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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Cómo podemos ser salvos?

Solo mediante la fe en Jesucristo y su muerte sustitutiva y expiatoria en la cruz; así que, aunque somos culpables de haber desobedecido a Dios y aún nos inclinamos a la maldad, Dios, sin ningún mérito nuestro, sino solo por su gracia, nos imputa la justicia perfecta de Cristo al arrepentirnos y creer en Él.

Efesios 2:8-9: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (NVI).

En Hechos 16, Pablo y Silas están en prisión cuando ocurre un violento terremoto. Los prisioneros están escapándose y el carcelero despierta en completo asombro al ver a todos los prisioneros huyendo. El carcelero está por suicidarse y Pablo lo detiene. Y el carcelero hace esta famosa pregunta: “Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?” (v. 30). Pablo le da una respuesta bíblica, corta y absolutamente hermosa: “Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos” (v. 31).

“¿Qué tengo que hacer para ser salvo?” No hay pregunta más importante en esta vida o para la venidera. La respuesta a nuestra pregunta del catecismo provee un maravilloso resumen de lo que significa tener fe en Cristo —el tipo de fe que salva— y cómo Dios salva mediante la fe. 

Este resumen contiene dos palabras clave. Primero, la primera palabra: solo. Solo mediante la fe en Jesucristo. Verás, no sería terriblemente controversial hablar sobre la fe. Las personas tienen fe y creen en algo. Pero es solo la fe, no es fe más otra cosa. No es fe agregada a tu trasfondo, fe más tu origen familiar, fe más buenas obras en beneficio de la justicia social, o fe más mucha oración. Es solo fe, y solo fe en Jesucristo.

Muchas personas se jactan de su fe y dicen: “Soy una persona de fe”, o: “Tienes que tener fe”. Pero la fe en sí misma no significa nada. Es el objeto de nuestra fe lo que nos salva. No se trata de ser una persona que tenga fuertes creencias, que sea sincera o que tenga una creencia mística en las cosas espirituales. Es la fe en Jesucristo lo que salva. Él es el objeto de la fe que salva.

Lo que nos salva es el objeto de nuestra fe. Y ese es Jesucristo

La fe es solo un instrumento. No es la buena obra que Dios ve y dice: “Bueno, no tienes mucho que ofrecer, pero tienes fe, y eso sí me gusta”. No. La fe es lo que nos une a Cristo, y luego Él nos salva. Es el objeto de la fe lo que importa.

Al crecer en un lugar frío de nuestro país, solía ir a patinar sobre hielo y jugar hockey. A veces probaba con la punta de mi pie la primera helada del año y me preguntaba: “¿Será este hielo lo bastante grueso?”. Alguien más podría ya estar patinando libremente y con mucha fe en el hielo, mientras yo voy caminando de puntillas, resistiéndome a pisarlo firmemente. ¿Qué es lo que nos da seguridad? No es la cantidad de fe, por bueno que sea tener más fe, sino el espesor del hielo.

Lo que nos salva es el objeto de nuestra fe. Y ese es Jesucristo. Así que es solo a través de la fe en Él.

La otra palabra que es crucial es imputa. Es esencial tanto para el evangelio como para la fe cristiana que la vida justa que Cristo vivió nos sea imputada. Eso significa que es reconocida como nuestra. Pasa a estar en nuestra cuenta. Es como una transferencia de fondos.

Y existe una diferencia entre una justicia inherente en nosotros, un tipo de justicia que dice: “Bueno, mírame, soy justo. Hago cosas justas”. No es a eso que se refiere. Se refiere a la justicia de Cristo que está fuera de nosotros, pero debido a que estamos unidos a Jesús mediante la fe, ahora esa justicia es nuestra, para que Dios pueda ser tanto el justo como el justificador de los pecadores.

Ese es el problema en Romanos 3, y esa es la buena noticia del evangelio —que a pesar de que somos pecadores, Dios nos justifica. Y no lo hace agitando una varita mágica o diciendo que el pecado no es importante; es porque pertenecemos a Cristo y porque Su justicia es nuestra justicia, para que Dios pueda ser justo y nosotros podamos ser justificados.

Oración: Dios misericordioso, renunciamos a nuestro orgullo y a toda pretensión de justicia propia, y venimos a Ti en arrepentimiento y fe. Confiamos en que Tu muerte nos da vida. Te alabamos por el regalo de la salvación. Amén.


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