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Un amigo mío tiene una cuchara interesante (ten paciencia, por favor). Es ligeramente más grande que una cuchara para el té y tiene un gran agujero en el centro, por lo que es incapaz de retener líquidos y mucho menos de ser utilizada para lo que normalmente sirve una cuchara. Mi amigo la mantiene en su azucarera, a la espera de que algún desprevenido intente usarla. Algunos discretamente (pero sin ningún éxito) se esfuerzan por servirse con ella porque no quieren hacer un alboroto, asumiendo que de algún modo son ellos quienes no saben usarla. Otros al instante afirman que la cuchara es ridícula e insisten en que les den algo más adecuado para la tarea en cuestión.

Resulta que la cuchara es en realidad para servir aceitunas, y el agujero en medio es para drenar el líquido a medida que uno acerca la aceituna a la boca. De modo que la lección para nosotros es la siguiente: Uno no puede entender por qué la cuchara tiene esa forma sin primero entender para qué está hecha.

Lo mismo es cierto respecto a nuestra sexualidad.

Por qué somos seres sexuales

Sabemos que somos seres sexuales y que nuestra sexualidad debe tener un significado, pero hasta que no descubramos el propósito de nuestra sexualidad, no entenderemos cómo manejarla. Lo mejor que podremos hacer (tal y como mi amigo con su cuchara) será tratar de conseguir entretenimiento temporal con ella.

La arquitectura de la Biblia nos señala el propósito por el que somos seres sexuales. La Escritura inicia con un matrimonio (Adán y Eva), y termina con un matrimonio (Cristo y su Iglesia); el primero es una probadita de lo que será el último. La unión del hombre y la mujer es una imagen de cómo un día se unirán el cielo y la tierra por medio de la unión de Jesús y su pueblo.

Esta conexión se refleja en toda la Biblia. Cantar de los Cantares usa el deleite mutuo y la intimidad de un esposo con su esposa para reflejar el gozo de Cristo en su pueblo. Los profetas a menudo utilizan un lenguaje marital para describir la relación de Dios con los suyos; Él es el novio, y su pueblo la a menudo descarriada novia. Jesús retoma este lenguaje en los Evangelios, y se describe a sí mismo como “el novio” (Marcos 2:19-20). Por su parte, Pablo enseña a los corintios que al igual que un hombre y su mujer se vuelven una sola carne, los que se unen a Cristo se convierten en “un espíritu” con él (1 Corintios 6:16-17), y en Efesios 5:31 continúa diciendo que el misterio detrás de matrimonio humano es, y siempre ha sido, reflejar la relación de Cristo con su Iglesia.

Por lo tanto, el matrimonio humano evidencia la gran historia de la Biblia, lo grandioso que Dios está haciendo en el universo: formando un pueblo para su hijo. Y es esta historia la que proporciona la clave para entender nuestra sexualidad.

El propósito del matrimonio

También se nos explica por qué la Biblia define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, en lugar de dos personas del mismo sexo. En Mateo 19:4-5, Jesús relaciona el prodigio del matrimonio con el hecho de haber sido creados hombre y mujer. El matrimonio se basa en la diferencia de género; es porque somos hombres y mujeres que el matrimonio existe. Jesús, entonces, nos explica que la única alternativa piadosa al matrimonio es la soltería. Cuando los discípulos rehúyen estas implicaciones de por vida (v. 10), Jesús les menciona el ejemplo de los eunucos, los solteros por excelencia de sus tiempos (vv. 11-12). Si el matrimonio es un compromiso demasiado grande, existe la opción del celibato. Jesús no da ninguna tercera opción.

Para que el matrimonio sea una parábola de Cristo y su Iglesia, debe ser entre semejantes y diferentes, hombre y mujer. Cambia este orden, y se distorsiona la realidad espiritual a la que apunta. Altera el matrimonio, y se altera la imagen del evangelio mismo.

Esta visión del matrimonio nos ayuda a mantener las cosas bajo una perspectiva sana. Comprender a lo que apunta significa que no lo menospreciaremos o trivializaremos, y también significa que no vamos a idolatrarlo. El matrimonio no es lo primordial, pero nos apunta a lo que sí es. El matrimonio en sí no tiene el propósito de satisfacernos, sino el de apuntarnos a lo que sí lo hará.

El propósito de la soltería

Así que, si es este entonces el propósito primordial del matrimonio, ¿qué lugar ocupa la soltería? ¿Acaso aquellos que somos célibes estamos desperdiciando nuestra sexualidad al no expresar nuestros deseos sexuales?

Lo que esto significa es que la soltería, así como el matrimonio, tiene una forma única de dar testimonio del evangelio de la gracia. Jesús dijo que no habría matrimonios en la nueva creación, que seremos como los ángeles, ni nos casaremos ni seremos dados matrimonio (Mat. 5:29-30). Tendremos lo real; ya no necesitaremos la sombra.

Al renunciar al matrimonio ahora, la soltería es una forma tanto de anticipar esta realidad así como de dar testimonio de su bondad. Es una forma de anunciar que esta futura realidad es tan certera que podemos vivir de acuerdo a ésta desde ahora. Si el matrimonio nos revela la forma del evangelio, la soltería testifica su suficiencia. Es una forma de proclamar a un mundo obsesionado con la intimidad sexual y romántica que estas cosas no son lo máximo, y que en Cristo tenemos lo que sí lo es.

Esto no quiere decir que nuestros sentimientos sexuales sean superfluos, o adjuntados sin propósito como el equivalente a un apéndice. La consumación que nuestros deseos sexuales anhelan puede (si se lo permitimos) apuntarnos a una mayor consumación por venir. Nos recuerdan que a lo que renunciamos en un plano temporal ahora, lo vamos a disfrutar en plenitud en la nueva creación por la eternidad. La insatisfacción sexual en sí misma se convierte en un medio para profundizar nuestro sentido de lo más pleno, la más profunda satisfacción que esperamos en Jesús. Nos ayuda a tener más sed de él. Nos saltamos el aperitivo, pero esperamos el plato fuerte.

El celibato no es un desperdicio de nuestra sexualidad; es una maravillosa manera de consumarla. Nos permite que nuestros deseos sexuales apunten a la realidad del evangelio. Finalmente, nunca podremos entender lo que significa nuestra sexualidad a menos que comprendamos su propósito: apuntarnos al amor de Dios por nosotros en Cristo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Carolina López Ortiz
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