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“Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres”, Santiago 4:3.

En nuestro mundo occidental, influenciado por el capitalismo, la revolución industrial, y la economía de libre comercio, el bienestar y desarrollo de la sociedad depende, en gran manera, del aumento del intercambio comercial.

Si a esta realidad de nuestra sociedad agregamos el impacto de los medios, la mercadotecnia y redes sociales, no deberían sorprendernos nuestras luchas y conflictos internos en el área de los bienes materiales.  

No solo nuestra identidad a veces se ve ligada a lo que compramos, sino también a cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo creemos que somos percibidos por los demás.

Incluso, nuestra misma existencia física nos lleva a lidiar con esta cruda realidad, comprando y adquiriendo como si fuéramos a vivir para siempre.

Cuando, por la gracia de Dios, su Espíritu viene y trabaja en nosotros, nos ayuda a reconocer que nuestros días en la tierra son contados. Al mismo tiempo, nos ayuda a entender que ese anhelo de vivir por siempre apunta a la realidad de que Dios “ha puesto la eternidad en el corazón del hombre”, (Ec. 3:11).

Entendiendo ambas realidades, comprendemos que vivimos en un mundo donde son necesarias ciertas cosas materiales para subsistir y ayudar a otros, pero también existe una vida eterna que ha comenzado en los creyentes. Después de dejar este mundo, nada de lo que tengamos aquí irá con nosotros.

Nada de lo que tenemos es nuestro; nos fue dado por gracia y para la gloria de Dios.

La buena noticia para ti y para mí es que, gracias a la obra de Cristo por nosotros y en nuestro favor, podemos entender ambas realidades y modelar los valores de generosidad, soltura, y libertad de las ataduras materiales del corazón, aquí en la tierra.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


IMAGE: LIGHTSTOCK.

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