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Lo sé, lo sé. «Leer más» se encuentra (otra vez) entre tus propósitos de año nuevo. Quizá porque quieres dejar de mirar al suelo avergonzado —o peor, de mentir— cuando el pastor te pregunta cómo vas con la lectura de la Biblia. Tal vez porque has entendido que la lectura de calidad es una manera excelente de ejercitar esa mente que Dios te dio para Su gloria. Sea como sea, comienzas enero con la convicción de que «este año sí voy a leer más».

Sin embargo, antes de mirar al futuro con emoción, es sabio mirar el pasado con sobriedad. Es probable que no sea la primera vez que empiezas el año con el deseo genuino de desarrollar el hábito de la lectura. ¿Qué pasó entonces? 

Quizá hiciste una lista de lecturas y hasta compraste varios de los libros que te recomendó alguien en Internet. Tal vez imprimiste un plan de lectura anual de las Escrituras o te suscribiste a Leyendo la Biblia. Iniciaste las primeras dos semanas con emoción, hasta que la vida sucedió —los niños enfermaron, el jefe se puso extrademandante, los profesores pensaron que su materia era lo único en que tienes que ocuparte— y la emoción se evaporó. Llegó septiembre en un abrir y cerrar de ojos y te resignaste diciendo: «para el otro año será».

Los buenos hábitos nos ayudan a obedecer los mandamientos de amar a Dios y al prójimo en lo ordinario de la vida

Seré la primera en decir que no tienes que esperar al año nuevo para empezar a caminar en la dirección correcta. Con todo, no podemos negar que las últimas semanas de diciembre y las primeras de enero traen consigo inevitablemente la ilusión de un bello porvenir. No está de más aprovecharla. 

Cómo desarrollar buenos hábitos

El desarrollo de hábitos es uno de mis temas favoritos. Le dediqué un capítulo entero en mi libro Aprovecha bien el tiempo. Puedo pasar horas en YouTube (lo que irónicamente termina siendo poco productivo) escuchando cómo otras personas aplican el registro de progreso, la modificación del ambiente y la rendición de cuentas para crecer. Ese tipo de estrategias los llevan a usar menos las redes sociales, ejercitarse, comer más saludable y otras cosas similares. 

De eso tratan los buenos hábitos, de caminar cotidianamente como la persona que quieres ser. Los cristianos tenemos una idea bastante clara de quiénes queremos ser: ¡lo que fuimos diseñados para ser! Jesús lo resume con dos mandamientos: «AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE, Y CON TODA TU FUERZA […] AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO» (Mr 12:30).

Los buenos hábitos nos ayudan a obedecer estos mandamientos de amar a Dios y al prójimo en lo ordinario de la vida. Glorificar al Señor es nuestra motivación para desarrollarlos.

Existen decenas de métodos que pueden ayudarte a establecer buenos hábitos. Hoy, sin embargo, quiero recomendarte que durante el año próximo te enfoques solo en uno: el apilamiento de hábitos.

Hábito sobre hábito

Apilar hábitos significa simplemente «pegar» un hábito nuevo a uno que ya tienes. Esta es, en mi experiencia, una de las maneras más efectivas para establecer prácticas nuevas en la vida cotidiana. 

Todos tenemos hábitos. Nuestro cerebro los forma sin que nos demos cuenta para evitarnos la fatiga de tomar decisiones conscientes cada segundo de cada día. Por ejemplo, a estas alturas de tu vida es muy probable que cepillar tus dientes antes de dormir sea una práctica rutinaria (espero). No es algo que planeas o piensas demasiado. Simplemente lo haces. Es un hábito.

Para leer más en este nuevo año, lo único que debes hacer es «pegar» la lectura a un hábito que ya tengas. Escanea mentalmente tu día e identifica algunos momentos en los que la lectura podría encajar sin demasiado problema. He utilizado esta estrategia en distintas etapas de mi vida con bastante éxito. Cuando tuve a mi hijo, por ejemplo, decidí «apilar» la lectura al tiempo en que alimentaba al pequeñito. Si el bebé estaba comiendo, mamá estaba leyendo. Sonará difícil de creer (o tal vez no tanto si has pasado día y noche amamantando) pero durante las primeras dos semanas de vida de mi hijo leí ocho libros. Conforme el pequeño crecía, fui adaptando el apilamiento: leer mientras lo mecía o escuchar un audiolibro durante el paseo en su cochecito.

Las buenas intenciones no nos llevan muy lejos. Lo que nos sostiene hasta el final es el Espíritu de Dios

Hoy hemos apilado la lectura de la Biblia al desayuno y la lectura de una novela a la cena. Ellos comen más lento que yo, así que aprovecho los minutos extra en la mesa para leerles algo mientras terminan. Mi lectura personal generalmente sucede después de mi devocional (antes de que ellos despierten) o mientras los chicos juegan por la tarde.

Quizá pasas una hora en el auto o el transporte público para llegar al trabajo o a la universidad. ¿Por qué no «pegas» la lectura al trayecto y utilizas, por ejemplo, un audiolibro? Seguramente tienes el hábito de irte a la cama al final del día a una determinada hora. ¿Por qué no agregas diez minutos de lectura en ese momento? Tal vez bebes una taza de café por la mañana… ¿no sería mejor disfrutar ese tiempo leyendo en lugar de revisando redes sociales o correos que en ese momento no puedes atender? 

Al detenernos y examinar nuestro día nos daremos cuenta de que hay muchas actividades sencillas que realizamos con frecuencia. Esos son nuestros hábitos. Sin duda alguna, en al menos una de estas actividades podemos «pegar» la lectura para convertirla en un hábito también.

Hábitos para gloria de Dios

Quieres leer más este año. Excelente. Sin embargo, ten cuidado de no quedarte solamente en el «querer». Las buenas intenciones no nos llevan muy lejos. Lo que nos sostiene hasta el final es el Espíritu de Dios. Después de todo, los cristianos buscamos desarrollar buenos hábitos para agradar al Señor, quien nos da salvación y nos llama a vivir para adorarle. 

Lleva el buen deseo de usar tu mente para la gloria de Dios a través de la lectura delante del Señor en oración. Luego esfuérzate para caminar como a Él le agrada, confiando en que el que empezó la buena obra en tu corazón la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Fil 1:6).

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