nuestros derechos. Cuando un mandato bíblico no estaba en juego, dejábamos de lado nuestras preferencias.

El temor a la influencia de mis padres casi nos impide entrar plenamente en los propósitos de Dios para nuestra familia. Lamentablemente, mis padres dejaron esta tierra sin nuestra seguridad de su salvación. Su elección nos entristece. Sin embargo, cuán agradecidos estamos de que Dios reemplazó nuestro temor con fe en Su plan.

Ahora, como abuelos, Dios nos ha dado un nuevo rol en la vida de nuestros hijos y nietos. ¿Todavía tenemos luchas? ¡Por supuesto! Pero también confiamos en que Dios está cumpliendo sus buenos propósitos en la próxima generación, tal como lo hizo con los nuestros.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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