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Ezequiel 40 – 42 y Santiago 3 – 4

“Transcurría el año veinticinco del exilio cuando el SEÑOR puso su mano sobre mí, y me llevó a Jerusalén. Esto sucedió al comenzar el año, el día diez del mes primero, es decir, catorce años después de la toma de Jerusalén” (Ez. 40:1 NVI).

Todos los días recibimos por correo electrónico decenas de anuncios que no hemos pedido, y también en las redes sociales aparecen otro tanto de mensajes alentadores que muchos postean y repostean sin cesar. De entre lo mucho que me llega todos los días, a veces guardo lo que me resulta inspirador, novedoso, o meramente informativo.

Les comparto una historia conmovedora:

“Un maestro que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó. Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán lo picó. Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo: ‘Perdone, ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua lo picará?’. El maestro respondió: ‘La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar’. Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al alacrán del agua y le salvó la vida”.

Creo que en la historia de la humanidad hay mil y una confirmación de la realidad de esa ilustración, pero no para vernos como el magnánimo maestro, sino como el obstinado alacrán. Nos estamos ahogando, pero tendemos a aguijonear a aquellos que vienen en nuestra ayuda. Estamos desesperanzados y hasta agonizando, pero todavía nos resistimos a creer que el mismo Señor puede venir en nuestra socorro o enviar ayuda; y cuando lo hace, nos resistimos a obedecerle, a dejar que Él haga su voluntad en nuestras vidas.

El Señor conoce nuestra completa condición de falta de entendimiento y rechazo hacia Él pero, con todo, continúa su plan soberano de salvación, aún al precio de su propio Hijo. Él ya nos demostró que nos amaba hasta el punto de enviar a Jesucristo para que ocupara nuestro lugar. De hecho, toda la historia bíblica es una continua demostración de que el Señor está actuando contra todos los pronósticos, a pesar de todos nuestros rechazos, y más allá de todas nuestras torpezas. En cierto sentido, al igual que el maestro de la ilustración, la labor de nuestro Dios a lo largo de la historia quedará rubricada bajo el lema: “Todo lo hizo contra todo pronóstico”.

En las predicciones de Dios con respecto a nuestra vida todo depende de su voluntad y poder, no de nuestras limitadas capacidades.

Los capítulos de Ezequiel que leemos hoy son una abierta invitación de Dios para que Israel, que estaba en el exilio, mantuviese su esperanza. Catorce años después de la caída de Jerusalén y de la destrucción del templo de Salomón (de cuatro siglos de antigüedad), Dios se toma el trabajo de mostrarle al profeta, de manera minuciosa, que la casa de Dios seguirá siendo majestuosa y que la aparente desgracia de Israel era solo temporal, y que podía resarcirse todo el daño que hasta ese momento habían vivido producto de las consecuencias de su separación de Dios. En el capítulo 40 de Ezequiel encontramos que en cada medida del templo futuro, en cada habitación descrita, en cada detalle pormenorizado, la intención de Dios es mostrarle al ser humano que no hay nada que escape del diseño de Dios y su providencia. Y lo más importante, Ezequiel trasciende a la derrota presente para ver la gloria del templo restaurado, símbolo de la gloria futura de Israel. Aunque el presente se mantenía bajo una sombra de duda y dolor producto de la falencia humana, con todo, el mañana se presentaba proféticamente diáfano e inconmovible por el poder de Dios.

Hoy en día, con los profundos cambios que ocurren en tantos niveles de nuestro pequeño planeta azul, más de un gurú está lanzando sus predicciones con respecto al futuro. Muchas de ellas son completamente pesimistas, otras más alentadoras, y las demás son detalladas cuentas del presente que muestran una curva de tendencia en el futuro. Sin embargo, toda predicción humana solo verá hechos del pasado y sus repercusiones futuras, acciones del presente que modificarán el mañana, tendencias sobre la base de lo que fue y es, y también una gran cuota de imaginación. La cocción de todos estos elementos permitirá una posible y falible deducción del mañana. No es lo mismo con Dios porque el futuro está en sus manos. Él no realiza predicciones, no habla considerando cierto grado de error. Él no está atisbando el presente para poder disipar algo de la niebla del futuro. Él ha estado desde la eternidad y ya estuvo en el futuro, no necesita predecirlo; Él puede afirmarlo con la seguridad del que ha llegado al final del camino y puede dirigirnos sobre la base de su experiencia porque se trata de su propia creación.

Los capítulos de hoy están plagados de detalles estilísticos y arquitectónicos. Podría sonar hasta irónico imaginar a Ezequiel, quien profetiza en el tiempo de una Jerusalén alicaída y su población cautiva, recibiendo la visión de una Jerusalén edificada de nuevo, inmensamente más grande y majestuosa que la original y, por sobre todo, gloriosa. Aquí un ejemplo de la detallada visión del templo: “… La nave interior del templo, los vestíbulos del atrio, los umbrales, las ventanas con rejas y las galerías alrededor de los tres pisos, comenzando desde la entrada, estaban recubiertos de madera por todas partes… Desde la entrada hasta el recinto interior, y alrededor de todo el muro, por dentro y por fuera, en el interior y exterior, se alternaban los grabados de querubines y palmeras…” (Ez. 41:15-18 NVI).

El profeta y sus contemporáneos sabían muy bien que la situación presente era otra, y que su amada ciudad no tenía nada de la gloria predicha, y menos tenían el poder para poder levantarla de nuevo. Por el contrario, el Señor ya veía como una realidad presente lo que para ellos (y también para nosotros) es todavía un mañana más que incierto. Bien decía Pablo que nuestro Dios “llama las cosas que no son como si fuesen”. 

En la historia futura de Israel se construirían dos nuevos templos. El último de ellos sería destruido por el general romano Tito el 70 d.C. Mientras escribo hoy, los judíos solo tienen un muro del antiguo templo al que se acercan para orar. La historia de Israel está matizada por victorias y derrotas, por tiempos de prosperidad y tiempos de desgracia; pero con todo, la decisión de Dios es firme: El gigantesco y detallado templo de la esperanza siempre estará allí, como una demostración de que no hay situación que ponga en juego las decisiones y los planes soberanos del Señor.

El diseño del Señor es superior a nosotros, a nuestras medidas, a nuestras capacidades, a nuestro rendimiento promedio, y aún hasta a nuestros sueños.

De la misma manera, Dios ha manifestado que todos sus hijos son ahora su templo (Ef. 2:21), y Dios tiene una visión gloriosa y detallada de su casa. Al igual que la visión de Ezequiel, las predicciones de Dios para con sus hijos siempre exceden a las posibilidades y las circunstancias que ellos en sus fuerzas, o por sus méritos, pudieran propiciar. Por ejemplo, algunos comentaristas señalan que las medidas del templo de la visión de Ezequiel exceden a las medidas del monte de Sión en donde se supone sería edificado. Eso no debería sorprendernos o desilusionarnos porque justamente de eso se trata el tema de las predicciones divinas, siempre más grandes que cualquiera de nuestras posibilidades. ¿Quién puede ser capaz de soportar la presencia de Dios? ¿Quién es lo suficientemente digno para ser receptor de Dios? Pues, nadie. Por esa razón, el diseño del Señor es superior a nosotros, a nuestras medidas, a nuestras capacidades, a nuestro rendimiento promedio, y aún hasta a nuestros sueños.

En las predicciones de Dios con respecto a nuestra vida todo depende de su voluntad y poder, no de nuestras limitadas capacidades. No importan las predicciones que se hayan hecho a tu favor o en tu contra. Más bien, ten esperanza. Dios ya te modeló a su gusto. Lo importante es que te dispongas a dejar que Dios concrete su voluntad. 

En el tema de las predicciones de Dios tenemos muy poco que decir y mucho por escuchar. Yo creo que, si pudiéramos hacer una encuesta entre aquellos que sirvieron al Señor en las Escrituras acerca de que si ellos suponían que llegarían a ser lo que fueron, de seguro que el 100% de ellos diría que todo lo que sucedió en sus vidas excedió infinitamente a sus capacidades e intenciones. Solo basta hacer un poco de historia para darnos cuenta de que no es por nosotros, sino solo por el Señor que se llegan a concretar sus predicciones.

  1. Adán y Eva acababan de recibir las más claras indicaciones acerca del “árbol y el fruto”, cuando, casi inmediatamente se dejaron engañar de la manera más burda y despreciable.
  2. El Señor acababa de cerrar el convenio con la humanidad a través de Noé, cuando el patriarca planta una viña y se pega la tremenda borrachera y su familia queda dividida después de ese suceso.
  3. El Señor le prometió solemnemente un hijo a Abram, y lo primero que hace el patriarca es ceder ante las presiones de Sarai, y surge todo el problema con Ismael.
  4. Moisés estaba recibiendo las tablas de la ley, mientras que el pueblo se estaba dedicando a la idolatría con becerro de oro, fiesta y desenfreno incluido.
  5. Jesucristo acababa de celebrar la primera Santa Cena con sus apóstoles, cuando a las pocas horas todos sus más cercanos lo dejaron solo en sus horas finales.

Dios nos llama a depender absolutamente de Él, reconociendo que solo Él será capaz de cumplir con su propia predicción acerca de nosotros.

Definitivamente, nosotros somos de los que podríamos aparecer en las noticias bajo nota que diga: “Contra todos los pronósticos…”. Creo que la invitación que el Señor nos hace hoy, es a aprender a depender absolutamente de Él, reconociendo que solo Él será capaz de cumplir con su propia predicción acerca de nosotros. Lo que nos queda es aferrarnos completamente a Él, obedecerle con todo el corazón y dejarle que tome las riendas de nuestras vidas. Él es el único que conoce con exactitud a dónde quiere llevarnos. 

Las siguientes palabras de Santiago son más que claras, y no necesitarán mayor explicación: “Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: ‘Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero’. ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: ‘Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello’” (Stg. 4:13-15 NVI).

Nosotros somos como la niebla, o como una la hierba que se marchita de la noche a la mañana y pronto desaparece. Sin embargo, Dios decidió hacer algo en nosotros, por lo que trataré de colaborar y no estorbar. Por eso, estemos atentos y confiemos en el Señor. Pongamos un aviso en nuestra vida que diga: “CUIDADO – DIOS TRABAJANDO – PROYECTO DIVINO EN CURSO”.


Imagen: Lightstock.
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