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En el Nuevo Testamento hay diversos pasajes que parecen prometer riquezas para los creyentes. ¿Podemos apoyarnos en ellas para pedir o esperar que Dios nos dé abundancia material? ¿Cómo entender estas promesas de forma correcta? Te presento algunos textos bíblicos y principios de interpretación que proveen claridad al respecto.

Cristo hizo algunas promesas directas para todo creyente genuino (Mr 10:29-31)

El contexto del pasaje de Marcos habla sobre el joven que prefirió las riquezas antes que seguir a Cristo. Jesús aprovechó el momento y advirtió a sus discípulos sobre eso. Pedro le dijo que lo dejaron todo por seguirle y…

“Jesús respondió: ‘En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna…’”, Marcos 10:29-31.

Esta es una promesa de riquezas, pero no un estímulo al materialismo. Lo compruebas notando, en varios pasajes, las diversas advertencias de Jesús sobre los peligros del amor a los bienes terrenales (cp. Mt 6:24; Lc 12:15). En esencia, su mensaje fue: déjalo todo y sígueme (v. 21).

Hay una recompensa en esta vida por dejar todo por Cristo y esta radica en el gozo de la comunión con otros hermanos. Esta persona será bienvenida en casas y tierras de amigos cristianos. No es que seremos propietarios de una infinidad de propiedades y que nuestras cuentas rebosarán de números con muchos ceros. Lo que el Señor nos garantiza es que a través de la familia de la fe podremos encontrar mucho de lo que nos hace falta porque nos amamos y nos preocupamos unos por otros.

Seguir a Cristo involucrará persecución (2 Ti 3:12), pero Cristo prometió estar con nosotros y darnos su Espíritu (Jn 16:7). ¿Puede haber una mayor riqueza que esa? Por eso, en el futuro el creyente tiene algo que es más seguro que las riquezas pasajeras, esto es, la vida eterna (Jn 17:3). Esto no significa que la obtenemos por dejar todo. Es un don inmerecido que Dios otorga por pura gracia. La idea aquí es que quienes renuncian al mundo para seguir a Cristo, son recompensados por gracia con la vida eterna junto al Señor. Como diría Pablo, “como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo” (2 Co 6:10).

No confundas una promesa con un principio (2 Co 9:10-11)

En su segunda carta a los corintios, Pablo anima a esa iglesia a recoger una ofrenda generosa para satisfacer las necesidades de los hermanos en Jerusalén. Él cita el Antiguo Testamento donde se habla de la provisión de Dios para la salvación de su pueblo (Is 55:10; Os 10:12). Esta información particular nos permite interpretar que Pablo no está enseñando una promesa de “intercambio” con Dios, es decir, “si das, te doy”. Tampoco está diciendo que ofrendar garantice una ganancia, como si fuera una inversión por parte de quien ofrenda. Tampoco es una promesa de enriquecimiento para todos aquellos que dan con generosidad. 

Por el contrario, de manera indirecta, Pablo hace eco del principio natural descrito en Gálatas: “No se dejen engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gá 6:7, cursiva añadida). Dios sabe recompensar a quien ofrenda, aumentando la cosecha de ese acto bondadoso, cuando así lo desea. En algunos casos, dando mayores cantidades de recursos a quienes dan generosamente para que continúen dando con mayor generosidad. Sin embargo, la realidad es que, muchas veces quien más da no es quien más tiene, sino el que ha comprendido que ofrendamos como agradecimiento a Dios según nuestras posibilidades y muchas veces de forma sacrificial (2 Co 8:3).

Reglas para una correcta interpretación de las supuestas promesas de enriquecimiento

Por último, esta lista no pretende ser exhaustiva, sino que provee un ejemplo de los principios de interpretación que necesitas conocer para identificar cuáles de las promesas bíblicas son para nosotros hoy:

  • Las Escrituras interpretan a las Escrituras. A lo largo de la Biblia, la prioridad de Dios no está en promover el enriquecimiento terrenal. Esto tampoco significa que debamos descuidar el aspecto financiero y el trabajar con nuestras manos para obtener lo necesario para sostener a nuestras familias, apoyar a nuestra congregación, y ayudar al prójimo en necesidad (1 Ti 5:8; 1 Jn 3:17).
  • El contexto importa. Una promesa debe ser interpretada según su contexto inmediato, mediato, y remoto. Revisa el mensaje de toda la Biblia respecto a la porción bíblica que contiene una promesa y sé fiel a lo que ella dice en conjunto. Recuerda que muchas malas interpretaciones vienen al tomar un solo texto para una enseñanza y generalizar sin considerar todo el consejo de la Palabra de Dios.
  • Considera el género literario del libro en la Biblia que estás leyendo. Por ejemplo, si lees un proverbio, no puedes tomar sus declaraciones como promesas, sino como sentencias que generalmente se cumplen por la obediencia sabia del lector, pero que no son promesas inmutables como las dichas por Cristo a los creyentes en Marcos 10:29-31.

La prosperidad bíblica es el resultado de la bendición de Dios sobre nuestro trabajo esforzado, inteligente, y justo, no simplemente un milagro merecido por nuestra supuesta espiritualidad. De allí que uno de los propósitos de la prosperidad bíblica es que compartamos parte de lo que Dios nos ha dado (1 Jn 3:17) porque los cristianos hemos sido enriquecidos espiritualmente con toda bendición en los lugares celestiales por la inmensa y misericordiosa generosidad de Cristo (Ef 1:3). Él es nuestra mayor riqueza y nuestro mayor ejemplo porque el énfasis bíblico no está en lo mucho que tenemos para nuestro propio deleite, sino de que esa abundancia podrá suplir la necesidad de muchos (Dt 15:7-11). ¡Esto nos recuerda que el mundo necesita recibir la mayor riqueza espiritual! ¿Estás compartiendo la buena noticia del evangelio?

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