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En una de sus oraciones más puntuales, Jesús dijo: “No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn. 17:15). Es claro, entonces, que la permanencia del cristiano en el mundo tiene un claro propósito. Jesús mismo da tal propósito en el versículo 18 cuando declara: “Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo”. Como creyentes, hemos sido enviados al mundo de la misma manera, o bien, con la misma misión que de Jesús al venir al mundo: llevar salvación a los perdidos. Somos “embajadores de Cristo”, anunciando juicio para todo aquél que no se arrepienta, y perdón de pecados para todo aquél que crea en Él.

Sin embargo, no podemos ignorar que aunque no somos del mundo, sí vivimos en el mundo. Somos parte de un sistema corrupto y caído, gobernado por Satanás, y por lo tanto antagónico a los principios bíblicos. Desde el primer siglo los cristianos han tenido que convivir con gobiernos que se oponen a la predicación de Cristo y la voluntad de Dios, a costa de incluso martirizar a creyentes.

Fue esa realidad la que finalmente llevó a muchos Puritanos en el siglo XVI a dejar Gran Bretaña en busca de un lugar donde no hubiera un gobierno autoritario. ¿Será que es eso lo que debemos hacer todos los cristianos? ¿Crear nuestras propias comunidades? ¿Cómo debemos reaccionar ante gobiernos que son completamente opuestos a los mandamientos bíblicos? ¿Cuál es nuestra labor ante esta realidad? ¿Podemos ignorarla? ¿Hemos sido llamados a ser activistas sociales o religiosos?

Al escuchar de la frágil situación de Corea del Norte, la terrible opresión en Venezuela, la decadente seguridad en México, la polémica política de Estados Unidos con el sistema migratorio, la desequilibrada “unión” en la Unión Europea, ¿cuál debe ser nuestra reacción? Permíteme darte tres principios bíblicos que nos recuerdan nuestra posición y nuestra labor como creyentes viviendo en este mundo.

Toda autoridad política es temporal: Dios es el Rey.

No es saludable ignorar, mucho menos olvidar que Dios es el verdadero Rey; no solo de un determinado país, sino de todo lo creado (Col. 1:16, 17). No hay presidente, rey, monarca, o dictador que amenace la soberana autoridad de Dios sobre todo lo que existe. Cuando tenemos esta perspectiva, recuperamos la centralidad que Dios debe tener en nuestros pensamientos.

Al ver videos donde se maltratan a inmigrantes, o de leer acerca de la injusticia social, es natural reaccionar vocalmente para demandar justicia. Pero nosotros no somos Dios o jueces: El Señor es el Dios y juez final del universo. En su soberana voluntad, Él observa todas las injusticias, y cada una de ellas será juzgada severamente. Debemos, por supuesto, velar por las viudas y los huérfanos (Stg. 1:27) y por los inmigrantes en necesidad (Lv. 19:9-10). Hay un llamado al pueblo de Dios a buscar la paz en la ciudad donde esté (Jer. 29:7). Pero al entender que “nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:11), nos reubicamos en la dimensión de primera importancia: la espiritual. Dios es el eterno soberano, y todas otras autoridades son inevitablemente temporales.

Toda autoridad es puesta por Dios.

Ante un gobierno carente de moralidad y opresor de los creyentes, Pablo escribe a los romanos para recordarles que estos gobernantes estaban en el poder dentro del control soberano de Dios. En Romanos 13:1, Pablo dice: “Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas”.

La interesante afirmación de Pablo al decir que “las autoridades que existen por Dios son constituidas” debe provocar confianza en que Dios no se ha equivocado. La palabra “constituidas” (en el idioma original, τάσσω) se usa 8 veces en el Nuevo Testamento, y habla de la inamovible determinación de alguien. En el caso del texto de Romanos 13, ese alguien es Dios. En otras palabras, Dios determina con inamovible voluntad quién gobierna en cada posición de autoridad en cada lugar del mundo.

Entiendo que en nuestra cultura hay un profundo deseo de proteger a “los nuestros”. Los núcleos familiares son realmente la base de la sociedad hispana, incluso en el Siglo XXI. Sin embargo, “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20), y nuestro Rey pone y quita reyes terrenales sin que cosa alguna salga de su control.

Toda autoridad necesita nuestras oraciones.

Lejos de permitir que semillas de resentimiento y amargura crezcan en nuestros corazones, Pablo instruye a todo creyente a “que se hagan plegarias, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad” (1 Ti. 2:1, 2). No podemos cegarnos ante la obvia y evidente realidad de que los gobiernos del mundo permiten y en algunos casos promueven injusticias. Venezuela está viviendo uno de los momentos más críticos y bajos en su historia. Cuba recuerda 60 años de “revolución”, misma que ha puesto a toda una nación en opresión y desigualdad. Argentina y Brasil tienen a sus expresidentes en procesos judiciales. En Estados Unidos, el partido conservador se encuentra en absoluta desunión, y el demócrata se encuentra sin claro líder. En pocas palabras, todas las autoridades necesitan de nuestras oraciones.

De acuerdo a Pablo, oramos para poder vivir tranquilamente, en paz, y con dignidad. Pedimos a Dios por su soberano control en nuestras naciones, y que la paz del reino de los cielos llene los reinos terrenales. Pero nuestra oración no es nunca imprecatoria, sino evangelística en naturaleza, emulando el corazón de nuestro Señor (1 Ti. 2:4).

¿Nos cruzamos de brazo o ignoramos las noticias? No. Pero recordamos lo que el puritano Richard Sibbes dijo: “Todo lo que sea bueno para los hijos de Dios, lo han de tener. Porque todo lo que tienen, les beneficiará hacia el cielo”. Pablo lo dice así en Romanos 8:38, “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Y ¿qué de aquellos que no conocen de Dios? Es allí donde encontramos la labor primordial de la iglesia: compartir el evangelio a las naciones. ¿Cómo respondemos entonces ante las realidades de los gobiernos humanos? Entendemos que Dios es el verdadero y único Rey, aceptamos que Dios pone y quita reyes, y nos comprometemos a orar continuamente por nuestros reyes. Oramos por paz, por tranquilidad, y por su salvación.


Imagen: Lightstock
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