¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

«No está bien».

Eso fue lo que pensé cuando escuchamos al cirujano: «Hicimos todo lo posible durante la operación, pero no logró sobrevivir». Antes de la cirugía de mi hijo, mi esposa y yo nos arrodillamos delante de Dios y le pedimos que conservara la vida de Elías en la Tierra, pero su misteriosa respuesta fue «no».

Ningún padre o madre está capacitado para sepultar a su hijo. Sin importar las circunstancias, los padres no deberíamos enterrar a nuestros hijos. 

Ese domingo, mi esposa Ana Laura, mi hijo Fernando y yo nos abrazamos al despedirnos de Elías. El dolor era penetrante, sofocante. Era tomar una copa llena de sufrimiento que nunca esperábamos probar. El tiempo parecía colapsar mientras caminábamos por los pasillos del hospital para dar la noticia a nuestra familia y a cientos de jóvenes que se reunieron para preguntar por el jugador número 18 de la liga local de flag.

La promesa de Dios es firme y clara: «Yo estaré contigo»

Sepultamos a Elías el día de su cumpleaños número 17. Mis hombros se cansaron de abrazar a la gente que llegó. Mi esposa estaba rodeada de personas y Fernando abrazaba a otras más. El número de los presentes fue tal que era imposible recibir el amor de todos directamente.

Aunque eso me fortaleció, la realidad me golpeó con fuerza en los días siguientes. Mi hijo ya no estaba en casa. Mi aparente fortaleza colapsó rápidamente bajo el peso de recordar cada mañana que Elías ya no estaba con nosotros.

En la izquierda, mi hijo Fernando. A la derecha, mi hijo Elías.

Las dudas empezaron a carcomer mi mente, hasta que una pregunta específica las disipó todas: «¿Señor, y ahora cómo voy a amarte?».

¡Bendito sea Dios por esa pregunta! Isaías 42:3 ofrece la respuesta: «Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo, y si por los ríos no te cubrirán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la llama te abrasará».

Esto no es el final. Dios no está lejos de mí. Ahora necesito aprender a amar a mi Señor.

Una promesa firme y clara

Dios no ha prometido ausencia de adversidad. De hecho, nos dice que pasaremos por momentos que serán como aguas o ríos que parecen ahogarnos; pruebas tan dolorosas que parecen evaporar nuestra fe con fuego. Pero la promesa de Dios es firme y clara: «Yo estaré contigo».

¿Es suficiente para mí que Dios esté conmigo mientras experimento la muerte de Elías?

¿Entiende el Señor lo que estoy pasando? ¿Verdaderamente puedo decir que Dios conoce lo que es perder un hijo?

Podría decir simplemente que la respuesta a cada una de esas preguntas es un sí contundente, pero ese no es el lugar a donde quiero llegar. Si has perdido a un ser amado, sabes que tu vida ha sido marcada para siempre. Las respuestas simples no son suficientes. La relación con nuestro amado Dios tiene una profundidad y sentir diferentes.

Esto sé

La última gran conversación que tuve con Elías se concentró en esta frase: «Papá, necesito conocer al Dios que amas. Pero quiero que te hagas a un lado para no confundir tu voz con la de Él». Me hice a un lado sin dudar, y hoy esto es lo que sé:

Sé que el evangelio nos anunció a Cristo como Emanuel, Dios con nosotros. El Señor está conmigo no solo para salvarme, sino también mientras atravieso el dolor y la aflicción. Él está conmigo en amor y entendiendo mi desesperación.

Las buenas noticias del evangelio vienen con una dosis de dolor que hace que contemplemos con mayor cercanía la realidad infinita del amor de Dios

Sé que el evangelio nos muestra que Dios se hizo hombre en Cristo para padecer y experimentar humanidad, sin pecado. Jesús llora conmigo la muerte de Elías, así como lloró por Su amigo Lázaro (Jn 11:35-36).

Sé que el evangelio ha abierto nuestros ojos a que la muerte no es el destino final. Hoy mi hijo está en el seno de Abraham, en plenitud de descanso y con Cristo, la persona que más amó (Lc 16:19-31).

Sé que durante esta jornada siento como si una lanza atravesara mi alma y como si mi fe colapsara por el dolor. Pero también sé que, misteriosamente, Dios me concede dolor. Ahora entiendo como nunca estas palabras: «Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él» (Fil 1:29). Las buenas noticias del evangelio vienen con una dosis de dolor que hace que contemplemos con mayor cercanía la realidad infinita del amor de Dios.

Nuestra vida terrenal está dividida en segundos sostenidos por la mano de Dios, pero para los que hemos sido llamados a esta fe esos segundos son la antesala de la eternidad gloriosa que Cristo prometió.

Una semana después de que mi hijo fuera con el Señor, mi propia vida terrenal estuvo en riesgo. Fui intervenido de emergencia por una peritonitis. En Su misericordia, el Señor no permitió que experimentáramos tristeza sobre tristeza y conservo mi vida aquí en la Tierra.

Durante los ocho días que pasé en el hospital pude contemplar cómo Dios se encargaba de todo sin que yo pudiera hacer nada. Pude recordar que Jesús es la razón del evangelio, así que mientras pasamos por el dolor y la aflicción, tenemos motivos para continuar. Con todo el peso de esta realidad quebrantada por el pecado, Cristo sigue siendo nuestro Salvador y Señor.

Nos vemos en el cielo, Elías. Te ama, papá.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando