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He notado, al hojear varias revistas y sitios de noticias en los últimos meses, un creciente número de comentaristas que recomiendan reexaminar las normas de nuestra sociedad en torno a la sexualidad. Dicen que los encuentros sexuales casuales traen más miseria que felicidad y que el «consentimiento» no es un estándar lo suficientemente alto como para lograr la plenitud y la libertad sexual.

El problema de ser cool respecto al sexo

Consideremos un artículo de Helen Lewis en el Atlantic del año pasado, El problema de ser cool respecto al sexo (en inglés). Lewis afirma que la nueva generación de feministas no ha conciliado «lo que deberíamos querer con lo que queremos».

La pornografía ha saturado la vida de los jóvenes y ha coloreado las expectativas de toda una generación sobre lo que debe ser el sexo. «Si dos o más adultos dan su consentimiento, sea lo que sea, nadie más tiene derecho a opinar», o eso es lo que dice el sentido común sobre los encuentros sexuales. El problema, escribe Lewis, es que las promesas de la revolución sexual no se han cumplido.

Nuestros valores progresistas —menos estigmatización de las madres solteras, aceptación de la homosexualidad, mayor libertad económica para las mujeres, disponibilidad de anticonceptivos y aceptación de la cultura del consentimiento— no se han traducido en nada parecido a un paraíso de diversión sin culpa.

La revolución sexual no está funcionando. No ha llegado la utopía prometida luego de dinamitar las viejas restricciones morales. Es más, en algunos casos la situación parece empeorar.

La pornografía ha saturado la vida de los jóvenes y ha coloreado las expectativas de toda una generación sobre lo que debe ser el sexo

Lewis escribe: «Nuestro lenguaje aún carece de palabras para describir las muchas variedades de sexo malo que no llega al nivel criminal de la violación o la agresión». Luego menciona a un profesor de Oxford sorprendido de encontrar estudiantes fascinados por los argumentos que afirman que la pornografía degrada y cosifica a las mujeres. Incluso los hombres dicen que la pornografía hace difícil imaginar el sexo como algo amoroso y mutuo, en lugar de un acto más inclinado a la dominación y la sumisión.

Los guiones culturales que hemos heredado provocan conversaciones sobre el sexo que exponen la confusión sobre su propósito, su significado, su importancia:

¿Es más útil pensar en el sexo como una necesidad física, como el respirar; como un derecho humano, como la libertad de expresión; como una conexión espiritual que adquiere todo su significado solo si forma parte de una relación; o incluso… como el «salto en bungee», una hazaña física llena de adrenalina? ¿Pueden las normas elaboradas por los creyentes en uno de estos marcos aplicarse a quienes operan bajo otro?

La respuesta de Lewis es asumir que no hay una respuesta simple o sostenible a esta pregunta. Deberíamos ajustar nuestras expectativas hasta darnos cuenta de que la utopía prometida de libertad y plenitud sexual no llegará:

No, mañana el sexo no volverá a ser bueno. Mientras algunas personas tengan más dinero, opciones y poder que otras; mientras el trabajo reproductivo recaiga más en una mitad de la población; mientras la crueldad, la vergüenza y la culpa formen parte de la experiencia humana; mientras otras personas sigan siendo un misterio para nosotros —mientras nuestros propios deseos sigan siendo también un misterio— el sexo no será bueno, no todo el tiempo.

Concluye con esta frase demoledora, que resume una verdad sobre la humanidad caída que podría extraerse directamente de Agustín, Aquino o incluso del apóstol Pablo: «Nunca vamos a querer simplemente las cosas que deberíamos».

El consentimiento no es suficiente

Una columna más reciente, de Christine Emba, apareció en el Washington Post: El consentimiento no es suficiente. Necesitamos una nueva ética sexual (en inglés). El problema, dice Emba, es que «los jóvenes estadounidenses están participando en encuentros sexuales que realmente no quieren por razones con las que no están totalmente de acuerdo». Al igual que Lewis, atribuye este «estado deprimentede las cosas» a una cultura «sobrealimentada por la pornografía, que ha generalizado actos sexuales cada vez más extremos», así como a las aplicaciones de citas que llevan a esperar que haya parejas nuevas disponibles fácilmente.

El resultado de la revolución sexual, en la que obtener consentimiento es la única estipulación moral, liberada de los lazos del matrimonio o del compromiso con una relación, es «un mundo en el que los jóvenes se sienten liberados y miserables a la vez». La experiencia del sexo, para muchos, es «triste, inquietante, incluso traumática». Emba escribe:

Incluso cuando va bien, el sexo es complicado. Involucra nuestros cuerpos, mentes y emociones, nuestras conexiones con el otro y nuestro yo más profundo. A pesar de los (muchos, y populares) argumentos de que es solo un acto físico, está claro para casi cualquiera que lo haya tenido, que el sexo tiene grandes consecuencias, algunas de las cuales pueden durar mucho tiempo después de que el encuentro termine.

La respuesta a este malestar no puede ser el «consentimiento» como norma única.

Un exceso de confianza en el consentimiento como única solución podría en realidad empeorar el malestar que siente tanta gente: Si estás jugando según las reglas y todo sigue sintiéndose horrible, ¿qué se supone que debes concluir?

Emba incluso empieza a cuestionar si hay algunas «prácticas sexuales» que «erotizan la deshumanización y la degradación». ¿Son estas prácticas éticamente válidas, incluso si se ha obtenido consentimiento?

El sexo no consensuado siempre está mal, punto. Pero eso no significa que el sexo consentido sea siempre correcto. Incluso el sexo consensuado puede ser perjudicial para un individuo, su pareja o la sociedad en general.

La iglesia tiene la oportunidad de ofrecer un camino mejor, pero solo si nuestras vidas coinciden con nuestra enseñanza

En otras palabras, tal vez exista lo correcto y lo incorrecto en lo que respecta a la actividad sexual. ¿Cómo sería una ética sexual mejor? Las respuestas que Emba descubre provienen de palabras como «escuchar», «cuidar», «responsabilidad mutua» y «amor». Esta última palabra la define Tomás de Aquino como «querer el bien del otro».

Un camino mejor

Como creyentes, nos damos cuenta de que estos artículos todavía parecen estar lejos de la ética cristiana, la cual reserva el sexo para el pacto matrimonial entre un hombre y una mujer. Pero podemos aprender algo de estas quejas sobre lo inadecuado del «consentimiento» y del lamento del mundo sobre los efectos de la pornografía. Podemos tender la mano con amor y misericordia a nuestro prójimo, muchos de los cuales se han visto heridos y decepcionados por la aplicación de una ética sexual basada en el «consentimiento es lo único que importa». Quizás haríamos bien en reflexionar sobre cómo la «pornificación» de la sociedad ha afectado también a las relaciones matrimoniales, incluso en la iglesia.

Ni Lewis ni Emba parecen replantearse las normas sexuales de forma tan radical como para considerar la ética sexual cristiana. Pero se trata de pequeños pasos, importantes, que indican un sentimiento de angustia y ansiedad debajo de la ética cultural de sentido común que rodea al sexo. La iglesia tiene la oportunidad de ofrecer un camino mejor, pero solo si nuestras vidas coinciden con nuestra enseñanza.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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