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La ética de guerra de las fuerzas armadas de los Estados Unidos dice “Nunca dejaré atrás un camarada caído”. Es un juramento que los soldados se hacen uno al otro, y aunque mueran en el intento, los demás usarán todo lo que esté a su disposición para regresar el soldado a casa. El deber de un compañero es restaurar al caído.

Si la ética de guerra es de no dejar atrás al caído, ¿cuánto mas la ética de la iglesia? ¿Hemos pensado por un momento que nuestro compromiso a la iglesia de Cristo incluye la promesa de llevar las cargas del caído? ¿Cuál sería la diferencia en cada uno de nosotros si nuestro ambiente de vida de iglesia fuera un ambiente de restauración? ¿No será que algunos de nuestros hermanos pierden la esperanza porque sus compañeros son prontos para destruir y tardos para restaurar?

Los gálatas y la justicia propia

El Apóstol Pablo notó que las iglesias en Galacia necesitaban instrucción en cuanto a esto, y que el mayor obstáculo para ellos era que tenían profundas raíces en la justicia propia. La frase “justicia propia suena atractiva, pero en realidad es oscura. Tener un alto sentido de justicia propia es descansar o confiar en la justicia personal. Es un falso sentir de las bondades, valores y motivaciones personales. Es una satisfacción personal complaciente de uno mismo.

¿Cuál es el problema de descansar en mi justicia propia? Las palabras de Jesús nos bastan: “de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen…”, Marcos 7:21-22. Descansar en mi justicia propia es como enraizar mi vida en un terreno tóxico.

La justicia propia tiene muchas expresiones, pero la más engañosa y la más peligrosa es la expresión religiosa. La justicia propia con expresión religiosa descansa en los valores de una buena conducta, mucho conocimiento, tradiciones y/o una herencia familiar ejemplar. Y cuando nuestra justicia personal descansa en lo que hacemos, o sabemos, o somos, nuestro valor e identidad personal no viene de Dios. El mejor ejemplo lo encontramos en una parábola de Jesús.  Un hombre que descansaba en su justicia propia fue al templo a orar y dijo, “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres…yo ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de todo lo que gano…” (Lc. 18:11-12).

Puedes imaginar lo que sucederá cuando en una comunidad con este problema uno de los miembros caiga en pecado. ¿Qué pasará por el corazón de los que están evaluando al que fue sorprendido en pecado? ¿Qué trato le darán al pecador?

Restaurando al caído

¿Qué debemos hacer cuando alguno es sorprendido en pecado? Gálatas nos da la respuesta:

“Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo”, Gálatas 6:1,2.

Debemos restaurar (v. 1) y llevar las cargas de aquel que ha caído (v. 2). La idea es que cuando el otro está herido y necesita ayuda, Dios en su sabiduría nos ha permitido estar ahí para que le restauremos y ayudemos a llevar sus cargas.

El deber de un compañero es restaurar al caído. Ahora bien, ¿Cómo hemos de restaurar? El pasaje dice “…en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo”. Es decir, que cuando restauramos al caído, debemos hacerlo con sensibilidad, consideración y sin ningún rastro de la superioridad que comúnmente acompaña la justicia propia[1].

La frase “espíritu de mansedumbre” es interesante, porque permite un uso doble de la frase. Por un lado, es un espíritu de mansedumbre en el sentido de que es una disposición[2]. Pero también la mansedumbre se destaca como fruto del Espíritu (Gá. 5:23). En cuanto a la disposición, el texto enfatiza un “espíritu” de  mansedumbre, y tal énfasis indica que es una disposición. Y si no hemos cultivado la mansedumbre, cuando llegue el momento que alguno sea sorprendido, difícilmente estemos preparados para restaurar al caído. En fin, la mansedumbre debe cultivarse y necesita mantenimiento.

¿Qué es una disposición o espíritu de mansedumbre? El pasaje dice, “mirándote a ti mismo”. La mansedumbre que viene del Espíritu no nos permite que nos inclinemos por la justicia propia. No nos permite ser hipócritas. Notemos que cuando Pablo censuró a Pedro que se había llenado de justicia propia, dice el texto que Pedro, los judíos y Bernabé se conducían como hipócritas. ¿Por qué? Porque su conducta era contraria a “la verdad del evangelio” (Gá. 2:14). El evangelio nos enseña que “hemos sido hallados pecadores” (Gá. 2:17) y que delante de Dios no somos mejores. Si algún bien tenemos, es por pura gracia. Es un regalo de Dios. De lo contrario, “Cristo murió en vano” (Gál. 2:21).

¿Cómo es posible que Cristo nos rescatara de la muerte pero nosotros no restauramos al caído? Sin nosotros merecerlo, Jesús derramó su sangre en la cruz por nuestros pecados (Ef. 2:1). Así ha sido el amor de Dios para con nosotros. ¡Qué glorioso!

Entonces, ¿qué haremos? Vayamos a Lucas 17:3-5 para ver un ejemplo práctico presentado en un diálogo entre Jesús y sus discípulos. El pasaje dice:

¡Tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: ‘Me arrepiento,’ perdónalo.” Los apóstoles dijeron al Señor: “¡Auméntanos la fe!”.

¿Cuál fue la enseñanza? Jesús les enseñó a restaurar al caído. ¿Cuál fue la reacción de los discípulos? “¡Auméntanos la fe!”. ¿Por qué pidieron más fe? Porque cuando miraron hacia dentro, se dieron cuenta de que necesitaban ayuda. Se dieron cuenta que en ellos no había una tendencia para restaurar al caído, y que su única esperanza era la ayuda del Señor. Su reacción fue una reacción de mansedumbre, y así también debe ser con nosotros.

Si hemos de restaurar al caído es porque le creemos a Dios y hemos abierto las puertas del corazón al amor de Dios. Y Él nos bendecirá por medio del Espíritu. Y por medio del Espíritu, en mansedumbre, rechazaremos la justicia propia y restauraremos al caído.

¡Señor, auméntanos la fe!

 


[1] George Timothy, Galatians, p. 412. The New American Comentary (NAC).
[2] Thayer’s G4151 (πνεῦμα) section III, part V.
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