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¿Cómo pueden personas comúnes, sin formación académica, y con poco tiempo para invertir en estudios históricos, saber con certeza que Dios ha hablado en la Biblia?

Histórica y bíblicamente, una respuesta que se ha dado es: “el testimonio interno del Espíritu”. ¿Qué es eso? Vamos a considerar el uso de Juan Calvino del término, y la Confesión de Fé de Westminster, y luego a poner a prueba estas ideas con las mismas Escrituras.

La visión de la gloria

Juan Calvino describe su conversión a Cristo como una obra de Dios que le dio un sabor de la piedad.

Dios, por una repentina conversión, sometió y llevó mi mente a un marco enseñable. . . Habiendo recibido algún sabor y conocimiento de la verdadera piedad, fui inmediatamente inflamado con [un] intenso deseo de progresar. (John Dillenberger, John Calvin, Selections from His Wrtitings, [Scholars Press, 1975], 26)

Esta experiencia estableció la dirección de su entendimiento acerca de cómo una persona es convencida de que Dios ha hablado en las Escrituras.

El testimonio del Espíritu es más excelente que toda razón. Porque así como solo Dios es un testigo adecuado de sí mismo en Su Palabra, la Palabra no encontrará aceptación en los corazones de los hombres antes de ser sellada por el testimonio interno del Espíritu. (Institutos, I, vii, 4)

El testimonio no es contrario a la razón, sino que está por encima de la razón, y comunica una certeza mayor que el razonamiento humano, incluso el nuestro.

Iluminados por Su poder, no creemos ni por nuestro propio juicio ni por el de cualquier otra persona que la Escritura es de Dios; pero por encima del juicio humano afirmamos con certeza absoluta (como si estuviéramos contemplando la majestad de Dios mismo) que ha fluido a nosotros de la misma boca de Dios por el ministerio de los hombres. (I, VII, 4)

Esto es notable: No es por nuestro propio “juicio” que creemos que la Escritura es de Dios. ¿Qué significa eso?¿No debo formar juicios acerca de estas cosas? Sí, pero debajo de un juicio espiritualmente eficaz está una iluminación dada por el Espíritu de la “majestad de Dios mismo”. La visión de la gloria de Dios precede y fundamenta la formación de los juicios racionales sobre su verdad.

El autotestimonio de las Escrituras

Cuando Calvino dice que nuestra certeza acerca de las Escrituras viene de una visión “como si” estuviéramos mirando la majestad de Dios mismo, el “como si” simplemente distingue el “contemplando la majestad de Dios mismo” de contemplando la majestad de Dios en las Escrituras. Nosotros sí vemos la majestad de Dios con los ojos del corazón (Ef. 1:18); pero lo vemos en la Escritura, no como en la presencia de Dios sin mediación.

Así, el testimonio interno del Espíritu no es una revelación añadida a lo que vemos en las Escrituras. No es la voz del Espíritu diciendole a nuestra mente desapercibida: “Lo que ahora estás mirando en la Biblia es la majestad de Dios; así que empieza a verla”. La visión no funciona de esa manera. No se puede ver lo que no se ve. Y si ves, no es necesario que te digan que veas.

Así, a pesar de que el término “testimonio del Espíritu” puede inducir a error a la hora de sugerir información añadida a lo que tenemos en la Escritura, Calvino quería decir que la obra del Espíritu era abrir los ojos del corazón para ver la majestad de Dios en las Escrituras. En este sentido, entonces —aunque suene paradójico— el “testimonio del Espíritu” es la obra de Dios que habilita el autotestimonio de la Escritura. “Por tanto, debemos retener este punto: que aquellos a quienes el Espíritu Santo ha enseñado interiormente verdaderamente descansan en la Escritura, y que la Escritura de hecho es autoautenticada” (I, VII, 4).

La Confesión de Westminster lo expresó así:

Las. . . incomparables excelencias [de las Escrituras], y su entera perfección son todos argumentos por los cuales la Biblia demuestra abundantemente que es la Palabra de Dios. Sin embargo, nuestra persuasión y completa seguridad de que su verdad es infalible y su autoridad divina proviene de la obra del Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro corazón con la Palabra divina y por medio de ella. (Artículo 1.5)

El testimonio del Espíritu es “con y por medio de” la Palabra. No estoy seguro de lo que “con” se supone que añada a “por medio de” en esta frase. Pero el enfoque, como con Calvino, no es en la información añadida, sino en cómo el Espíritu nos permite ver lo que la Escritura revela en sí misma.

Él nos da vida

Pasemos ahora al pasaje clave de la Escritura en relación al testimonio del Espíritu.

Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.. . . . Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios [ = el Espíritu]; porque éste es el testimonio de Dios: que El ha dado testimonio acerca de Su Hijo.. . .  Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo. ( 1 Juan 5:6-11)

“Y el Espíritu es el que da testimonio”. Este es el “testimonio de Dios”. Y es “mayor” que cualquier testimonio humano, incluyendo, creo que diría Juan en este contexto, el testimonio de nuestro propio juicio. ¿Y cuál es ese testimonio de Dios? No es simplemente una palabra entregada a nuestro juicio para la reflexión, pues entonces nuestra convicción se basaría en esa reflexión. ¿Entonces qué es?

El versículo 11 es la clave: “Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna”. Y yo creo que esto significa que Dios nos da testimonio de Su realidad y la realidad de Su Hijo y de Su Palabra, dándonos la vida de entre los muertos para que vengamos a Su majestad y lo veamos por quien Él es en Su Palabra. En ese instante no razonamos de premisas a conclusiones, vemos la luz, porque estamos despiertos, y no hay previo juicio humano que nos convence de que estamos vivos y despiertos y viendo. El testimonio de Dios a Su palabra es la vida de entre los muertos que inmediatamente ve.

Estábamos muertos y ciegos ante la majestad espiritual. Entonces el Espíritu “testifica”. Él nos aviva. Él nos da la vida. “Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna”. Cuando Lázaro despertó en la tumba por el llamado o el “testimonio” de Cristo, el supo, sin un proceso de razonamiento, que estaba vivo, porque oyó la palabra majestuosa.

Viendo lo que realmente está allí

Del mismo modo, de acuerdo a Pablo todos estábamos cegados a la gloria de Cristo en el evangelio. ¿Qué tenía que suceder para que pudiéramos ver esta “luz del evangelio de la gloria de Cristo” que se valida a sí misma (2 Co. 4:4)? Lo que tenía que suceder era la obra de Dios descrita en el versículo 6: “pues Dios, que dijo: ‘De las tinieblas resplandecerá la luz,’ es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Co. 4: 6). La palabra creadora de Dios —¡su palabra de testimonio!— trajo vida y luz a nuestras almas. Vimos en la Palabra “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios”.

Ese es el “testimonio interno del Espíritu”. La Palabra tiene su propia gloria: la gloria de Dios en Cristo con todos sus rastros. Y esa gloria nos convence, cuando, por la obra del Espíritu, se nos concede ver lo que realmente está allí.


Publicado originalmente para Desiring God. Traducido por Kevin Lara.
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