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Números 14 – 15   y   Hechos 15 – 16

¿Y por qué nos trae el SEÑOR a esta tierra para caer a espada? Nuestras mujeres y nuestros hijos vendrán a ser presa. ¿No sería mejor que nos volviéramos a Egipto”, Números 14:3.

Israel acababa de enviar a los espías para reconocer la tan mencionada “Tierra Prometida”. Al regresar ellos trajeron excelentes noticias acerca de la productividad de la tierra y lo grande de sus ciudades; pero, los pueblos que todavía habitaban Canaán causaron un profundo temor entre la gente de Israel. Sin mediar argumento alguno, ellos dieron por sentada su inminente derrota. Sin haber peleado una sola batalla, ellos anímicamente ya se daban por vencidos.

Alguien me dijo alguna vez que solo se puede saber cuán fuerte es el enemigo después de haber perdido la primera batalla, y un dicho popular señala con exactitud que “no hay peor gestión que la que no se hace”. Sin embargo, parece que Israel no estaba al tanto de ninguna de estas cosas. Creo que cuando alguien se auto-derrota es incapaz de analizar los argumentos favorables para la victoria así sean absolutamente elocuentes y se extiendan delante de sus ojos. Caleb y Josué, dos de los espías que reconocieron Canaán, intentaron sin éxito el presentar evidencias que confirmen la bondad de una tierra  que no se puede abandonar: “la tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena”, Números 14:7b; y también les quisieron hacer notar la capacidad de Israel de lograr una posible victoria contra los pobladores cananeos: ” Sólo que no os rebeléis contra el SEÑOR, ni tengáis miedo de la gente de la tierra, pues serán presa nuestra. Su protección les ha sido quitada, y el SEÑOR está con nosotros; no les tengáis miedo”, Números 14:9.

¿Cuál es la respuesta cuándo todo un pueblo cae en la auto-derrota? “Entonces toda la multitud habló de apedrearlos”, Números 14:10. Es cierto, una persona que se da por vencida sin haber hecho el más mínimo intento por cambiar la situación, es capaz de sorprendernos con la energía que puede desplegar para evitar que alguien ponga en tela de juicio, o siquiera dude de sus imposibilidades.

Pero lo más triste es que el síndrome de la auto-derrota siempre lleva aparejada una buena dosis de obstinación y terquedad que actúa como un poderoso resorte. En un principio se achata y se retrae con tal fuerza, que se niega absolutamente a pelear batalla y a escuchar cualquier pensamiento que niegue su ya “incuestionable” fracaso. Pero luego, esa misma fuerza se lanza en su contra al ver la oportunidad perdida. Eso es lo que le sucedió a Israel. Dramáticamente Dios castigó la obstinación y la cobardía de Israel con un peregrinaje de 40 años futuros en el desierto.

Uno por cada día que los espías habían pasado en la tierra prometida, y hasta que la generación “cautelosa” perezca en el desierto. ¿Cuántas veces nuestra supuesta precaución y moderación para con las batallas de la vida no son más que la búsqueda de falsos motivos para no emprender con valentía la resolución de los conflictos de nuestra existencia? Siempre habrá gente que quiere comprar las entradas cuando las localidades se acabaron el día anterior, que se animan para hacer el negocio cuando observan que sí da ganancias… pero ya no hay acciones en venta, son de los que quieren pagar por la mitad del boleto de lotería… pero después de enterarse que es el número premiado; siempre retrayéndose, nunca arriesgando y permanentemente animándose cuando ya es demasiado tarde. ¿Qué hizo Israel? ” Y muy de mañana se levantaron y subieron a la cumbre del monte, y dijeron: Aquí estamos; subamos al lugar que el SEÑOR ha dicho, porque hemos pecado”, Números 14:40. Ellos reconocieron su error, se vistieron con el uniforme de combate, se levantaron muy temprano, y se pusieron a disposición de Moisés… pero al día siguiente de cuando debieron presentarse.

¿Qué sucedió entonces? Moisés les llamó la atención sobre lo precario de su decisión a destiempo. Era necesario que ellos aprendan a obedecer y no a retraerse o precipitarse siempre fuera de lugar. Ellos, tercamente, persistieron en su idea de ganar lo que ya habían perdido por su indecisión. El resultado: ” Entonces descendieron los amalecitas y los cananeos que habitaban en la región montañosa, y los hirieron y los derrotaron persiguiéndolos hasta Horma”, Números 14:45. No bastó con cambiar de actitud, para ganar las batallas hay que pelearlas a tiempo, no con obstinación sino con obediencia.

En el Nuevo Testamento, Pablo y Bernabé son completamente opuestos a los hombres auto-derrotados del Israel del Antiguo Testamento. Ellos aprovecharon cada oportunidad y se decía que eran: “hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, Hechos 15:26. Pablo era un hombre de gran carácter que sabía de los riesgos de pelear las batallas del Señor, pero no por eso se dejaba llevar por una falsa cautela. En muchas oportunidades recibió el castigo por anunciar su fe: “La multitud se levantó a una contra ellos, y los magistrados superiores, rasgándoles sus ropas, ordenaron que los azotaran con varas. Y después de darles muchos azotes, los echaron en la cárcel, ordenando al carcelero que los guardara con seguridad; el cual, habiendo recibido esa orden, los echó en el calabozo interior y les aseguró los pies en el cepo”, Hechos 16:22-24. Y allí no acabó la valentía, sino que aun en la mazmorra los corazones de los verdaderos soldados de Dios siguen destilando su victoria: “Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían”, Hechos 16:25.

Las heridas no eran pocas, la situación en la que ellos se encontraban era horrenda y miserable pero ellos no tenían de qué avergonzarse porque su dignidad dependía de su obediencia. Lo más notable es que cuando salieron de la cárcel no le lloraron sus penas a nadie, sino que más bien: ” Cuando salieron de la cárcel, fueron a casa de Lidia, y al ver a los hermanos, los consolaron y partieron”, Hechos 16:40. Pablo y Silas fueron los que recibieron los inclementes azotes, fueron los que estuvieron en la cárcel, fueron los que casi perdieron la vida, pero como tenían corazones valientes fueron los que consolaron con su testimonio a sus hermanos. Auto-derrotados o corazones valientes… solo la obediencia hace la diferencia.

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