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“Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”, ‭‭2 Corintios‬ ‭3:18‬.

Este es un bello pasaje que nos habla de la continua obra que Dios hace en nosotros a través de su Espíritu, quién nos transforma a la imagen de su Hijo.

A veces creemos que este proceso de santificación se completará en esta tierra. Pensamos que este “de gloria en gloria” llegará cuando seamos completamente perfectos y santos aquí. Esto puede ser desconcertante si pensábamos vivir una vida de victoria, escalando los “peldaños” de santidad que hacen ver a unos más santos que otros.

Para entender de que se trata esto realmente, es indispensable entender la justificación. La idea de que por la obra de nuestro Señor Jesucristo en la cruz somos “hechos justos,” es diferente a la idea de que hemos sido “declarados justos”. No nos convertimos en justos de un momento a otro, pero recibimos esa justificación que no depende de nosotros.

“Y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la Ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe”, ‭‭Filipenses‬ ‭3:9‬.

Hemos nacido de nuevo, y hay una nueva naturaleza en nosotros, pero nunca dejaremos de luchar con nuestra vieja naturaleza “en este lado de la eternidad”. Martín Lutero reconoció esta realidad y expresó que somos simultáneamente justos y pecadores (“simul justus et peccator”). Sí, en cierto sentido somos lo que somos, pero no en lo que nos estamos convirtiendo.

“Gracias a Dios por nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 7:25) que nos permite crecer, madurar, y progresar en nuestra vida de fe, siendo cada vez más conscientes de nuestro pecado y de la santidad de Dios. Él nos lleva a mostrar una vida de gracia caracterizada por el arrepentimiento, dependiendo del Señor, y valorando cada día más su obra en nuestro favor.

Las buenas noticias para ti y para mí son que el “ministerio del Espíritu”(v. 8) en nosotros hace posible que continuemos “siendo transformados”. Cada momento de lucha que experimentemos hasta el fin de nuestros días, es una invitación a recordar gozosamente la gloriosa obra de nuestro Señor Jesucristo, en nuestro lugar y en nuestro favor.

Por último, pensemos en lo que John Newton dijo: “No soy el hombre que debería ser, ni el hombre que quisiera ser. Tampoco soy el hombre que espero un día llegar a ser; pero por la gracia de Dios, no soy el hombre que solía ser”.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.

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