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Mi primer trabajo después de la universidad fue en un ministerio residencial donde mis compañeros de trabajo y yo a menudo resistíamos juntos las batallas espirituales y el cansancio. Asesorábamos a adolescentes que luchaban con traumas pasados y estrés recurrente, y el proceso de ministrar fielmente frecuentemente probó nuestras propias reservas emocionales y espirituales. En este contexto tormentoso, nuestros líderes nos exhortaron a confiar en Dios. Parecía simple, como aquella popular frase de “suéltate y deja que Dios actúe”. Me imaginaba que eso significaba que debía orar más y esforzarme más para apoyarme en Él en cada momento. Pensé que si me centraba en Dios lo suficiente, estaría confiando en Él.

Pero a medida que avanzaba cada día, inevitablemente lo olvidaba. Mi mente vagaba hacia los miedos y la incertidumbre. Cuando me daba cuenta de mi distracción, a veces sentía una punzada de vergüenza. “Seguro no me estoy esforzando lo suficiente —pensaba— Siempre olvido concentrarme en Dios y pedirle fuerzas”.

Mis líderes me decían que confiara en Dios, y eso era un consejo veraz y bueno. Pero en ese momento, no entendía lo que me querían decir. Como resultado, con frecuencia confiaba en mi propia fuerza de voluntad mientras creía que confiaba en Dios. Reduje la confianza en Dios a pensamientos sobre Dios, y luego confié en mis propios esfuerzos para pensar en Él lo suficiente.

Confiar en Dios no es una cuestión de fuerza de voluntad mental; es un estilo de vida.

Pero confiar en Dios no es una cuestión de fuerza de voluntad mental; es un estilo de vida. Es un cambio holístico en el enfoque diario, e involucra mente, cuerpo, y alma.

Cuando encontramos fortaleza en Dios, no le estamos simplemente enviando solicitudes a una deidad distante que puede resolver nuestros problemas y hacernos sentir más fuertes. A través de la fe en Cristo, podemos conocer a Dios personalmente. Y, por su Espíritu, Dios mismo nos da poder y nos alienta. Él nos conoce íntimamente y empatiza con nuestro sufrimiento. Al habitar en nosotros, el Espíritu es nuestro consejero, consolador, compañero, y defensor siempre presente. No estamos solos. Dios está con nosotros (Isa. 41:10).

En el contexto de esta relación, podemos practicar y expresar nuestra confianza en Él de varias maneras. Aquí hay cuatro.

1. Hábitos del corazón

Confiamos en Dios al confiar en que hará lo mejor, incluso cuando experimentemos sufrimiento, pérdida, y sacrificio. Nuestra ansiedad a menudo viene por evitar el sufrimiento. En cambio, Cristo nos llama a tomar voluntariamente nuestra cruz y seguirlo (Mt. 16:24). En lugar de resentir las circunstancias difíciles, debemos confiar en Dios incluso cuando no entendemos sus planes.

También practicamos la confianza al buscar la voluntad de Dios y al expresar nuestra necesidad de Él en oración. El hábito de orar todas las mañanas, por ejemplo, puede ayudar a poner nuestras mentes en Dios durante todo el día. Cuando comenzamos un día enfocándonos en la presencia prometida de Dios y admitiendo nuestra necesidad, nos preparamos para notar su constante provisión y presencia (Sal. 5:3).

2. Hábitos físicos

Hemos sido “hechos asombrosa y maravillosamente” (Sal. 139:14), y Dios nos ha designado como guardianes del templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). Para vivir fielmente este llamado, atendemos nuestra salud física al satisfacer nuestras necesidades dadas por Dios y no dedicar nuestros cuerpos a actividades pecaminosas.

Desde Génesis 2 en adelante, las Escrituras señalan la importancia del descanso. Sin un descanso adecuado (tanto el sueño como el sábado), tenemos mucha menos capacidad para concentrarnos en Dios. Durante un podcast de “Pregúntale al pastor John”, John Piper dijo: “Está claro que mi nivel de santificación aumenta y disminuye con ocho horas de sueño versus cinco horas de sueño”.

Al dejar de lado las exigencias de la vida diaria y el descanso, elegimos confiar en que Dios tiene el control y le permitimos que nos refresque física y espiritualmente. Del mismo modo, la nutrición y el ejercicio son prácticas de confianza que pueden ayudarnos a enfocarnos en Dios. Al elegir respetar nuestras necesidades físicas, aceptamos las limitaciones que Dios ha diseñado en nosotros.

3. Hábitos mentales

Todos luchamos con pensamientos y emociones desalentadores, especialmente en medio de pruebas. Si bien es posible que no podamos dejar de experimentar un pensamiento o una emoción específicos, podemos elegir definir la realidad por la verdad de la Palabra de Dios en lugar de por nuestras propias mentes. “Llevamos cautivo cada pensamiento” (2 Co. 10:5) al recordar la verdad y elegir creer sus promesas, sin importar cómo nos sintamos en el momento.

Necesitamos un conocimiento sólido de la verdad para cautivar efectivamente nuestros pensamientos. Al estudiar y meditar en las Escrituras, construimos una base que nos permite responder a nuestros pensamientos y emociones con la Palabra de Dios. Los tiempos devocionales regulares, los estudios Bíblicos grupales, y los sermones contribuyen a esta reserva de verdad.

4. Hábitos comunales

Especialmente cuando nuestras circunstancias difíciles implican traición o abandono, puede ser tentador aislarse de los demás. Pero Dios demuestra su propio amor y bondad a través de nuestro amor mutuo en la iglesia (1 Jn. 4:12). Cuando nos comprometemos con la comunidad de la iglesia, vivimos imperfectamente juntos mientras nos regocijamos en la perfección de Cristo. Podemos ser vulnerables y reconocer nuestra necesidad de gracia, en lugar de aferrarnos a una máscara de perfección. Allí encontramos responsabilidad, madurez, y compañerismo (Heb. 10:24-25).

En la iglesia confiamos en Dios al apoyarnos en nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Fuimos diseñados para la relación, la responsabilidad, y el discipulado. No hay por qué avergonzarnos de buscar ayuda de un pastor, consejero, o mentor. Nuestro Dios relacional se deleita en la interdependencia de su pueblo.

Todo esto puede parecer desalentador. Parecen ser más elementos en la lista de los “buenos cristianos”. ¡Lejos de ahí! Incluso cuando no confiamos en Dios, Él no falla en extendernos la gracia a través de Cristo (2 Co. 12:9). A medida que maduramos gradualmente en estos hábitos de confianza, cada falla en el camino trae otra oportunidad de confiar en Él. Inevitablemente lucharemos en el corazón, el cuerpo, la mente, o la comunidad, por lo que nuestra máxima confianza en Dios se demuestra al abrazar diariamente su gracia inmerecida y su amor inagotable.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
Imagen: Lightstock.
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