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Por varias razones, últimamente he estado pensando acerca de cómo los cristianos deben relacionarse entre sí en torno a las doctrinas secundarias. ¿Qué tipo de asociaciones y alianzas son apropiadas entre los cristianos de diferentes denominaciones, redes, y/o tribus? ¿Qué clase de sentimientos y prácticas debe caracterizar nuestra actitud hacia aquellos en el cuerpo de Cristo con quienes tenemos desacuerdos teológicos significativos? ¿Qué aspecto tiene el manejar con integridad y transparencia las diferencias personales de convicción que pueden surgir con una iglesia, jefe, o institución?

Este tipo de preguntas ha sido una parte significativa de mi propio viaje denominacional y teológico durante la última década, y es un tema práctico que siempre estará con nosotros, así que pensé que sería útil compartir dos convicciones que han estado desarrollándose en mí mientras que he ido luchado en el camino.

Mis comentarios aquí no son un tratamiento completo de todo este asunto, y reflejan un poco de mi propio contexto e historia. Pero mi propia historia puede tener similitudes con otras, así que puede ser útil compartirla.

En el nivel conceptual más amplio, veo dos peligros opuestos: el minimalismo doctrinal y el separatismo doctrinal.

El peligro del minimalismo doctrinal

La trayectoria general de nuestra cultura parece tender hacia el minimalismo doctrinal y la indiferencia doctrinal (especialmente en mi generación). Hace 400 años, si usted tomaba una opinión diferente sobre el bautismo, puede que hubiera sido ahogado. Hoy nos asustamos con esa postura, pero a menudo vamos al extremo opuesto y decimos, en efecto: “¿A quién le importa?”.

No puedo recordar cuántas veces, al hablar de doctrinas secundarias, he oído a la gente decir: “No es un tema del evangelio; es un tema secundario”. Ahora, por supuesto, debemos distinguir entre el evangelio y las cuestiones secundarias, pero si no presionamos más allá de esta distinción básica, este tipo de declaración puede a menudo ocultar la importancia de varias cuestiones secundarias. A veces sospecho que lo que la gente realmente quiere decir cuando hacen esta distinción es algo así como: “Es una cuestión secundaria; por lo tanto no importa realmente”. O cuando decimos: “No peleemos por este tema”, a veces lo que realmente queremos decir es: “No he estudiado lo suficiente para saber o preocuparme sobre por qué es importante”.

Las doctrinas pueden ser “no esenciales” y, sin embargo, muy importantes, y las diferentes doctrinas tienen diferentes tipos de importancia. A menudo considero útil, en mi propio pensamiento, pensar en términos de tres tipos de doctrinas, con una categoría subsiguiente para cuestiones sobre las que no se requiere ni se prohíbe ninguna postura:

  1. Doctrinas primarias
  2. Doctrinas secundarias
  3. Doctrinas terciarias
  4. Adiaphora (“cosas indiferentes”)

Por supuesto, un esquema de 4 categorías como este es algo arbitrario, también (ya que se pueden elegir tres o cinco o diez en su lugar). Pero esta manera de enmarcar las cuestiones nos permite reconocer un espectro de importancia a varias doctrinas no evangélicas, mientras que al mismo tiempo sigue siendo relativamente simple (una categorización de diez unidades sería difícil de manejar).

Por ejemplo, la mayoría de nosotros reconocería que la autoridad bíblica es una doctrina importante, sin afirmar que es un tema de evangelio en el sentido de que si lo niegas, te conviertes en un hereje. Por lo tanto, si la Trinidad está en la categoría 1, y el color de la alfombra en el santuario está en la categoría 4, tener dos agrupaciones distintas entre estas dos nos permite no colapsar la autoridad bíblica y, digamos, la naturaleza del rapto en la misma categoría.

Hay varias razones por las que creo que no debemos equiparar “secundario” con “indiferente”, agrupando todo lo que está en las categorías 2-4:

A) Una visión elevada de la Escritura nos llama a atesorar todo lo que Dios ha dicho. Imagina que recibes una larga carta de tu amor platónico. Apreciarías cada palabra de esa carta; no hay nada que pasarías de largo. Así también, si nos aferramos a la inspiración y perspicuidad de la Escritura, no deberíamos desestimar ninguno de los contenidos. Incluso cuando no vemos personalmente la consecuencia inmediata de cierto pasaje, nuestro amor por el Señor que nos lo inspiró, y nuestra reverencia a ella como su Palabra inspirada, debe obligarnos a estudiar diligentemente y esforzarnos por entenderla. Toda la Escritura, desde las oscuras leyes ceremoniales en Levítico a las extrañas imágenes de Apocalipsis, desde el momento de las 70 semanas en Daniel 9 hasta la identidad del hombre de perdición en 2 Tesalonicenses 2, debe ser precioso alimento y bebida para nosotros.

B) El respeto por la historia de la Iglesia debe animarnos a respetar aquello por lo que nuestros predecesores lucharon. Cuando visitamos un monumento conmemorativo, o un museo dedicado a un acontecimiento histórico, debemos respetar los sacrificios que otros han hecho. Por ejemplo, cuando visitamos el Cementerio y Memorial de Normandía, recordamos lo costosas que han sido algunas de nuestras libertades de hoy en día.

El respeto por la historia de la Iglesia debe animarnos a respetar aquello por lo que nuestros predecesores lucharon.

Así es con la historia de la Iglesia: si tenemos un respeto por los grandes líderes cristianos del pasado, desde los padres de la Iglesia hasta la era moderna, debemos escuchar cuidadosamente por qué lucharon tan apasionadamente sobre ciertas doctrinas secundarias. Por ejemplo, aquellos que quieren restar importancia a las diferencias entre católicos y protestantes hoy en día, pueden verse algo sacudidos de esta mentalidad al considerar el ejemplo de los obispos anglicanos Hugo Latimer, Nicolás Ridley, y Tomás Cranmer, quienes estuvieron dispuestos a ser quemados en la hoguera debido a sus convicciones en cuestiones como la transubstanciación y la naturaleza de la misa.

C) Muchas doctrinas secundarias tienen una relación vital con el evangelio. Algunas lo representan. Algunas lo protegen. Algunas fluyen lógicamente de él (o en él). Rara es una doctrina que puede ser herméticamente aislada del resto de la fe cristiana. Por lo tanto, minimizar las doctrinas secundarias a veces deja a las principales blandas, más silenciadas, y/o más vulnerables.

Minimizar las doctrinas secundarias a veces deja a las principales blandas, más silenciadas, y/o más vulnerables.

D) Toda verdad forma cómo pensamos y vivimos de manera sutil pero importante. No creo que mi comprensión de la soberanía divina, por ejemplo, sea un “asunto del evangelio” en todas sus matices, y con agrado acojo como mis hermanos y hermanas en Cristo a aquellos que sostienen un punto de vista arminiano/wesleyano. Al mismo tiempo, mi comprensión de la soberanía de Dios tiene implicaciones masivas para el cristianismo práctico y cotidiano. Por ejemplo, afecta profundamente mi vida de oración. Por lo tanto, es muy problemático ignorar estos temas como “no esenciales” y, por lo tanto, básicamente insignificantes. Uno podría estudiar la disputa entre calvinistas y arminianos diligentemente durante cincuenta años y no desperdiciar un instante por hacerlo.

El peligro del separatismo doctrinal

Hay, sin embargo, un peligro opuesto al minimalismo doctrinal. Para plantear esto déjeme compartir parte de mi propia historia. Los últimos diez años han sido muy solitarios para mí en lo denominacional. Me he sentido como un nómada denominacional. Crecí en la Iglesia Presbiteriana de América (PCA, por sus siglas en inglés), y estoy muy agradecido a esa maravillosa denominación por la experiencia formativa que tuve en ella. Pero terminé a favor del credobaptismo después de un estudio intensivo sobre esa cuestión, y por lo tanto me convirtió en “no apto para ser ordenado” en la PCA. Posteriormente llegué a descubrir que tampoco era yo un ajuste ideal en algunos círculos bautistas con B mayúscula, porque aunque afirmo el credobaptismo, no creo que debamos exigirlo para la membresía en la iglesia o la participación en la cena del Señor. (Creo que la membresía en la iglesia y la cena del Señor son expresiones de unidad en el evangelio, no expresiones de unidad en el bautismo). Así también me volví inaceptable en muchos círculos bautistas.

Después de haberme aislado efectivamente del más del 98% de la cristiandad, me distancié de la mayoría de las iglesias libres y no confesionales por aterrizar yo fuera del campamento premilenial (soy amilenial, aunque no lo enfatizo particularmente). Mientras tanto, resueno con el ethos y la liturgia de muchos servicios de adoración orientados más históricamente, por ejemplo, dentro de algunas iglesias anglicanas que he visitado.

Todo esto me ha dejado bastante aislado y fuera de lugar. Ahora, por supuesto, esa es mi culpa, de alguna manera. Pero ninguno de estos temas eran cambios particularmente emocionales para mí; no es como si tuviera algún deseo de salir, por ejemplo, del presbiterianismo. Simplemente aterricé en un lugar a nivel intelectual y teológico.

Y creo que es importante ser transparente en cuanto a dónde aterrizan nuestras convicciones, incluso cuando esto nos lleva a perder oportunidades de trabajo o financiamiento, a tristes separaciones, o transiciones inconvenientes. Algunas personas parecen ser capaces de “ajustar” sus convicciones para encajar en su contexto actual o futuro; pero no entiendo cómo eso no transgrede el noveno mandamiento. Yo entiendo la lucha y el dolor que conlleva; y entiendo la necesidad de tener tacto y ser cuidadosos, sobre todo cuando uno todavía no se ha decidido por completo. Pero al final del día, debemos ser honestos.

Agradezco haber aterrizado en la CCCC (Conferencia de Congregaciones Cristianas Conservadoras), que es un grupo conservador y pequeño de iglesias congregacionales (la Iglesia Lake Avenue en Pasadena y la Iglesia Park Street en Boston son probablemente las dos iglesias CCCC más conocidas). CCCC ha sido un buen ajuste para mí: son sólidamente evangélicos, pero permiten diferentes puntos de vista sobre temas como el milenio, o los días de la creación, o dispensacionalismo; y me gusta ser parte de una denominación protestante específica, reconocible, cuyas raíces pueden remontarse a lo largo de la historia de la Iglesia (Harold John Ockenga, Jonathan Edwards, John Owen, Declaración de Saboya, etc.).

Mirando hacia atrás a mi migración denominacional, reconozco que algunas de las particiones de caminos han sido inevitables. Por ejemplo, puedo entender por qué no puedo ser ordenado en un contexto presbiteriano, dada mi posición sobre el bautismo. Pero a veces se trazan líneas de división en lugares que no me parecen necesarios.

Por ejemplo, a medida que los crecientes desafíos asociados con nuestra cultura secular se elevan alrededor nuestro, me parece inútil seguir dividiéndonos unos de otros en la iglesia con respecto a las perspectivas milenarias. Los cristianos piadosos pueden no estar, y a veces no están, de acuerdo en esta cuestión, la cual no está directamente relacionada, por lo que yo percibo, con gran parte de la vida cristiana diaria o de la vida de la iglesia. Y se refiere (principalmente) a un muy controversial y altamente simbólico pasaje al final de la Biblia. Sé que hay preocupaciones acerca de la “trayectoria hermenéutica” de las interpretaciones alternativas de Apocalipsis 20, pero ¿por qué no trazar las líneas de asociación en torno a esas trayectorias en lugar de su aplicación en este texto? Los argumentos de la “pendiente resbaladiza” son siempre un poco resbaladizos: empiezas a usarlos, y ¿cuándo te detienes? Me siento de manera similar acerca de la opinión de la membresía de la iglesia y la cena del Señor entre los llamados “bautistas estrictos”, pero probablemente sea un tema demasiado grande para abordarlo aquí.

Entonces, ¿cómo decidimos cuándo asociarnos con otros cristianos? Sé que toda esta área es demasiado complicada para abordarla en una publicación, pero aquí hay un par inicial de preguntas guía que pueden ser útiles:

A) ¿Qué tipo de asociación o unidad está siendo considerada? Hay diferentes tipos de asociación: la pertenencia a la iglesia no es lo mismo que la ordenación, que no es lo mismo a hablar en una conferencia juntos. Es obviamente problemático esperar el mismo nivel de acuerdo teológico para estos diferentes tipos de asociación/unidad en el evangelio. Y por supuesto, hay otras expresiones de asociación o unidad, así como el asociarnos en esfuerzos sociales (como la formación de una organización contra la trata de personas) donde no creo que debamos exigir ningún tipo de compromiso cristiano.

B) ¿Qué tipo de asociación o unidad servirá más para promover el evangelio? Por supuesto, responder a esa pregunta no es fácil, y sé que algunos “bautistas estrictos”, y aquellos que solo aceptan a premileniales, creen que sus opiniones protegen el evangelio. Pero por lo menos sigamos haciendo esta pregunta, y estemos abiertos a ver dónde podemos estar errando, en una dirección u otra. A veces se siente como que algunos cristianos ven la doctrina de minimizar las cosas como el único error, por lo que no prestamos suficiente atención al daño que resulta de la separación innecesaria. El separatismo no es en principio inferior al minimalismo, ni en su culpabilidad ni en sus consecuencias, hasta donde yo puedo ver.

C) Incluso cuando debo formalmente dividirme de otros cristianos, ¿es la actitud de mi corazón una de gracia, humildad, e invitación hacia ellos? Los peligros asociados con el separatismo doctrinal, en mi opinión, no son ante todo separaciones formales, sino actitudes del corazón. Es fácil que los sentimientos de autojustificación se junten con con nuestros distintivos secundarios. Sabemos que esto está sucediendo cuando nos sentimos superiores a los cristianos de otras tribus y grupos.

Por lo tanto, cuando debamos separarnos formalmente de otros cristianos, debemos tener especial cuidado de que no haya en nuestro corazón desprecio, condescendencia, o sospecha indebida hacia ellos. Si ellos son el pueblo de Dios, ellos tienen Su favor y afecto, y por lo tanto deben tener los nuestros también. “Miren que no desprecien a uno de estos pequeñitos, porque les digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18:10).


Publicado originalmente por Gavin Ortlund. Traducido por Jacquie Tolley.
Imagen: Lightstock.
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